Miguel N. Lira escribió lo mismo poesía que novela y teatro, géneros en los que adiestró su sensibilidad y afirmó las herramientas de su oficio. Una mujer en soledad se construye en forma de cartas, cada una de las cuales va descubriendo al lector nuevas circunstancias de la acción.
(...) ¿Cuál era el ánimo de Miguel cuando escribió esta novela? Cuando regresó a Tlaxcala en 1951 ya había triunfado con su Corrido de Domingo Arenas, Berta Singerman ya había dado a conocer sus poemas y pregones en América Latina y España; sus obras de teatro ya habían sido montadas en Bellas Artes y otros escenarios importantes de la capital y La Escondida llevada al cine y triunfante en Europa. Lira cuenta sus motivos para retornar en algunas cartas. Al periodista Arturo Mori le responde así, en octubre, a tres días de su cumpleaños:
Pasó, mi querido amigo, que mi natural provicianismo pudo más que el goce, el deleite, el vértigo de la capital... el tráfago de la Metrópoli y el exceso de trabajo curial estaban agotando mis energías y descompensando mis nervios... tuve que volver a la tierra para, dentro de mí concepción filosófica de la vida, confundirme con ella, algún día... De la presencia en todas partes donde había candilejas, lecturas de piezas teatrales, parloteo de éxitos de actores, decir de epigramas sangrientos y murmuraciones pecaminosas, preferí, como usted dice, las rosas... Además, quiero saldar mi deuda de gratitud con la capital, escribiendo una novela —ya la llevo muy adelantada— sobre sus bajos fondos.
Jaime Ferrer