Hijo de un industrial francés y de madre campechana “de rancia estirpe tabasqueña”, Pedro Caffarel Peralta nació y vivió hasta la adolescencia en Orizaba, en donde realizó sus primeros estudios y comenzó a escribir.
Estudió en la escuela Gabino Barreda las primeras letras, bajo la dirección de Luis García, el profesor que lo iniciara en el amor a la literatura. A los doce años, en 1910, participó y triunfó en el concurso literario infantil convocado por el periódico capitalino El Imparcial, en cuyas páginas publicó un cuento y algunas biografías de los héroes de la Independencia nacional.
En Orizaba se hizo periodista revolucionario. Allí redactó un manifiesto a favor de Madero y el antirreeleccionismo, en colaboración con sus condiscípulos y amigos Ernesto Bravo Pozos y el joven poeta Mauro M. Cruz, en el crucial año de 1911.
Cursó el bachillerato en el Colegio Preparatorio, en donde recibió clases de Rafael Delgado y de otros insignes profesores. En compañía del ya mencionado Mauro M. Cruz y del poeta Luciano Joublanc Rivas fundó el periódico estudiantil Excélsior (1912-1916) de larga vida y, tiempo después, La Calandria, una hoja literaria cuyo título recordaba la primera novela de Delgado y se convertía en un fiel tributo a su memoria.
En 1915 fue reportero del periódico La Vanguardia, dirigido en Orizaba por el Dr. Atl. Es en esta época en la que Venustiano Carranza trasladó hasta Orizaba la Casa del Obrero Mundial. Caffarel Peralta partió hacia México al año siguiente. Allí cursó la carrera de ingeniero civil en el Colegio de Minería. Sus inquietudes revolucionarias le impidieron la regularidad en los estudios superiores. Se sabe que sólo le faltó aprobar la materia presupuestos, contratos y avalúos para poder graduarse.
Desde la capital de la República volvió a competir en juegos florales, concursos y certámenes literarios y continuó su actividad periodística. Durante toda su vida habría de obtener decenas de premios y condecoraciones como poeta y crítico literario —sus vocaciones verdaderas. Hacia 1950 ya tenía en su haber 24 lauros; hay críticos que afirman que consiguió más de cien, en lo extenso de la provincia mexicana.
En 1920 se levantó en armas contra Carranza. Se incorporó al ejército al mando del general Ricardo López y obtuvo el grado de mayor al salir triunfante el Plan de Agua Prieta. Acompañó al general Calles a un viaje por el sureste del país; sus relaciones con Felipe Carrillo Puerto, Tomás Garrido Canabal, Alejandro Mange y el gobierno, eran inmejorables, hasta que, en 1923, se adhirió al delahuertismo, inducido por algunos amigos. En Veracruz se incorporó a la rebelión y fue designado por Antonio I. Villareal como oficial mayor de Comunicaciones y Fomento. Cuando sobrevino la derrota se vio obligado a salir de México y se exilió en Francia, la patria de su padre.
Volvió a México en 1926 y se estableció en Guadalajara, en donde cursó la carrera de abogado en la Universidad de Guadalajara. Se vinculó al grupo cultural José Enrique Rodó y preparó los materiales del que sería el único libro de versos que reunió como tal, El misionero (1929).
Concluyó los estudios en la Universidad de Guanajuato y se tituló en 1931. Fue agente del Ministerio Público en las ciudades de Celaya y Guanajuato. Para entonces ya había publicado Apuntes para la historia de Orizaba (1927), impreso en su ciudad natal, en edición del semanario La Prensa; El misionero —editado seguramente en Guadalajara, pues lo dedicó a sus amigos de la Academia Rodó y a sus compañeros de estudio en esta ciudad—, y su primer acercamiento crítico: La poesía de Díaz Mirón (1930), bajo el sello de las Ediciones Alborada, impreso en Orizaba y premiado por la República de Guatemala y la Secretaría de Educación Pública.
Retornó a la Ciudad de México en 1932, en donde fue secretario de un juzgado de lo penal y, unos años más tarde, recomendado por Mauro Angulo, ocupó el cargo de magistrado del Tribunal Superior de Tlaxcala. Enriquecido por estas experiencias preparó el ensayo La especialización en la ciencia penal. Al renunciar al cargo judicial regresó a la capital del país y allí se radicó desde entonces.
Trabajó en distintas compañías aseguradoras: La Latinoamericana, La Atlántida, La Previsora, La Indolatina; desde donde supo distribuir su tiempo para dedicarse a la literatura. La Academia Mexicana de la Lengua le premió su ensayo El novelista Rafael Delgado (1953), anotó y editó Cuentos y notas de este autor, reescribió y aumentó su asedio a Díaz Mirón, publicándolo como Díaz Mirón y su obra (1952, editado en 1956); y puso fin a este ciclo con Poesías y prosas desconocidas de Salvador Díaz Mirón (1967) impreso por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público en su Boletín bibliográfico, con un sobretiro de 200 ejemplares.
En 1978 su paisano Francisco Liguori escribió un esbozo biográfico sobre Caffarel Peralta (aparecido en el número de abril de ese año en la revista Voces de Veracruz) para celebrarle sus ochenta años, mismo que, en sustancia, sirvió de punto de partida para estos apuntes.
Su último libro publicado en vida fue El verdadero Manuel Acuña (1984), en edición de autor que Caffarel Peralta retiró de la circulación debido a innumerables erratas y fallas en la impresión.
Muere nonagenario en la Ciudad de México. Gran parte de su obra se encuentra dispersa en revistas y periódicos, como el diario Novedades, del que fue colaborador durante muchos años.