En 1875 Francisco Bulnes publicó un relato de su viaje alrededor del mundo, titulado Sobre el Hemisferio Norte once mil leguas. Impresiones de viaje a Cuba, los Estados Unidos,el Japón, China, Cochinchina, Egipto y Europa, en el que dio prioridad narrativa (en términos de extensión y detalle) a la parte asiática, sobre todo al Japón, la meta de su viaje como cronista de una misión científica pagada por el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada en 1874, para observar allá cierto fenómeno astronómico relativo al paso de Venus. Fue así como el libro de Bulnes se convirtió en el primero en incursionar en el Lejano Oriente, en especial Japón y China, con lo que inauguró la literatura moderna de asunto "extremo-oriental" en México. Al conceder un lugar tan destacado al Japón, Bulnes reafirmó la especial conexión que ha habido, a nivel literario, entre dicho país y México (más que con China o la India), misma que se inició con los textos de Bulnes y Francisco Díaz Covarrubias (el jefe de aquella misión científica), y que fue continuada después en el nuevo siglo por los escritores modernistas José Juan Tablada y Efrén Rebolledo, el estridentista Manuel Maples Arce, el poeta y ensayista Octavio Paz, y entre los autores más recientes, Sergio Mondragón, José Vicente Anaya, José Luis Ontiveros, Mario Bellatín y Aurelio Asiain. Probablemente, de todos los libros de Bulnes, sea Sobre el Hemisferio Norte... el más literario, por su estilo y expresión. Sus muchas referencias cultas y librescas, por su punto de vista más suelto, todavía no lanzado de lleno a la crítica histórica, aunque ya anunciándola. En él, la ironía es usada constantemente, pero no desde una postura de convicción, segura, sino desde la incertidumbre personal, tal como lo afirma en la introducción del libro: "Los movimientos del mundo se interpretan como convulsiones de un destino demente,los dioses pierden sus derechos y Júpiter imitando al juez Bridavis decide de sus rayos por un golpe de dados". De esta forma Bulnes se sitúa entre el golpe de dados que no logra abolir el azar, según el poeta Mallarmé, y el dios que no juega a los dados, del científico Einstein.