2015 / 19 jun 2018
Los signos del zodiaco, obra de teatro escrita por Sergio Magaña, está ubicada en una vecindad de la Ciudad de México en el año de 1944. Cuenta las vidas de sus habitantes y las dificultades que enfrentan debido a un entorno social adverso que los determina. Así por ejemplo, la portera Ana Romana, cuyo anhelo era que su hija se casara para así tener una mejor vida, se desilusiona al enterarse que ésta ha asesinado a su marido; o Lola Casarín, una ex cantante de ópera que todo el tiempo está fantaseando con su regreso a los escenarios, finalmente se queda atrapada sin posibilidad de conseguir su sueño. Estos casos son una muestra de los caracteres ofrecidos por el dramaturgo.
Los actos irracionales, la locura y las relaciones hostiles que Magaña plantea surgen como consecuencia de la pobreza y la marginación en la que los personajes se encuentran recluidos. Sólo algunos de ellos, de manera excepcional –y ayudados por Pedro Rojo– logran escapar. De ahí que la obra esté fundamentada en “la teoría del medio”, la cual sostiene que los individuos están determinados por su entorno social; además de enmarcarse en el llamado naturalismo sociológico.
Se estrenó el 17 de febrero de 1951 en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, bajo la dirección del entonces director del Departamento de Teatro del INBA, Salvador Novo. Tras el estreno y con 26 años de edad, Magaña logró despuntar como un dramaturgo sólido a pesar de haberse iniciado en la escritura teatral tan sólo tres años antes. Fue publicada en 1953 por la Colección Teatro Mexicano.
Algunas entrevistas realizadas a Sergio Magaña muestran que éste consideraba Los signos del zodiaco como una obra de corte realista. Sin embargo, los documentos que aluden a la representación exponen que el drama tuvo un tratamiento naturalista bajo la dirección de Novo y años más tarde, derivó en un montaje de corte expresionista con Germán Castillo como director.[1]
Sobre la incidencia que Los signos del zodiaco tuvo en la literatura mexicana, José Joaquín Blanco opinó que el coloquialismo utilizado en la obra es “admirablemente efectivo, natural y su vitriólica sátira a la clase media baja no ha tenido parangón”.[2] Este hecho anticipa lo que autores como Oscar Lewis, Carlos Fuentes, Fernando del Paso y José Agustín mostraron en sus obras Los hijos de Sánchez, trabajo antropológico, y las novelas: La región más transparente, José Trigo y De perfil, respectivamente.
Antes de descubrir su vocación como escritor, Sergio Magaña realiza dos bachilleratos, el primero en química y el segundo en leyes. En 1944 elige finalmente el camino de la literatura e ingresa en la Facultad de Filosofía y Letras donde forma el grupo literario Atenea junto con Emilio Carballido, Luisa Josefina Hernández, Rosario Castellanos, Jaime Sabines y Rubén Bonifaz Nuño. En la revista perteneciente a este grupo, publica uno de sus cuentos llamado “El padre nuestro”, publicado en 1947.
Inscrito en la Generación de los Cincuenta, Magaña se desarrolló como autor primero en la narrativa y posteriormente se mudó a la dramaturgia, transformando de manera decisiva el teatro de la segunda mitad del siglo pasado.
De su novela inédita La ciudad inmóvil (1944), tomará capítulos para publicarlos como cuentos –como es el caso de Tírele al negro (1949)– y utilizará situaciones y personajes para Los signos del zodiaco.
Diversos factores propiciaron el encuentro de Magaña con la escritura dramática. Entre otros, durante su paso por Universidad asistió a clases de lengua castellana y teatro; éstas últimas eran impartidas por Fernando Wagner, Enrique Ruelas y Rodolfo Usigli.
Más adelante, con el estreno de Un tranvía llamado deseo bajo la dirección de Seki Sano, Magaña observa el fenómeno teatral en toda su complejidad y decide tomar clases en la academia del director japonés donde entra en contacto con el método de Konstantin Stanislavski. Quizá uno de los hechos más importantes y decisivos que alentó a Magaña a encaminarse hacia la dramaturgia fue la estrecha relación que sostuvo con Emilio Carballido. Acerca de este encuentro, Magaña explica: “Cuando yo conocí a Emilio en la Facultad y me dijo que él escribía teatro, pensé que estaba loco. Yo escribía narrativa y no entendía lo que hacía. Cuando leí sus primeras obras comprendí lo que era el teatro y me lancé a colaborar con él. Hicimos mancuerna en varias obras, el ser dramaturgo se lo debo a él”.[3] Ya en su etapa como dramaturgo, Sergio Magaña escribió Como las estrellas y todas las cosas y La noche transfigurada en 1948. Sin embargo, Los signos del zodiaco fue la obra emblemática con la que inició un paso firme en el teatro. Motivado por el estreno, en 1950, de Rosalba y los Llaveros de Emilio Carballido, Magaña se aventuró a escribir Los signos del zodiaco y recibió un gran impulso por Salvador Novo, quien dirigió y estrenó su obra en el Palacio de Bellas Artes en 1951.
El mismo año del estreno de la obra de Sergio Magaña, Rodolfo Usigli se consagró como dramaturgo con la representación de El niño y la niebla bajo la dirección de José de Jesús Aceves. Esta situación desató todo tipo de controversias entre la crítica al comparar ambas propuestas, y enfatizó la entrada de una nueva generación a las filas de la dramaturgia mexicana, cuyo impulsor, además de Salvador Novo, fue Celestino Gorostiza.
Magaña, en contraposición con el realismo de Rodolfo Usigli –quien lo expulsó de su curso tras un altercado–, llevó a escena con Los signos del zodiaco el idealismo de toda una vecindad, generando un sutil e inteligente melodrama. Por primera vez, se representaba en el Palacio de Bellas Artes la vida de una clase social baja, enmarcada en una estética naturalista, que se mantuvo en el montaje de Salvador Novo. Este hecho que en la crítica y el público causó gran aceptación convirtió a Magaña en un dramaturgo paradigmático de su generación.
Posteriormente, en 1963, Los signos del zodiaco fue adaptada al cine por el mismo Magaña y se proyectó en el Festival Cinematográfico de Moscú antes de su estreno en México.
Del género que habita en Los signos del zodiaco
En una entrevista realizada por Juan Manuel Corrales, Sergio Magaña comenta: “Los signos del zodiaco trató de pintar un mundo en el que las relaciones humanas son hostiles, primitivas y asfixiantes”.[4] Explicación que resulta significativa para comprender por qué, más que seguir la trayectoria de un solo personaje, tendríamos que pensar cómo opera cada uno de los habitantes en el entramado anecdótico de toda la vecindad; que el autor sitúa en la Ciudad de México de los años cuarenta.
A propósito de este retrato de vecindario que Magaña expuso en su obra, Enrique Serna escribió:
El gran éxito de Los signos... inauguraba una nueva época del teatro popular, pues Magaña consiguió llevar el realismo urbano a grandes alturas poéticas [...] tuvo la audacia de ventilar llagas que nadie había mostrado en el teatro, con humor cruel que no excluía el apego sentimental a sus personajes [...] la vecindad de Magaña es un microcosmos mucho más rico en matices y claroscuros, donde la complejidad de la condición humana predomina sobre la tipología reduccionista del melodrama.[5]
Serna, a lo largo de su artículo, observa aspectos que son claves para hablar del género dramático en Los signos del zodiaco. Antes habría que precisar sólo un punto: al referirse al estilo que Magaña utiliza en esta obra, tanto la crítica tradicional como Serna apuntan que se trata de Realismo. Sin embargo, si tenemos en cuenta la teoría genérico-estilística, es necesario subrayar que dicho enfoque corresponde sólo a los géneros de tragedia, pieza y comedia. En Los signos del zodiaco no existe el mecanismo de causa y efecto ni tampoco se puede hablar de la responsabilidad de los personajes sobre sus acciones, por mencionar únicamente algunos elementos característicos del Realismo.
Como bien reflexiona Serna, en la obra de Magaña los habitantes de la vecindad no pueden reducirse a tipologías melodramáticas, pero funcionan como parte de un microcosmos –al que sumaremos–, se encuentra regido por la carencia de dinero y por la miseria. Hecho que repercute en cada uno de ellos de forma distinta y se evidencia desde un inicio en todos los rincones de la vecindad: desde los lavaderos hasta los cuartos de la azotea y la portería. Ya este entorno que se presenta agobiante y cuyo único panorama que ofrece es la degradación paulatina de quienes habitan la vecindad, nos anuncia que se trata de un melodrama.
Desde el principio, y a través de los diálogos de las lavanderas, se mencionan algunos de los conflictos que se viven al interior de la vecindad y que los personajes asumen de forma distinta:
Susana: Les digo que venía hecha una furia con las boletas de sus contribuciones en la mano y echando rayos, que esto, que lo otro y lo de más allá. Dijo que todas éramos unas infelices y pagábamos rentas de hambre y que nos va a echar como perros a la vil calle.
Gudelia: Maldita vieja.
Margarita: Ay, Dios.
Jistina: ¿Sí?
Susana: (A Justina.) A usted la quiere lanzar primero.
Justina: ¡Dios mío!
Gudelia: (A Justina.) No se asuste. No puede lanzar a nadie, me lo ha dicho Pedro Rojo y él sabe más que nosotras.
Ana: ¡El comunista ese!
Gudelia: Él me lo dijo, y él sabe.
Si bien el conflicto central no es que los inquilinos sean desalojados, la conversación refleja una de las tantas dificultades a las que se enfrentan los habitantes de la vecindad y sus reacciones ante el hecho. A su vez, esta conversación ejemplifica uno de los mecanismos más utilizados en el diálogo durante toda la obra: los personajes charlan entre ellos y caracterizan a un tercero en su ausencia, aportando información que resulta crucial para el espectador desde el comienzo de la obra.
En Los signos del zodiaco resultan fundamentales dos personajes para la construcción del drama: Pedro Rojo –estudiante universitario– y Ana Romana –portera de la vecindad–. Si bien la trayectoria del primero no evoluciona en carácter, es relevante en tanto que funciona como el móvil para que el resto de los protagonistas logren salir de la vecindad y tengan otro panorama de vida. Gracias a él, Augusto Soberón –esposo de Lola Casarín– obtiene un contrato como compositor, Lalo –hermano de las Walter– una beca para estudiar fuera y Polita –muchacha huérfana– una familia adoptiva. También cabe resaltar que cada una de las intervenciones dialógicas de Pedro resultan fundamentales porque exponen lo que parecería a su vez la postura del autor frente a ciertos temas:
Pedro: El mundo está habitado por monstruos egoístas que tienen un Yo desorbitado y feroz. Un Yo que les impone desde arriba este sistema también monstruoso en que vivimos.
Polita: Pues, aquí en la tierra...
Pedro: Monstruolandia.
Polita: Vaya, pues si vivimos en Monstruolandia, es por culpa de tipos como tú, Pedrito, que en el fondo no tienen ningún sistema y andan chupando la sangre con su famoso materialismo. Todo lo han vuelto tan grosero...
Pedro: ¿Y ustedes los cristianos, han hecho algo por el espíritu? Ustedes viven en un materialismo sin grandeza y sin realidad. No se dan cuenta, pero están equivocados. Han hecho de Dios un comodín, un cómplice para todas sus rapacerías. No viven más que para el dinero y los apetitos fáciles.[7]
En el personaje de Ana Romana predomina, en cambio, la evolución del carácter frente a las circunstancias. Su alcoholismo y la pobreza en la que vive repercuten en ella de forma tremenda hasta llevarla a la locura y la desesperación, sin que pueda ser consciente del todo:
Andrés: Óigame, ¿por qué ha vuelto usted a tomar? Está usted borracha.
Ana: ¿Qué dijo? ¿Borracha, yo? (Se encara con Andrés.) ¿Borracha? Y te das el gusto de decírmelo en mi cara tú, tú... ¿Crees que no sé por qué buscaste este trabajo? ¡Para poder vestirte con encajes y lentejuelas, como mujer! (A Sabino.) ¿No sabía usted que Andrés es un...?
Andrés: ¡Mamá!
Ana: ¡Claro que sí, sí! (Le pega en la cara. Sabino se levanta y se apoya en la puerta.)
Andrés: (Cubriéndose la cara.) ¿Qué ha hecho usted?
Ana: (Retrocede, pegándose en el pecho con ferocidad.) No lo sé, no lo sé. ¿Cómo pude hacerlo? (Ensimismada.) Pobre de mí, pobre de ti [...][8]
La obra, como bien anota Serna, no se excluye de matices y complejidad en los personajes y resulta una clara exposición de emociones características del género melodramático.[9] Si bien este aspecto se desarrolla más en personajes como Lola Casarín –cantante de ópera que no ejerce como tal– y Ana Romana, es cierto que Magaña también se vale de otro recurso: la contraposición de valores entre los personajes. Así, encontramos por un lado a Polita, una chica huérfana estudiante del Instituto Politécnico; y por otro a Eloína, una niña de 12 años capaz de vender su cuerpo por 20 pesos.
Magaña desarrolla de forma más exhaustiva esta contraposición de valores entre Lola Casarín y Augusto Soberón y resulta fundamental pues en esta relación se desarrolla parte de la tesis que se expone en la obra y que Pedro Rojo enuncia en uno de sus diálogos: “Lo que está en el pantano, pantano es. Lo bueno, cuando existe, siempre acaba escapándose”.[10] De ahí que Augusto Soberón obtenga una oportunidad para probar suerte como compositor de ópera y tenga el valor de dejar a su esposa.
A esta tesis se suma también la idea de que sólo aquellos personajes que toman decisiones en el momento indicado logran salvarse, pues el mismo Pedro reflexiona más adelante en una conversación con Polita: “Hay que decidirse a tiempo antes de que algo, para siempre, nos ate sin remedio [...]”[11] y se demuestra cuando María toma la decisión de ir al encuentro de Cecilio –su enamorado– demasiado tarde, pues ya Ana ha cerrado las puertas de la vecindad y arrojado las llaves a una coladera.
A lo largo de la obra, Magaña también expone personajes que si bien no accionan de forma concreta en el drama, sirven como un reflejo de las posturas morales ante ciertos temas. Resulta significativo que Andrés –hijo de Ana Romana– sea repudiado por toda la vecindad, incluso por su madre y hermana, por ser homosexual, aunque no demuestre de forma explícita su preferencia:
Andrés: No me gusta saber que los demás te hacen daño. La gente es mala y dicen cosas y me critican y me... Sofía... (Llora abrazándola. Para Sofía ese llanto es inexplicable.)
Sofía: (Con repugnancia.) No llores, no.
Andrés: Es un consuelo.
Sofía: Pero es que cuando tú lloras... No, déjame... Cuando tú lloras, lloras como una mujer...[12]
El idealismo, enfoque de todo melodrama, lo vemos reflejado en Los signos del zodiaco en tanto que los personajes sólo sufren las consecuencias de pertenecer a un sector marginado de la sociedad. Aun cuando se pudiera pensar que la mirada de Pedro Rojo es realista, los diálogos nos dan las claves para afirmar que no es así:
Polita: [...] “Su destino según los signos del Zodiaco”...
Pedro: No me salgas ahora con que tú también crees en esas tonterías... ¡Los signos del Zodiaco!
Polita: Tú eres libra. Yo escorpión. Son doce...
Pedro: Y falta uno, escucha: uno abajo del cual estaríamos todos nosotros, ellos, tú, yo, necesitados y románticos. (Levanta el brazo y señala el cielo.) Miles de estrellas y constelaciones. ¿Las ves? Y encima de todas el signo de Pesos. (Transición.) Mejor vámonos. Estoy diciendo puras tonterías. Escorpión, Libra, pero... ¿De veras crees en ellos?[13]
El pensamiento idealista de Pedro no es del todo evidente, pues el autor enfatiza la incredulidad del personaje ante la ilusión de que los signos del zodiaco influyen en la vida, sin embargo, lo sustituye por la idea del dinero. De esta forma, crea la misma concepción de pensamiento y nos muestra que la existencia parece estar predeterminada por una fuerza ajena a uno mismo: ya sea la de los astros o la económica. Si tenemos en cuenta que Los signos del zodiaco es considerada una obra de estilo naturalista, sólo habría que precisar una sutil diferencia al referirnos al concepto de idealismo. Al revisar el prólogo a La novela experimental de Émile Zola –considerado el padre del Naturalismo–, veremos que opina lo siguiente: “Yo llamo idealistas a los que se refugian en lo desconocido, a los que gustan sólo de las más arriesgadas hipótesis, a los que se niegan a someter dichas hipótesis al control de la experiencia con el pretexto de que la verdad está en ellos y no en las cosas”.[14] Sin embargo, la teoría genérico-estilística considera que las concepciones que los naturalistas tenían acerca del control sobre los fenómenos y la vida observada desde una perspectiva científica –en la cual los fenómenos pueden ser dominados– terminan por caer en el idealismo. Por esta razón, los elementos compositivos del Naturalismo están vinculados de forma estrecha con los del melodrama.
Magaña abordó el Naturalismo desde la concepción del espacio al situar la acción en un solo lugar –una vecindad– y desarrolló de forma profunda la idea en la que Zola explica: “El hombre no está solo, vive en una sociedad, en un medio social y para nosotros, novelistas, este medio social modifica sin cesar los fenómenos. Nuestro gran estudio está aquí, en el trabajo recíproco de la sociedad sobre el individuo y del individuo sobre la sociedad”.[15] Misma que se expresa en el drama, al ver cómo cada uno de los personajes de la vecindad de Magaña están determinados por el ambiente en el que viven y cómo el único preocupado por la sociedad –Pedro Rojo– logra observar y virar aquellos destinos que aún son materias posibles para la transformación.
Los signos del zodiaco y sus vestigios
Sobre la recepción inmediata de Los signos del zodiaco, Sergio Magaña refiere en una entrevista realizada por Juan Manuel Corrales, lo siguiente: “La opinión de los críticos fue unánimemente buena, pero la del público tuvo mayor elocuencia. Con tantos gritos yo creí que había fracasado. No fue cierto. Era el triunfo. Mi carrera, pues, estaba trazada”.[16]
La crítica coincide en ubicar Los signos del zodiaco como una obra fundamental tanto en la trayectoria del autor como la del teatro mexicano del siglo xx. Subraya, además, el hecho de haber llevado al Palacio de Bellas Artes por primera vez, la vida de una clase social baja.
En el prólogo a la semblanza de la obra de Sergio Magaña realizada por el Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli (CITRU), Rodolfo Obregón resalta:
La revista Proceso publicó un libro extenso sobre el arte en México durante el siglo xx. Cada uno de sus capítulos, dedicado a una especialidad artística, está coronado por una encuesta entre miembros distinguidos de la disciplina. En el caso del teatro, los entrevistados colocaron a Sergio Magaña en el cuarto lugar de importancia de dramaturgos del siglo xx; y sin embargo, en una pregunta complementaria, eligieron dos de sus piezas como la segunda y cuarta obra teatral más importantes de la centuria; mientras que Rodolfo Usigli, quien encabezaba la lista en ambas categorías, sólo se menciona El gesticulador.[17]
El éxito y la importancia de Los signos del zodiaco pueden verse reflejados en los diversos montajes y reposiciones que se hicieron de la obra a lo largo de los años; las críticas que se realizaron en torno a las puestas en escena tienden siempre a resaltar el trabajo de Magaña como dramaturgo. Sobre el reestreno del montaje de Salvador Novo en 1959, Armando de María y Campos señala:
La obra de Sergio Magaña continúa siendo excelente y ha calado tan hondo que su huella será difícil de borrar. Algunas alusiones a sucesos de la época en que fue estrenada la arrastran un poco al pasado, pero Los signos del zodiaco es no sólo una obra presente, sino también una obra con futuro ilimitado, y con el tiempo se convertirá, estoy seguro, en molde de fundir comedias. La exitosa pieza Cada quien su vida [de Luis G. Basurto] no existiría en el teatro nacional de no haber sido escrita antes Los signos del zodiaco.[18]
Sobre el impacto de Los signos del zodiaco en la obra de Basurto, Armando Pereira observa que el personaje creado por Magaña –Andrés– es fundamental como antecedente de la literatura homosexual y por lo tanto de Cada quien su vida. Aspecto que en la totalidad de la obra, debido a su poco énfasis en este tema, podría pasar desapercibido de no ser por el señalamiento agudo de los críticos.
Olga Harmony, contemporánea de Magaña, haría una revisión más profunda de la obra en 1997 con motivo de la reposición de la puesta en escena realizada por Germán Castillo y reflexionaría:
Su estreno en 1952 había estado lleno de significados, no sólo porque representó el descubrimiento de un nuevo talento, sino porque supuso el inicio cabal del teatro urbano, aunque ya Usigli tenía su consolidada obra de crítica a la clase media y a pesar de que ya antes se había estrenado El cuadrante de la soledad de José Revueltas, de breve vida escénica y que, al igual que Los signos del zodiaco intentó ser un gran fresco de la vida en un sector de la capital.[19]
Más adelante, con respecto al estilo expresionista que Germán Castillo utilizó para la puesta en escena, Harmony opina: “al demostrar que se le puede dar una vuelta estilística, lo ha convertido en un clásico de la especie a la que se puede lanzar multiplicidad de miradas”.[20] Observación importante que surge al tener en cuenta que Los signos del zodiaco se estrenó bajo el corte naturalista que la misma obra sugería de forma intrínseca en el texto.
A propósito también de la dirección de Germán Castillo, José Joaquín Blanco publicó un artículo para la revista Nexos en donde hace énfasis en la maestría de Magaña como dramaturgo:
La reciente reposición, bajo la dirección de Germán Castillo, de Los signos del zodiaco (que Novo dirigió en su estreno en 1951), reivindica el talento de ese dramaturgo tan original como extraordinario. ¡Las cosas a las que se atrevía! Inventó una vecindad a la manera de un ágora griego, cuyo patio se extendía como resumidero de historias, con tres o cuatro intrusiones a las viviendas. [Y concluye:] Se ha acusado al teatro mexicano de jamás tener algo de literatura. No es el caso de las obras de Sergio Magaña.[21]
La crítica en general coincide no sólo en resaltar las cualidades literarias del texto sino en la vigencia de la obra de Magaña. Al respecto el autor comentó en una entrevista: “A estas alturas es una desgracia que esta pieza de teatro, tan desgarrada en su exposición, desgarrada también por desgarradora, siga vigente en su denuncia a la realidad mexicana. No me siento orgulloso sino deprimido. ¿Acaso nuestro pueblo no ha avanzado en un cuarto de siglo? Igual corrupción, igual prostitución. ¡Todo nadando en un mar de ignominia!”.[22] Comentario que permite entrever que la intención de Magaña se centraba en dejar una huella profunda que expusiera los problemas más graves, a su parecer, del México de esos años.
Si bien la obra de Magaña tuvo un gran impacto a lo largo de sus diversas escenificaciones y aborda un tema que resuena en la actualidad, en un revisión crítica y contemporánea del texto, el exacerbado carácter melodramático de algunos de los personajes y las situaciones que plantea hacen que Los signos del zodiaco haya perdido la fuerza que la caracterizaba. Sin embargo, la obra es un referente obligado para comprender la transformación del teatro mexicano del siglo xx, pues abordó de una forma seria y profunda el estilo naturalista y dialogó durante muchos años con los espectadores, quienes en realidad sentían que ésta reflejaba un fragmento de la vida de ese tiempo.
Blanco, José Joaquín, "Los signos del zodiaco", Nexos, 1º junio 1997,(consultado el 23 de noviembre de 2015).
Harmony, Olga, "Los signos del zodiaco", La Jornada, 20 marzo 1997, (consultado el 23 de noviembre de 2015).
Magaña, Sergio, Los signos del zodiaco, 3ª ed., México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 1995.
----, "Entrevista con Sergio Magaña", por Juan Manuel Corrales, La Palabra y el Hombre, julio-septiembre, 1977.
María y Campos, Armando de, “Los signos del zodiaco en el teatro del Bosque”, Reseña histórica del teatro en México, (consultado el 23 de noviembre de 2015).
Ortiz Bullé Goyri, Alejandro, "Los años cincuenta y el surgimiento de la generación de medio siglo en el teatro mexicano", Tema y Variaciones de Literatura, núm. 30, 2008.
Serna, Enrique, "Sergio Magaña: El redentor condenado", Revista de la Universidad de México, octubre 2010, (consultado el 23 de noviembre de 2015).
Zelaya, Leslie, Una mirada a la vida y obra de Sergio Magaña (1924-1990), México, D. F., Secretaría de Cultura de Michoacán/ Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Instituto Nacional de Bellas Artes/ Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli, 2006.
Zola, Émile, El naturalismo, selec., introd. y notas de Laureano Bonet, Barcelona, Ediciones Península, 1972.
Los signos del zodiaco - teatro, [fragmento de puesta en escena], publicado el 26 de diciembre de 2011, duración: 1:07, (consultado el 23 de noviembre de 2015).