2010 / 25 feb 2019 10:20
Las noticias sobre este autor se han venido repitiendo sin variación alguna desde Beristáin: “Natural de la Nueva España. Bachiller y conciliario de la Universidad de Mégico. Fue sin duda uno de los buenos poetas de la América”.[1] Beristáin registra sólo una obra, al parecer la única: Los sirgueros de la Virgen sin pecado original [2] (México. Licenciado Alcázar, 1620), dedicada al obispo de Michoacán, fray Baltasar de Covarrubias.
Méndez Plancarte considera esta obra emulación de Siglo de oro en las selvas de Erifile, de Bernardo de Balbuena, “más con la original aplicación de la novela pastoril a un asunto sacro”.[3] Según el mismo Méndez Plancarte, la obra “tiene en su prosa páginas admirables de musicalidad, suave candor, finura descriptiva y gracia colorista” (loc. cit.). En mi opinión, la narración, la trabazón de los episodios con la doctrina de la Inmaculada Concepción y el artificio para la inclusión de los textos poéticos son más o menos afortunados; todavía hay cierta frescura en la celebración de la fiesta mariana (frescura que se va perdiendo conforme se van multiplicando los certámenes dedicados al mismo tema).
La novela incluye, aproximadamente, 25 composiciones, entre sonetos, liras, canciones, letrillas e incluso un “tocotín” (claro antecedente de los de sor Juana).
1946 / 11 dic 2018 09:50
La novela más temprana que poseemos (y ya es forzar la mano el llamarla novela, aunque sea por respeto a los manes de don Marcelino Menéndez Pelayo) es obra del bachiller Francisco Bramón: Los sirgueros de la Virgen sin original pecado, 1620 (“sirgueros” vale “jilgueros”). Obra es de tímida ficción, muy superada por la audacia de los datos sacramentales; pieza pastoril con sermones, versos, suave musicalidad y su poquillo de teología en bombonera. No asoman, claro está, el habitual tema erótico ni los recursos a lo sobrenatural —filtros y hadas—, que eran vitandos y escabrosos. Los pastorcitos de biscuit están plantados, inmóviles, en un paisaje artificial. Las parejas no tienen más fin que sostener el diálogo, sin pasión ni celos, y apenas con su poco de simpatía entre Menandro y Arminda.
El objeto es loar a la Inmaculada Concepción en el trino de sus jilgueros o cantores, en charlas y breves representaciones y arcos de triunfo, que daban ocasión al festejo. Las descripciones de monumentos ‒larga tradición en las iconografías y pinturas imaginadas de la Grecia decadente‒ eran muy al gusto de la época. Símbolos marianos, empresas, tiradas dogmáticas.
El Auto del triunfo de la Virgen que Bramón incluye en los Sirgueros, y que es lo mejor del libro, todavía despide el aroma del teatro misionario, sobre todo en el “tocotín” final. El estilo es llano y, en su sencillez, el desarrollo dramático muestra un dominio singular, y más, como advierte don Agustín Yáñez, cuando Pedro Calderón de la Barca todavía no daba su definitivo molde al teatro religioso.