Tierra Nueva. Revista de Letras Universitarias fue publicada en la Imprenta Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México de enero de 1940 a diciembre de 1942. La colección completa consta de 15 números, de los cuales cinco fueron dobles,[1] razón por la cual físicamente vieron la luz diez ejemplares. Los fundadores y responsables de su edición fueron Jorge González Durán (1918-1986), Alí Chumacero (1918-2010), José Luis Martínez (1918-2007) y Leopoldo Zea (1912-2004). En un inicio la periodicidad fue bimestral, aunque sus números dobles comprendieron un periodo cuatrimestral. Cada número, fuera doble o sencillo, estaba acompañado de un suplemento de poesía impreso a manera de plaquette. Así algunos suplementos estuvieron dedicados exclusivamente a Octavio Paz, Rabindranath Tagore y Jesús Reyes Ruiz. Los colaboradores más frecuentes de Tierra Nueva fueron los mismos editores; no obstante otras plumas que participaron en la revista fueron Alfonso Reyes, Juan Ramón Jiménez, Efraín Huerta, Alberto Quintero Álvarez, Enrique Díez Canedo, Pina Juárez Frausto y María Luisa Hidalgo, entre otros. El género literario que predominó fue la poesía, seguido por el ensayo, el cuento y la reseña. En los primeros dos números se presentaron dos entrevistas, que demuestran la postura ante la literatura de la revista. Una fue hecha a Xavier Villaurrutia y otra a Enrique González Martínez, por ser sus maestros y dos figuras que admiraban los jóvenes de la generación de los editores. En estas entrevistas Tierra Nueva demostró que no era una revista de ruptura con respecto a la tradición literaria que le antecedía. Al contrario, honraban a sus maestros y los invitaban a colaborar en este medio que había sido concebido como una revista de los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras. A pesar de ser publicada tras la Guerra Civil española, y de que acogieron en sus páginas a colaboradores españoles, los temas de los poemas y ensayos raramente hablan de la guerra. En todo caso, los temas más frecuentes de las colaboraciones consistían en el amor, la angustia, la soledad y la muerte; así como la reflexión en torno a la filosofía, las artes plásticas, la teoría literaria, la reflexión sobre la poesía y la naturaleza.[2] La estética de la revista estuvo más apegada a la tradición literaria mexicana.
Los fundadores de Tierra Nueva
Los fundadores y directores de la revista José Luis Martínez, Alí Chumacero, Jorge González Durán eran oriundos del occidente mexicano y compartieron un camino similar en su juventud; incluso, se conocieron antes de pensar en hacer una revista. Los tres, nacidos en 1918, comenzaron su amistad en la Escuela Preparatoria de la Universidad de Guadalajara; el primero nació en Atoyac, Jalisco, el segundo en Acaponeta, Nayarit y el tercero en Guadalajara, Jalisco. En 1933 los estudiantes de dicha Universidad comenzaron una huelga, a raíz de las divergencias internas suscitadas porque el gobierno había impuesto una educación socialista, política entrañada en la reforma constitucional de Lázaro Cárdenas. Los tres futuros responsables de Tierra Nueva, afines en pensamiento a los huelguistas, rechazaban la educación socialista, luchaban por la libertad de cátedra y defendían la autonomía universitaria. Una vez terminados los enfrentamientos violentos, las diferencias persistieron. A José Luis Martínez y a Alí Chumacero los expulsaron y a Jorge González Durán le negaron la matrícula. Para continuar sus estudios, a finales de la década de los treinta, los tres emigraron a la Ciudad de México.
Después de concluir su educación preparatoria de manera intermitente, arribaron a la Ciudad de México junto a muchos otros estudiantes obligados por la división de posturas en su Universidad. José Luis Martínez y Alí Chumacero llegaron a la ciudad en 1937 y Jorge González Durán en 1938. No obstante, convergieron en la Universidad Nacional, un “refugio”, a decir de González Durán,[3] para dar inicio a sus estudios profesionales en la Facultad de Filosofía Letras, con sede en Mascarones. En aquella institución se fraguó entre González Durán y el secretario académico, Mario de la Cueva, el plan de editar una revista universitaria para publicar los trabajos de los estudiantes de la Facultad, que después sería conocida como Tierra Nueva.[4]
El exilio español: un parteaguas para la cultura mexicana
El ambiente político y social que los tres jóvenes experimentaron al llegar a la Ciudad de México era el de los años de la presidencia de Lázaro Cárdenas; es decir, en el aire se respiraban los ideales revolucionarios, la exaltación del nacionalismo, la expropiación petrolera, la creciente presencia de los sindicatos obreros y las promesas de progreso tras la industrialización del país. Todo lo anterior fue asimilado por las esferas de creación artística y cultural, como lo menciona Miguel Ángel Flores, había “la necesidad de renovación y el afán por insertarse dentro de una verdadera conciencia artística que trascendiera las urgencias de una literatura didáctica, en muchos aspectos grotesca, y contaminada por intenciones espurias.[5]
A la par de las reformas políticas en México, en Europa se desarrollaba la Segunda Guerra mundial, que dio como consecuencia el nazismo, el fascismo y la persecución estalinista de los trotskistas (que culminó con el asesinato de Trotsky en México hacia 1940). Eventos de esta índole terminaron por politizar a las juventudes mexicanas.[6] Pero el suceso con el que más se involucraron –no sólo los integrantes de Tierra Nueva, sino buena parte de la cultura letrada y artística mexicana de la época– fue con la Guerra Civil española (1936-1939) que propició la llegada de los españoles exiliados en México. Cuando Cárdenas aceptó dar asilo político a los perseguidos de la España republicana hubo un impacto directo en la cultura mexicana. Y a la revista Tierra Nueva “le correspondió abrir las puertas del mundo literario mexicano a los jóvenes españoles que llegaron como refugiados a México”.[7]
La inmigración española trajo consigo algunos intelectuales que marcaron otro rumbo en el pensamiento mexicano. Tal fue el caso de José Gaos, quien impartió clases de filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Martínez, Chumacero y González Durán asistían al curso de Gaos y fue ahí donde conocieron a Leopoldo Zea, el cuarto y último integrante del núcleo de los fundadores y editores de la revista. Jorge González Durán había sugerido integrar a un filósofo en la revista que planeaban editar y un ensayo de Zea sobre Heráclito llamó su atención; por eso decidieron invitarlo a dirigir con ellos Tierra Nueva.[8]
Tanto Alí Chumacero como José Luis Martínez reconocieron que la presencia de los exiliados españoles en México implicó una revitalización de la vida cultural, intelectual y artística, entre muchos otros campos y niveles; “trajeron consigo nuevas corrientes en varias disciplinas”, mientras que en México, decía Chumacero:
en filosofía apenas habíamos llegado a Bergson con Antonio Caso: no teníamos un movimiento filosófico. Cuando llega José Gaos y nos da un curso sobre Heidegger que ni soñábamos, nos trajo la filosofía al día, la influencia de la cultura alemana en España, que obviamente llegó por Ortega y Gasset, autor que tuvo mucha influencia en nosotros. Todo esto revitalizó la enseñanza en la Facultad de Filosofía y Letras, y de ahí trascendió.[9]
Lázaro Cárdenas fundó en 1938 La Casa de España, que luego se convertirá en El Colegio de México, y con la participación activa de Alfonso Reyes se dio refugio no sólo físico sino intelectual a los exiliados. Mediante esa institución los españoles se integraron a diversos proyectos culturales de la época, entre ellos, Tierra Nueva. Así, por ejemplo, en la revista aparecieron las firmas de Enrique Díez-Canedo, León Felipe y del mismo José Gaos; los colaboradores mexicanos reseñaban obras publicadas por La Casa de España y, en general, aunque evadiendo la toma de una postura política en contra de Franco, España solía ser un tema recurrente en Tierra Nueva.
Guía poética y maestros fundamentales
La compleja situación internacional dificultaba el acceso y circulación de libros extranjeros. Según afirma José Luis Martínez, “sólo llegaban algunos argentinos, chilenos y muy pocos españoles. La Colección Universal de Espasa-Calpe, por ejemplo, fue una de nuestras primeras bases de lectura […] Leímos rusos, franceses, alemanes, españoles”.[10] A pesar de esta carencia, los fundadores de Tierra Nueva leían todo lo que llegaba a sus manos. Aunque cabe señalar que muchas de sus enseñanzas las recibieron a través de sus maestros, entre los que se encontraban Francisco Monterde, Julio Torri, Manuel Toussaint, Julio Jiménez Rueda, Manuel González Montesinos, entre otros.[11] Los creadores de Tierra Nueva estaban conscientes de los aportes y del espíritu de renovación de sus contemporáneos, así como del prestigio de sus antecesores. Sus guías poéticas recaían en Enrique González Martínez y en Xavier Villaurrutia, admirados por los jóvenes responsables de la revista como se demuestra en las entrevistas que Jorge González Durán y José Luis Martínez prepararon respectivamente y que se publicaron en los primeros dos números de la revista.[12] Alfonso Reyes, por su parte, estuvo presente en las reuniones de planeación de la revista y los aconsejó cuando se nombró la revista; José Gaos los “indujo a hacer del arte una forma expresiva, una manera de estar presente, no sólo en la letra escrita, no sólo en la expresión literaria o artística, estética en general, sino también en la vida misma”.[13] Además, mantuvieron una relación cercana con escritores como Manuel Calvillo, Manuel Cabrera, Andrés Henestrosa, Juan de la Cabada, Octavio Paz y Efraín Huerta, quienes colaboraron en la revista. En palabras de Alí Chumacero, los consideraban a ellos también parte de su grupo.[14] No obstante, como lo recordaba Octavio Paz, los escritores más cercanos a Tierra Nueva estaban “menos preocupados por los temas sociales y políticos, [era] más culto y [se encontraba] más cerca de los afanes universitarios. Los de Taller frecuentábamos los bares y los cafés; los de Tierra Nueva se reunían en el jardín de la Facultad de Filosofía y Letras”.[15]
Los responsables de Tierra Nueva pretendían establecer un vínculo de continuidad con las generaciones que los precedían; no se plantearon como una generación de ruptura, sino que más bien acudían a sus maestros para pedir consejos sobre la edición de la revista o para que colaboraran con ellos. En una entrevista, José Luis Martínez afirmó lo siguiente:
teníamos mucho sentido de la continuidad, de aprender de los maestros y seguir adelante, y no teníamos esa exigencia que los jóvenes sienten ahora, de acabar con los padres y los abuelos y comenzarlo todo… Nosotros éramos un grupo que tenía una profunda noción de la tradición y de la idea de continuidad de la tradición. Sentíamos respeto y aprecio por los mayores.[16]
Y en efecto, según ha analizado la crítica, esta revista connota posturas conciliatorias; por ello se afirma que Tierra Nueva “buscó mantener una prudente distancia entre política y literatura y se negó a cualquier exceso”;[17] en otras palabras, buscaba servir como puente entre generaciones.
Imagen 1. Primera de forros de Tierra Nueva, núm. 3, mayo-junio de 1940. Fotografía de las autoras.
En este sentido, los escritores de generaciones anteriores y de proyectos hemerográficos que la precedieron y que fueron sus contemporáneos fueron incluidos en Tierra Nueva. Así, de la revista Contemporáneos (editada de 1928 a 1931) publicaron a Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Salvador Novo, Carlos Pellicer y a Jaime Torres Bodet; de Taller Poético (publicada de 1936 a 1938) incluyeron a Clemente López Trujillo, José Moreno Villa, Rafael Solana (su director) y a Alberto Quintero Álvarez; de Taller, que fue contemporánea durante dos años a Tierra Nueva (se editó de 1938 a 1941), publicaron a Neftalí Beltrán, Juan de la Cabada, Enrique González Martínez, Efraín Huerta, Octavio Paz, Emilio Prados, José Revueltas, entre otros; y de Letras de México (1937 a 1947) a Ermilo Abreu Gómez, Enrique Díez-Canedo, Francisco Giner de los Ríos, Alfonso Reyes, Alfonso Gutiérrez Hermosillo, Alfredo Cardoña Peña, etc.[18]
Tierra Nueva al igual que sus antecesoras Contemporáneos y Taller Poético fue del tipo de revistas que veían en el arte un fin en sí mismo y no un medio; sus intereses se centraron en los aspectos estéticos de las obras literarias y artísticas.[19] Los colaboradores de Contemporáneos trataban de “mantenerse al margen de la política”, en un contexto de tensiones en el que “el gobierno se desplazaba cada vez más hacia una postura derechista y autoritaria”, mientras que “en el terreno de lo social la Revolución había quedado paralizada”.[20]
Según Rafael Solana, el director de Taller Poético, su revista también se propuso lograr la concordia entre los poetas; “era una revista de unificación”, a diferencia de “las revistas anteriores, que habían sido agresivas, o por lo menos desdeñosas para los poetas maduros”, Taller Poético, por su parte, “invitaba a todos los ilustres a dictarnos su lección”.[21] En cambio, la revista que le siguió, Taller, dirigida por Octavio Paz, “sí manifestó la necesidad de expresar un punto de vista político […] de izquierda y muy ligado a la ideología de los escritores españoles que se exiliaron en México, a raíz de la Guerra Civil Española”,[22] incluso algunos de sus integrantes formaron parte del Partido Comunista. No obstante, la estética de esta revista, por sus temas y sus colaboradores, fue igualmente ecléctica que Taller Poético, antes, y Tierra Nueva, después. Sus posicionamientos políticos no quitaron la disposición de los integrantes de Taller por “honrar y […] reconocer los prestigiosos ya hechos y […] abrirse a los nombres nuevos, en forma generosa y cordial”.[23] Además, en los años en que se publicó esta revista y Tierra Nueva, coinciden por la “estabilización definitiva de la política –y la sociedad– mexicana, con el auge económico propiciado por el fin de la depresión económica mundial y la demanda de materias primas a raíz de la segunda guerra mundial, y con el enorme aporte cultural de los refugiados españoles”.[24]
Para quienes formaron Taller, lo social fue motor de inspiración de su trabajo literario, en contraste, Tierra Nueva, en palabras de Chumacero, “hizo a un lado todo esto”, aunque tenían “formas de pensamiento y preocupaciones que tenían que ver con lo político –particularmente con la Guerra Civil Española– no se manifestó nunca entre nosotros […] una actividad política”;[25] y con ello coincidió José Luis Martínez: “cada uno tenía sus ideas políticas, conscientes y claras, pero no las mezclábamos con el ejercicio literario”.[26]
El inicio del proyecto editorial
La idea de iniciar una revista nació de una conversación entre Mario de la Cueva, el entonces secretario general de la unam, y el estudiante de letras, Jorge González Durán. De la Cueva tenía la intención de publicar una revista donde se dieran a conocer trabajos destacados de los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras. Jorge González Durán se reunió con él y juntos establecieron el proyecto editorial. Alí Chumacero se expresó sobre los inicios de la publicación de la siguiente manera: “la revista fue manejada, preparada, concertada –es la palabra correcta– por Jorge González Durán y el secretario general de la Universidad. Yo volví de Guadalajara a finales del 1939, y me encontré con González Durán y José Luis Martínez, listos, preparados, animados y puestos ya en la vocación para hacer de la literatura no sólo una afición, sino una forma de estar en la vida”.[27] La participación de Jorge González Durán fue clave para el arranque de Tierra Nueva. Además de unirse con el secretario general, insistió en que Leopoldo Zea se uniera como editor de la revista para que alguien cuidara la edición de los textos filosóficos y él decidió el título de la revista. Aunque circulan dos versiones sobre cómo se nombró la revista, Alí Chumacero terminó la discusión cuando dijo que Jorge González había sido el responsable. Zea y Martínez afirmaban que quien había pensado en el título había sido Reyes; pero Alí Chumacero, constató que:
el verdadero creador del nombre de la revista Tierra Nueva no fue Alfonso Reyes, sino Jorge González Durán. Habíamos discutido al respecto. Yo había propuesto la palabra Ámbito, que es el nombre de un libro de Vicente Aleixandre y que me gustaba, porque significaba un lugar en el que se reunían varias personas. Entonces Alfonso Reyes dijo que el nombre más bonito que había conocido de una revista literaria era Tierra Firme, la gran revista que hicieron Federico de Onís, Díez-Canedo y otras gentes. Alfonso Reyes mismo. Un grupo de viejos escritores que entonces no eran tan viejos, claro, que se reunieron en Madrid para hacer esa revista. Cuando Alfonso Reyes dijo eso, Jorge González Durán le dijo: “entonces ¿por qué no le ponemos a nuestra revista el nombre de Tierra Nueva?”.[28]
Imagen 2. Sumario de Tierra Firme, núm. 1, 1935. Biblioteca de México- Bibloteca Personal Alí Chumacero.
El título Tierra Nueva revela un sentimiento de apertura, una necesidad por ofrecer un espacio a los nuevos escritores y lectores interesados en la literatura, pero también a quienes ya estaban consolidados en ese campo. De ahí que en la primera nota editorial se lea lo siguiente: “Sean nuestras primeras líneas un saludo a la intelectualidad hispanoamericana, a la que llegamos con un solo y único fin de trabajo. Ya el haber tomado como nombre Tierra Nueva, ha sido en la conciencia de un doble significado. Uno actual, presente, en el que el silencio de lo inédito descubre su primera voz y una esperanza, allá, en la continuidad de los esfuerzos”.[29]
Las sesiones de trabajo de los responsables de la revista, de acuerdo con Zea, transcurrían de la siguiente manera: en “las reuniones que teníamos Chumacero, González Durán, Martínez y yo, discutíamos las colaboraciones que se presentaban, exponíamos nuestros puntos de vista y decidíamos lo que se publicaría. La parte literaria la veía José Luis Martínez y yo me encargaba de la filosofía, el pensamiento y todo eso”.[30] Pero al tratarse de una revista universitaria, los editores no estaban del todo solos al tomar decisiones editoriales, sino que recibieron ayuda por parte de personajes que tuvieron una fuerte presencia en la cultura editorial, por estar relacionados con la máxima casa de estudios. En particular, fueron guiados por dos españoles recién llegados a México: Joaquín Díez-Canedo, quien trabajaba en el Fondo de Cultura Económica y el poeta, León Felipe.[31] Además de aquellos guías, que los acompañaron durante los años de edición, habría que mencionar a Alfonso Reyes,quien como ya se ha dicho ayudó a decidir el título de la publicación, y a Francisco Monterde, el entonces director de la Imprenta Universitaria, lugar donde se imprimía la revista.
Imagen 3. Viñeta representativa de la Imprenta Universitaria en la cuarta de forros de los números de Tierra Nueva. Fotografía de las autoras.
Asimismo, Julio Prieto fue otra figura esencial que conocieron los editores de Tierra Nueva, cuando iniciaron su proyecto. Prieto, quien desde un punto de vista técnico, manejaba la Imprenta Universitaria fue quien enseñó a Chumacero algunos principios de diseño editorial. Así fue como el autor nayarita aprendió el oficio de tipógrafo y formador de revistas. En gran medida, Chumacero fue el principal responsable de la formación y la edición de Tierra Nueva. Si bien imprimían los números en la Imprenta Universitaria y los directores podían delegar las decisiones editoriales a la universidad, Chumacero decidió jugar un papel activo en ese proceso: “yo me metía todos los días a la formación de la revista y entonces aprendí cómo se forma una revista, cómo se imprime, cómo se corrige, qué cosa es la corrección de estilo. […] Y se va aprendiendo físicamente, al lado de las mesas de plomo se va aprendiendo cómo se hace un libro”.[32] La evolución del estudiante al tipógrafo se puede apreciar con el paso de los números de Tierra Nueva. Algunas decisiones del diseño editorial de la revista como, por ejemplo, el uso de cursivas para los poemas y redondas para la prosa cambió en el último número, donde todos los contenidos se imprimieron en redondas; en esta sencilla decisión se refleja una intención y una evolución formal en la revista.
Algunas precisiones hemerográficas sobre Tierra Nueva
Secciones
Tierra Nueva experimentó en cuanto a la creación y al orden de algunas de las secciones en que se dividió la revista. En palabras del investigador Garganigo: “Parece que el primer número salió en plan de prueba según lo indica el número de cambios que se hicieron”.[33] En este sentido, habría que tomar en cuenta que el primer número es el que más difiere del orden de las secciones dentro de los otros 14 números que conforman la colección completa de Tierra Nueva.
En el primer número se presentaron las secciones “Páginas de hoy”, “Revistas” y “Noticias literarias”. De las tres secciones, “Páginas de hoy” sobrevivió tres números más, no obstante para el número doble 4-5, que corresponde al periodo de julio a octubre de 1940, las tres secciones se agruparon en una nueva llamada “Notas”. Esta sección, que se mantuvo constante hasta el último número de Tierra Nueva, consistía en un apartado en la parte final de la revista en donde se reseñaron novedades hemerográficas y bibliográficas, y sobre todo, fue el espacio donde se publicaron breves ensayos sobre poesía, artes plásticas, escritores clásicos y contemporáneos.
Números dobles y periodicidad
El número doble 4-5, de julio a octubre de 1940, fue significativo en cuanto al desarrollo de la revista, no sólo por la creación de la sección de “Notas”, sino porque en ese momento se presentaron una serie de cambios que demuestran la evolución de la revista. En primer lugar, hay que reparar en que se trata de un número doble, esto quiere decir que cubre un periodo de tiempo mayor que los anteriores números. Si los primeros tres números fueron bimestrales, el 4-5 fue cuatrimestral.[34] No obstante, en 1941, el segundo año de la revista, todos los números fueron dobles, lo que deja ver que los editores tuvieron una carga de trabajo mayor. Cada número variaba entre las 50 o 60 páginas, sin tomar en cuenta el suplemento, que constaba de entre 10 a 20 páginas. Aunque un número comprendiera cuatro meses, el número de páginas –y por lo tanto, de colaboraciones– no aumentó, sino que se mantuvo constante.
En una entrevista, José Luis Martínez habló sobre la distribución y el tiraje de la revista, y recordaba que cuando lanzaron el primer número, los mismos editores armaron algunos paquetes para distribuirlos en las librerías: “Yo creo que eran más o menos doscientos ejemplares. Hicimos quince números de Tierra Nueva. El último número apareció en diciembre de 1942. Nosotros decíamos que era bimestral la periodicidad de la revista. En realidad hacíamos lo que podíamos. A veces hacíamos números dobles para emparejarnos”.[35] Si bien el primer año de edición, se publicó sólo un número doble, para 1942, el último año de la revista no pudieron igualar el ritmo del primer año: sólo vieron la luz un número doble, el 13-14 correspondiente al periodo entre enero y abril, y el último de diciembre, el único de un solo mes. Esta precisión en la periodicidad de la revista desmiente la afirmación de que la revista duró tres años. En realidad su momento de más actividad duró el primer año, disminuyó el segundo y prácticamente terminó en su tercer año.
Patrocinadores
Por tratarse de una revista universitaria, Tierra Nueva contó con la subvención económica suficiente para solventar los gastos que implicaba su publicación. A diferencia de la mayoría de las revistas literarias en México, para los editores no fue necesario preocuparse por ese aspecto. Tierra Nueva “empezó costando 50 centavos, y luego los últimos números un peso. La inscripción anual, obviamente, ofrecía un descuento: al principio, seis números por $2.50 y al final por $5.00 pesos”,[36] no obstante, los editores no se ocupaban por la cuestión financiera de la revista. En palabras de Alí Chumacero, el dinero recaudado por sus ventas o por las suscripciones “tenía que dirigirse a la Facultad de Filosofía y Letras que entonces estaba en Ribera de San Cosme 71, lo que se conoce como el antiguo palacio de los Mascarones”.[37] Esta característica distingue a Tierra Nueva de las demás revistas de la época no sólo por la poca atención que los editores le prestaban a este aspecto, sino que por eso no se imprimieron anuncios ni publicidad en la revista.
Colaboradores
Las firmas que más abundan en Tierra Nueva son las de sus editores. José Luis Martínez encabeza la lista, seguido de Alí Chumacero y Jorge González Durán.[38] Es evidente que aprovecharon este espacio no sólo para aprender la labor del crítico, del tipógrafo y del gestor cultural, respectivamente, sino que también dieron a conocer ahí sus primeras creaciones literarias. José Luis Martínez, publicó por primera –y única– vez poesía de su autoría. Asimismo, Chumacero dio a conocer en el primer número “Raíz amorosa” uno de sus más célebres poemas y Jorge González Durán colaboró también con varios poemas, que después fueron compilados en otros libros y antologías de la época. Leopoldo Zea, por su parte, siempre colaboró con artículos de corte filosófico y, de los cuatro, fue el menos activo en este aspecto.
Como ya se ha dicho, Tierra Nueva publicó a algunos españoles exiliados en México. Entre las firmas más destacadas se encuentran: Juan Ramón Jiménez, Enrique Díez-Canedo y Francisco Giner de los Ríos. La presencia de los colaboradores españoles en la revista, así como las reseñas a sus libros, demuestra no sólo la sensibilidad ante la situación política de la que huían sino también la innegable influencia que tuvieron en la Universidad Nacional.
Por su parte, muchos de los autores mexicanos que publicaron en Tierra Nueva gozaban de prestigio en el país. Alfonso Reyes, Andrés Henestrosa y Jorge Cuesta son algunos de los colaboradores que sobresalen por su calidad literaria. Si bien Tierra Nueva fue sobre todo una revista de poesía, Alfonso Reyes no publicó nada de este género, más bien presentó una reseña a un libro de Raimundo Lulio, un cuento titulado “El Cipango y la Antilia (una controversia en el mar)” y un ensayo extenso dividido en cuatro partes que, con cierto humor, tituló “Correr la pólvora” y sus partes las nombró la primera, segunda, tercera y cuarta descarga, donde vertía sus opiniones sobre la poesía mexicana. En cuanto a la contribución de Andrés Henestrosa a la revista cabe mencionar un poema en zapoteco “Gendastu:bi” el cual aclara el autor que fue “elaborado, hará unos diez años, [o sea ca. 1931] partiendo de un poema en prosa del poeta chileno Pedro Prado, del cual es, a ratos, una mera paráfrasis. Pero su estructura, su metaforización y su materia poética, se ajustan al ancestral ritmo zapoteca”.[39]
Al final de cada número en Tierra Nueva se ofrecía a manera de plaquette o separata, una breve edición de poemas de algún autor o una selección de poesía de varios autores.[40] No sólo autores reconocidos como Octavio Paz y Jorge Cuesta publicaron en ese espacio una colección de poemas, sino que gracias a este ejercicio de edición, los fundadores tuvieron su primer contacto con la edición de libros.
Sobre cómo surgió la idea de publicar un suplemento de poesía, Alí Chumacero mencionó lo siguiente:
En España se hizo una revista, que yo tengo, llamada Hora de España. Es muy conocida, y los últimos números acabaron por hacerse en Valencia; porque la barbarie iba ganando el territorio español. En Hora de España aparecía un suplemento de poesía unido a la revista. Entonces a mí se me ocurrió lo mismo, hacer un pequeño suplemento padrísimo en nuestra revista. El criterio que empleábamos para hacer una plaquette era el prestigio del autor, pero sobre todo la calidad literaria de los poemas.[41]
Los fundadores de Tierra Nueva, salvo Leopoldo Zea, publicaron por primera vez sus propios poemas en el suplemento de su revista.[42] De los diez que vieron la luz, el inaugural estuvo dedicado a Jorge González Durán y se tituló Seis asonancias y un epílogo; el tercero, Elegía por Melibea y otros poemas, lo conforma el único libro de poesía de José Luis Martínez; el quinto, que corresponde al núm. 6 de Tierra Nueva, fue dedicado a Alí Chumacero y su Páramo de sueños. En los casos de González y Chumacero aquellas obras fueron el germen de su obra poética posterior, publicadas en formato de libro. Es decir que en el suplemento de Tierra Nueva presentaron fragmentos de obras que después desarrollaron.
Caso contrario fue el de Octavio Paz, quien había publicado Bajo tu clara sombra y otros poemas sobre España en 1937 en la editorial española de Manuel Altolaguirre y en 1941 publicó una versión extendida de su poema “Bajo tu clara sombra” en el suplemento de los números 9 y 10 de Tierra Nueva. En el libro español se presentó una versión considerablemente corta –de sólo cuatro fragmentos–, mientras que en el suplemento el poema consta de diez partes. Además hay cambios significativos en la versión de Tierra Nueva por ejemplo, la inclusión de un epígrafe de Francisco de Quevedo al inicio del poema, la omisión del título “Helena” que aparece en la versión de 1937 y la modificación de algunos versos. Materialmente, el suplemento dedicado a Paz se distinguió ante los demás por el tipo de papel en el que fue impreso. Sobre cómo se tomó esa decisión, Alí Chumacero comentó: “Ése es un papel especial, muy fino, cuyo uso se debió al azar, pues me dijo [Francisco] Monterde, ‘Mire: hay un papel muy bueno ahí, que no tiene ningún uso, por favor prueben y vean para qué les puede servir.’ Y así fue como se utilizó para la plaquette de Paz”.[43]
Imagen 4. Octavio Paz, Bajo tu clara sombra, México, Tierra Nueva, núm. 9-10, mayo-agosto de 1941. Biblioteca Fundación para las Letras Mexicanas.
En el sumario de la revista, impreso en la primera de forros de todos los números de la colección, se anunciaba el título del suplemento que correspondía a cada número. Cada número, fuera doble o simple, estuvo acompañado de un suplemento. Esto ha resultado significativo a la luz del tiempo, porque los responsables en editar los suplementos, José Luis Martínez y Alí Chumacero, fungieron como prominentes editores de libros durante la segunda mitad del siglo xx mexicano y editar los suplementos fue su primer paso en este campo.
Los contenidos de los suplementos de Tierra Nueva fueron tan notables que con el transcurrir de los años, no han pasado desapercibidos por la crítica. El investigador John F. Garganigo escribió sobre los suplementos de poesía: “Quizás la parte más importante de toda la revista sea la llamada “Suplemento”. [...] Algunas de las primeras poesías de Alí Chumacero, Jorge Cuesta y José Luis Martínez se publicaron aquí por primera vez. [...] y de Rabindranath Tagore, poesía que fue traducida al español por Enrique Requena Larreta bajo el título de El Jardín de los Niños”.[44]
Los suplementos de poesía no siempre estuvieron dedicados a un sólo autor. En dos ocasiones José Luis Martínez preparó antologías temáticas de poesía. Aquella excepción se presentó, primero, en el número doble 7 y 8, de enero-abril de 1941, titulada Rosa Efímera en donde se reúnen poemas de autores españoles que versan sobre el tema de la rosa, “espejo de lo efímero” y que “habrá de ser gala de la mujer hermosa y preferencia del poeta que quiere decir la condición extrema de la hermosura fugaz”.[45] Después, la misma fórmula se repite en el número doble 13 y 14, de enero-abril de 1942, que se llamó Poéticas Mexicanas Modernas. Narciso, cuya selección y nota estuvieron a cargo de José Luis Martínez. En ese suplemento se antologaron las voces más influyentes en el campo de la poesía como: Carlos Pellicer, Manuel José Othón y Salvador Novo. Esta selección de poetas, remite a los trabajos posteriores de José Luis Martínez como antologador y forjador de un canon nacional como lo hizo en sus célebres dos tomos de El ensayo mexicano moderno.[46]
Las plaquettes, o suplementos, se distinguen táctilmente del formato de la revista: el papel es de mayor calidad y su color es diferente. Probablemente la calidad del papel explique por qué la extensión de cada suplemento es limitada. Sólo en el caso del suplemento dedicado a Paz y Tagore las hojas que utilizaron fueron de un color amarillo mostaza. No obstante, según Edith Alatriste, “la ‘Plaquette’ se mantiene igual desde el primero hasta el último número de la revista, siempre aparece estructurada de la misma forma y difunde el mismo género literario: la poesía”.[47]
Debido a la trascendencia tanto material como de contenidos que lograron suplementos de Tierra Nueva, es pertinente enlistarlos por orden cronológico:
1. Jorge González Durán, Seis asonancias y un epílogo, núm. 1, enero-febrero, 1940.
2. Manuel Duarte Guillé, Apertura en el sueño, núm. 2, marzo-abril, 1940.
3. José Luis Martínez, Elegía por Melibea y otros poemas, núm. 3, mayo-junio, 1940.
4. Jesús Reyes Ruiz, Cuatro poemas, núm. 4 y 5, julio-octubre, 1940.
5. Alí Chumacero, Páramo de sueños, núm. 6, noviembre-diciembre, 1940.
6. Rosa efímera, selección y notas de José Luis Martínez, núm. 7 y 8, enero-abril, 1941.
7. Octavio Paz, Bajo tu clara sombra, núm. 9 y 10, mayo-agosto, 1941.
8. Rabindranath Tagore, El jardín de los niños, núm. 11 y 12, septiembre-diciembre, 1941.
9. Poéticas mexicanas modernas. Narciso, selección y nota de José Luis Martínez, núm. 13 y 14, enero-abril, 1942.
10. Jorge Cuesta, Poesía, núm. 15, diciembre, 1942.
El fin de Tierra Nueva estuvo relacionado con el crecimiento intelectual de sus editores. La edición de la revista fue su puerta de entrada al campo literario y editorial del país. De ahí nació su interés y su valoración por las publicaciones periódicas, que años más tarde se reflejó no sólo en la dirección de otras revistas (como en el caso de Chumacero y Martínez), sino en la creación de la colección de las Revistas Literarias Mexicanas Modernas que coordinó Martínez en los años ochenta.
José Luis Martínez atribuyó la desaparición de la revista a varios factores; en sus palabras: “fuimos derivando hacia Letras de México y publicando colaboraciones en otras revistas y luego en El Hijo Pródigo, en que ya Alí es el que tiene que ver directamente con Villaurrutia y Paz y el resto de los que hacían la revista, y yo de una manera indirecta porque tenía otros deberes”.[48]
Cuando Tierra Nueva dejó de publicarse, los fundadores siguieron colaborando en otras revistas que convivieron con Tierra Nueva, especialmente Letras de México, que había iniciado desde 1937 y que con altibajos duraría diez años. Martínez y Chumacero incluso llegaron a dirigirla. A decir de Miguel Ángel Flores, en esa revista de Octavio G. Barreda y también en la que fundó después, El Hijo Pródigo (donde se integraron los cuatro directores de Tierra Nueva), “los empeños de los Contemporáneos unidos a los de la nueva generación modelaron el carácter de la nueva literatura mexicana”.[49]
Asimismo, antes de que terminara Tierra Nueva, en 1941 nació la revista Rueca, una revista literaria fundada por Carmen Toscano y Emma Saro, donde colaboraron Alí Chumacero y Jorge González Durán, junto a otros de los colaboradores de Tierra Nueva, como Alfonso Reyes y Jaime Torres Bodet, entre otros. El diálogo que sostuvieron Tierra Nueva y Rueca ha sido explorado por la investigadora Fabienne Bradu, quien demuestra que ambas son muy similares en cuanto a su estética y su postura respetuosa hacia sus maestros. Fabienne Bradu argumenta que es probable que su similitud se deba a que ambas eran órganos dirigidos por estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional.[50] Lo que evidencia la influencia de Tierra Nueva en Rueca, cuando la primera sólo tenía un año de vida, es que Tierra Nueva no sólo era leída y aceptada entre los jóvenes de su generación, sino que además sirvió como un modelo digno de ser replicado.
La experiencia de editar esta revista definitivamente significó un parteaguas en el proceso de formación de sus directores, ya que las tareas que cada uno llevaba a cabo para la revista después se reflejaron en sus labores posteriores. Por ejemplo, Alí Chumacero pudo dirigir y formar El Hijo Pródigo, así como Letras de México, gracias al tiempo compartido con Julio Prieto en la Imprenta Universitaria. Chumacero reconoció la importancia de estos años para su formación en todos los aspectos que implicaban la creación de revistas literarias: “Para mí [...] esa enseñanza, la de la tipografía, fue invaluable, pues es el oficio al que he dedicado toda mi vida”.[51]
Asimismo, la dirección de Leopoldo Zea de Cuadernos Americanos y sus colaboraciones en la Revista de la Universidad siguieron la impronta filosófica que desarrolló al editar los textos de Tierra Nueva. Además, como lo recordó el mismo Zea en aquella revista aprendió una manera de enfrentarse ante los grupos literarios: “En Tierra Nueva, todos colaborábamos sin pretensiones de amafiarnos. Y eso traté de hacer cuando fui director de la Revista de la Universidad. La abrí. Lo mismo estoy haciendo en Cuadernos Americanos”.[52]
En el caso de José Luis Martínez, su interés por compilar y fijar el corpus de la literatura nacional –labor por la que fue distinguido por la Academia Mexicana de la Lengua– se refleja en las reseñas que escribió para Tierra Nueva, o bien, en su selección para los suplementos de poesía correspondientes a los números 7-8 y 13-14. Y, sumado a su tarea como editor de la célebre colección de revistas facsimilares, en muchos de sus libros legó algunos artículos sobre la capital trascendencia de las revistas literarias para escribir la historia de la literatura de cualquier país.
El único de sus fundadores que se alejó del ámbito literario después de editar Tierra Nueva, pero que retomó en años finales de su vida, fue Jorge González Durán quien después de publicar un par de libros de poesía, que le hicieron acreedor del Premio Nacional de Literatura en 1944 y de ser incluido en algunas antologías, se inclinó más a cuestiones políticas.
Tanto José Luis Martínez como Alí Chumacero concordaron en que Tierra Nueva fue una grata experiencia para ambos. No sólo por coordinar una revista, que con el tiempo fue reconocida, sino porque se involucraron en diferentes aspectos editoriales como el manejo de la imprenta, el lenguaje tipográfico, la corrección de originales y pruebas, la selección de las ilustraciones y, sobre todo, la enseñanza de primera mano de grandes maestros como Francisco Monterde, Alfredo Maillefert y Julio Prieto.
Imagen 6. Julio Prieto, Viñeta para el núm. 2 de Tierra Nueva. Fotografía de las autoras.
Si bien Tierra Nueva no fue una revista de ruptura y sus editores aprovecharon ese espacio para enaltecer a sus maestros, fue un espacio de práctica invaluable para la literatura mexicana, ya que ahí ensayaron la manera de hacer literatura algunas de las figuras más influyentes del siglo xx. Además la huella de los intelectuales españoles en México es palpable no sólo en las firmas de sus colaboradores, sino también materialmente al ser muy parecida a la ya mencionada Hora de España de Manuel Altolaguirre. Hoy día, Tierra Nueva no pasa desapercibida por ninguna historia de la literatura, no obstante aún falta ser estudiada desde otras disciplinas como la filosofía y la historia del arte, la edición y la comunicación gráfica. Aunado a lo anterior se podría hacer un estudio solamente de los suplementos de poesía.
Colección de Tierra Nueva. Revista de Letras Universitarias (México), Jorge González Durán, José Luis Martínez, Alí Chumacero y Leopoldo Zea (eds.), núm. 1-15, enero de 1940-diciembre de 1942.
Alatriste, Edith, Tierra Nueva. Estudio e índices, Tesis de licenciatura inédita, México, D. F., Facultad de Filosofía y Letras/ Universidad Nacional Autónoma de México, 1992.
Bradu, Fabienne, “Rueca: una pensión para universitarias”, Revista de la Universidad de México (México), núm. 474, julio de 1990, pp. 38-41.
Chumacero, Alí, Los momentos críticos, selecc., pról. y bibliografía de Miguel Ángel Flores, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 1996.
Diccionario de literatura mexicana. Siglo xx, coord. de Armando Pereira, colab. de Claudia Albarrán, Juan Antonio Rosado, Angélica Tornero, México, D.F, Universidad Nacional Autónoma de México/ Instituto de Investigaciones Filológicas/ Centro de Estudios Literarios/ Ediciones Coyoacán (Filosofía y Cultura Contemporánea; 19), 2004.
Durán, Manuel, “Las revistas Taller y Tierra Nueva, nueva generación, nuevas inquietudes”, Revista Iberoamericana (Pittsburgh), vol. 55, núm. 148, 1989, pp. 1151-1160.
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A diferencia de sus antecesoras, Barandal, Cuadernos del Valle de México, Taller Poético y Taller, Tierra Nueva tuvo los privilegios del impulso institucional: vino al mundo auspiciada por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam).
Apareció simultáneamente a los últimos números de Taller. Los integrantes de Tierra Nueva eran unos años menores que los fundadores de Barandal y Cuadernos del Valle de México, pero pertenecieron a la misma generación. Según Octavio Paz no hubo enemistades entre estos grupos editoriales.
El primer número tuvo como fecha enero y febrero de 1940. En las primeras páginas aparece una nota de presentación en donde los responsables hablan del nuevo órgano informativo y sus pretensiones. La revista duró tres años exactos en circulación. Apareció con los nombres de cuatro responsables: Jorge González Durán, Leopoldo Zea, José Luis Martínez y Alí Chumacero, quienes permanecieron juntos hasta el último número, publicado en diciembre de 1942. Ellos mismos relatan que Tierra Nueva fue el resultado de un llamado de la Rectoría de la Universidad. La institución brindó todo tipo de apoyos a este nuevo proyecto editorial. El doctor Gustavo Baz, rector de la unam en ese tiempo buscó el impulso y el aspecto de renovación, con objeto de fortalecer la creación y difusión culturales de la institución universitaria. Tierra Nueva no tenía apuros financieros, por lo que destacó en términos de calidad y puntualidad. El tiraje se realizó en la Imprenta Universitaria, dirigida en ese tiempo por Francisco Monterde.
Según los responsables, no se tuvo el objeto de formar un grupo cerrado de amigos para publicar, sino que la revista se postuló como un espacio abierto y libre que contendría trabajos literarios y filosóficos de los estudiantes. Se publicó poesía, cuento y ensayo literario. Se publicaron colaboraciones de estudiantes universitarios y de extranjeros, así como de connotados escritores mexicanos. Se dio cabida a generaciones anteriores, como la que formó el grupo conocido con el nombre de Contemporáneos, así como a autores jóvenes y a una generación intermedia sin grupo.
La nota de presentación de la revista termina con un agradecimiento a Juan Ramón Jiménez y Alfonso Reyes, “nuestros primeros huéspedes”, y a las autoridades universitarias. Juan Ramón Jiménez abre el primer número con el título “Navegarte”, y Alfonso Reyes participa con un breve relato denominado “El cipango y la antilia”. En este primer número también publica Leopoldo Zea un ensayo sobre Heráclito.
Los primeros dos números tuvieron varias secciones. “Páginas de hoy” se dedicó a comentas lo libros recibidos en el domicilio de la revista. La sección “Revistas” contenía información sobre diversas publicaciones de México. Hay reseñas de publicaciones como Taller, Artes Plásticas, Raíces y Frutos de la cultura, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas y Revista de Estudios Universitarios, todas ellas de la unam, así como Ábside y Letras de México, editada por Octavio G. Barreda. En la sección “Noticias literarias” se publicaron novedades editoriales. Las secciones no se firmaron.
Desde el primer número se publicaron suplementos dedicados a la difusión de poesía. De Jorge González Durán apareció “Seis asonancias y un epílogo”; de Manuel Duarte Guillé. “Apertura en el sueño”; de Jesús Reyes Ruiz, “Cuatro Poemas”; de Alí Chumacero, “Páramo de sueños”; de Octavio Paz, “Bajo tu clara sombra”; de Rabindranath Tagore, “El jardín de los niños”, y de Jorge Cuesta, “Poesía”. Además, completa la colección dos suplementos prologados y comentados por José Luis Martínez, que hablan de poesía mexicana en general: “Narciso” y “elegía por Melibea y otros poemas”.
A partir del segundo número surge la sección “Notas”; en ella se publicó información de diversos autores, de novelas recientes, de libros de poesía o situaciones personales de algún escritor. En esta sección colaboraron Leopoldo Zea, José Luis Martínez, María del Carmen Millán, Juan Manuel Terán y Alí Chumacero, entre otros. La revista es sobria en su presentación. En la portada aparece el título, una pequeña viñeta al centro y, en la parte naja, el sumario. En la línea final se da crédito a la unam y se incluyen la fecha, el año y el número. En la segunda de forros se publican los nombres de los responsables. Véase también Generación de Tierra Nueva.
MIEMBROS INTEGRANTES
Alcalá, Manuel Colaborador
Alvarado, José Colaborador
Calvillo, Manuel Con Alí Chumacero, José Luis Martínez y Jorge González Durán integró el grupo de la revista
Casanueva Mazo, Bernardo Colaborador
Chumacero, Alí Con Jorge González Durán, José Luis Martínez y Leopoldo Zea, fundó la revista
González Durán, Jorge Colaborador
González Durán, Jorge Con José Luis Martínez, Alí Chumacero y Leopoldo Zea dirigió la revista
León Felipe, Colaborador
Martínez, José Luis Fundador y director
Millán, María del Carmen Colaboradora
Paz, Octavio Colaborador
Pellicer, Carlos Colaborador
Solana, Rafael Colaborador
Zea, Leopoldo Responsable