2020 / 27 ene 2020
Precedido por tres poemarios, Tiempo destrozado es el primer libro de cuentos escrito por Amparo Dávila (Pinos, Zacatecas, 2 de febrero de 1928). Fue publicado en 1959, bajo el sello editorial del Fondo de Cultura Económica fce, dentro de la colección Letras Mexicanas. Con una dedicatoria a su padre, una viñeta de Pedro Coronel en la portada y un tiraje de 2 000 ejemplares, las 12 narraciones de este volumen –“Fragmento de un diario”, “El huésped”, “Un boleto para cualquier parte”, “La quinta de las celosías”, “La celda”, “Final de una lucha”, “Alta cocina”, “Muerte en el bosque”, “La señorita Julia”, “Tiempo destrozado”, “El espejo” y “Moisés y Gaspar”– han sido clasificadas como literatura fantástica, surrealista, de lo extraño, lo siniestro, de horror e incluso de la escritura femenina. El segundo relato de este compendio, “El huésped”, apareció tres años antes en las páginas de la Revista Mexicana de Literatura, en el número 6 de la primera época; “El espejo”, décimo primero, en el 121-122 de Letras Potosinas, en 1956; el décimo segundo, “Moisés y Gaspar”, en el 12 de Revista Mexicana de Literatura y en el 1-4 de Cuadrante, ambos números de 1957, y, finalmente, “Fragmentos del diario de un masoquista”, en el 128-129 de Letras Potosinas, en 1958.
Casi veinte años más tarde, en 1978, el fce imprimió Tiempo destrozado en edición conjunta con Música concreta –siguiente libro de cuentos de Amparo Dávila, publicado en 1964 por la misma editorial–, como parte de la Colección Popular, con un tiraje de 5 000 ejemplares. Siete años después, Tiempo destrozado reapareció con el título de Muerte en el bosque (1985), dentro de la Colección Lecturas Mexicanas del fce, con un tiraje de 50 000 ejemplares. Éste recogió todos los cuentos de la primera edición y, en último lugar, añadió “El entierro”, relato final de Música concreta. Hacia 1992, la Universidad Nacional Autónoma de México unam editó, para la colección Material de Lectura/El Cuento Contemporáneo, Amparo Dávila, una selección de cuatro cuentos conformada por “El huésped” y “La señorita Julia”, de Tiempo destrozado; “El entierro”, de Música concreta, y “Árboles petrificados”, narración que tituló el tercer libro de relatos davileanos. En 2003, el fce reimprimió Tiempo destrozado dentro de la misma colección en que apareció originalmente, con un tiraje de 500 ejemplares. De nueva cuenta, en 2009, esta casa editorial publicó para su colección Letras Mexicanas Cuentos reunidos, última recopilación de la narrativa de Amparo Dávila, donde Tiempo destrozado no podía faltar. En abril de 2014, Fernando Yacamán e Ignacio Velasco estrenaron, en el Salón de Danza de la unam, Destrozando el tiempo, obra dramática donde recrearon fragmentos del cuento que dio nombre a Tiempo destrozado.
A pesar de lo anterior, en un primer momento, este volumen de cuentos no tuvo una amplia recepción. Fue hasta finales del siglo xx y principios del xxi cuando críticos, escritores, estudiosos e historiadores comenzaron a revalorar su importancia dentro del panorama de la literatura mexicana pues, más allá de su filiación con lo gótico, lo fantástico o lo femenino, a menudo sus narraciones desmantelan convenciones, generando una reflexión profunda sobre el hombre y sus normas. Desde esta opera prima narrativa, la poética de Amparo Dávila se caracterizó por captar el momento de una fractura personal, a partir de la cual el orden externo establecido se disloca, poniendo en duda su aparente normalidad. El narrador davileano sondea la caída de barreras entre lo interno y lo externo, entre la cordura y la locura, posibilitando una desarticulación temporal donde lo intangible y lo insólito pueden presentarse: situaciones patológicas en personajes de la clase media mexicana, quienes, tras sufrir una alteración en algún aspecto de su vida, se ven orillados a buscar una solución para tan agobiante experiencia.
Amparo Dávila nace en Zacatecas; allí reside hasta 1935, cuando su familia se muda a San Luis Potosí, y es aquí donde inicia su carrera como escritora con tres poemarios.[1] Después, en 1954, la joven autora decide trasladarse a la Ciudad de México en busca de un horizonte más amplio para dar cauce a sus inquietudes literarias. Cuando llega a la capital, el ambiente imperante es de un desarrollo estabilizador, primicias del “milagro mexicano”, cuya presencia se prolonga hasta la década de 1960 gracias a “la mesura estabilizadora de Adolfo Ruiz Cortines y la simpatía de Adolfo López Mateos”.[2] Caracterizado por un crecimiento económico, una modernización y una aparente estabilidad política, los problemas básicos por resolver para los gobiernos de ese periodo se concentran en alcanzar niveles altos de inversión tanto pública como privada y mantener la paz social. Para garantizar lo anterior, el estado promueve lo necesario: servicios educativos, políticos, fiscales, comerciales, de salubridad y recreación. Gracias a este proceso modernizador, la concentración de capital aumenta y la clase media acrecienta su poder adquisitivo. En consecuencia, nuevos idearios comienzan a entrar en vigor, especialmente aquel de la universalidad ideológica: pensar, actuar y vivir como los países de primer mundo. La Revolución y la herencia indígena ya no son compatibles con la información internacional recibida. La clase media recibe dichas ideas con los brazos abiertos. “En los medios artísticos se criticaba lo limitado del costumbrismo y el regionalismo [...], pues sentían más la necesidad de saber sobre los efectos de la Revolución en la clase media, que seguir leyendo obras sobre ésta [...] se instalan entonces otros mitos [...], otras costumbres, otros gustos”.[3]
A la par de estas transformaciones, las letras mexicanas también experimentan un nuevo periodo. Durante éste se publican Tapioca Inn. Mansión para fantasmas (1952), de Francisco Tario; Confabulario (1952) y Bestiario (1959), de Juan José Arreola; El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo; Los días enmascarados (1954), La región más transparente (1958) y Las buenas conciencias (1959), de Carlos Fuentes; Balún Canán (1955), de Rosario Castellanos; Quince presencias (1955), de Alfonso Reyes; El arco y la lira (1956), Las peras del olmo (1957) y La estación violenta (1958), de Octavio Paz; La noche alucinada (1956), de Juan Vicente Melo; Un hogar sólido (1958), de Elena Garro; Tiempo cercado (1959), de Sergio Pitol; Ven, caballo gris y otras narraciones (1959), de José de la Colina; La justicia de enero (1959), de Sergio Galindo; La creación (1959), de Agustín Yáñez; Obras completas (y otros cuentos) (1959), de Augusto Monterroso; y La sangre de medusa y otros cuentos marginales (1959), de José Emilio Pacheco. Las influencias literarias del existencialismo y el psicoanálisis permean no sólo al país, sino al continente entero. Julio Cortázar publica Final de juego, en 1956, y la cuentística de Jorge Luis Borges se edita de 1944 a 1975.
En este contexto surge la Generación de Medio Siglo, un grupo intelectual multifacético, integrado por escritores mexicanos nacidos entre 1921 y 1935, al día con su época, cuyas diversidad, capacidad participativa y cuestionadora, y su movimiento centrípeto/centrífugo –en palabras de Sara Poot Herrera– lo caracterizan.[4] Emparentada con la plasticidad surrealista, la revolución femenina, la libertad de expresión y “una necesidad perenne de hallar otra realidad, tal vez más injusta y trágica, pero aún más sugerente y lúdica que la otra”,[5] esta generación es el primer cenáculo literario moderno donde alternan nombres de autores y autoras. Durante las décadas de 1950 y 1960, el panorama cultural se ve acaparado por este grupo: sus miembros participan en un sinnúmero de actividades culturales y contribuyen en diversas publicaciones con sus textos.
Así, el camino de las letras se augura, en adelante, más denso e intelectual; preocupado por los problemas cotidianos y personales, el cambio en las relaciones humanas, la concepción de la familia y el papel de la mujer en tales procesos, sin abandonar la perfección estilística. “Es la década de los cincuenta, mitad de siglo, y México efervece culturalmente. La aparición de varias revistas literarias sirve de impulso para los jóvenes escritores y abre las puertas del ámbito literario a una generación rica en exponentes femeninos, amén de los masculinos. La voz de la mujer se eleva y completa el escenario cultural mexicano”.[6] Justamente, en esas fechas, Rosario Castellanos publica su tesis Sobre cultura femenina (1950), donde aborda el problema de su marginación no sólo en la literatura sino también dentro de la cultura en general, así como De la vigilia estéril (1950); María José de Chopitea, Lazos de infancia (1950); María Esther Nájera, Pasajeros de segunda (1950); María Elodia Terrés, Seis cuentos (1950); María Elvira Bermúdez, Soliloquio de un muerto (1951); Paulita Brook, La espiga y el racimo (1951); María Luisa Hidalgo, Cuentas de cuentos (1951); Mónica de Neymet, La niña que quería tener los ojos azules (1951); Ana Ortiz Angulo, El regreso a la tierra (1951); Victoria Urbano, Marfil (1951); Luisa Josefina Hernández, Aguardiente de caña (1951), La corona del ángel (1951); Afuera llueve (1952), Botica modelo (1953), Los sordomudos (1954), Los frutos caídos (1956), Los huéspedes reales (1958); El lugar donde crece la hierba (1959) y Los duendes (1960); Lola Vidrio, Don nadie y otros cuentos (1952); Adela Palacios, Mi amado Pablo (1953); Verna Carleton de Millán, La mujer que quiso ser infiel (1954); Guadalupe Dueñas, Las ratas y otros cuentos (1954) y Tiene la noche un árbol (1958); Elena Poniatowska, Lilus Kikus (1954), Melés y Teleo. Apuntes para una comedia (1956) y Palabras cruzadas. Crónicas (1961); Julia Hernández Terán, Misterios (1955) y La niña que vivió en un espejo (1956); Margarita Mendoza López, Una voz alada y… de un país inexistente (1955); Carmen Toscano, Leyendas del México colonial (1955); María Lombardo de Caso, Muñecos de niebla (1955) y Una luz en la otra orilla (1959); Eglantina Ochoa Sandoval, Complejerías (1955) y Desasimiento (1959); Carmen Rosenzweig, El reloj (1956) y Mi pueblo (1958); Carmen Báez, La robapájaros (1957); Raquel Banda Farfán, La cita (1957) y Un pedazo de vida (1959); Beatriz Espejo, La otra hermana (1958); Elsa de Llarena, Prosas (1958); Josefina Vicens, El libro vacío (1958); Lénica Puyhol, Maremagnum (1958) y Entre lo silvestre (1959); Tita Valencia, El hombre negro (1958); María Yolosóchil, Granos de maíz (1958); Altair Tejeda de Tamez, El perro acomplejado (1958); Nidia Esther Rosado, Cuando la feria acabe (1959); Emma Dolujanoff, Cuentos en el desierto (1959) y El gallo de oro (1960).
Durante el surgimiento de esta narrativa mexicana –impulso de un rompimiento, derrotero y preludio para la consolidación de una nueva literatura que se proyectaría en el ámbito internacional–, Amparo Dávila publica su primera colección de cuentos, Tiempo destrozado (1959). A pesar de todas las coincidencias históricas y culturales, y de convivir con otros escritores como Julio Cortázar, Aline Petterson, Alejandra Pizarnik, Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Tomás Segovia, Agustín Yáñez, Margarita Michelena, José Revueltas, Josefina Vicens, Homero Aridjis, Augusto Monterroso, Inés Arredondo, Eduardo Lizalde, José Gorostiza, Carlos Eduardo Turón, Luis Mario Schneider, María del Carmen Millán, Alí Chumacero, Juan José Arreola y Juan Rulfo, la autora zacatecana decide no afiliarse a la Generación de Medio Siglo ni a la escritura fantástica o femenina, si bien suele identificársele como parte de éstas. El venturoso encuentro entre la escritora zacatecana y Alfonso Reyes en San Luis Potosí, y la posterior colaboración como su secretaria en la Capilla Alfonsina, propician gran parte del crecimiento de su carrera. Precisamente, durante los tres años que trabaja al lado del regiomontano, da a publicar sus primeros cuentos en la Revista Mexicana de Literatura, la Revista de la Universidad de México, Estaciones y la Revista de Bellas Artes, entre otras. Así, “El huésped” aparece en 1956, en la Revista Mexicana de Literatura, fundada y dirigida por Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo, junto a textos del mismo Fuentes, Carlos Valdés, Emilio Carballido, Elena Poniatowska, Enriqueta Ochoa y Fausto Vega, por mencionar algunos de sus colaboradores. “Moisés y Gaspar” es publicado en esa misma revista y en Cuadrante, en 1957; mientras “El espejo”, en el número 121-122 de Letras Potosinas, en 1956; y “Fragmentos de un diario de un masoquista”, en el 128-129 de esta misma, en 1958. Cuento tras cuento, Amparo Dávila reúne doce narraciones para su primer libro, Tiempo destrozado (1959), editado por el fce en la Colección Letras Mexicanas, volumen 46. En 1964, otras ocho conforman Música concreta, de nuevo bajo el sello del fce, en la Colección Letras Mexicanas, volumen 79. En 1977, doce más constituyen Árboles petrificados, su tercer libro de cuentos, esta vez publicado por la editorial Joaquín Mortiz, en su Colección Nueva Narrativa Hispánica. Finalmente, Cuentos reunidos (fce, 2009) ofrece Con los ojos abiertos (2008), último libro inédito de Amparo Dávila, integrado por cuatro cuentos y una crónica. Treinta y siete narraciones en cuatro libros, las más celebradas, antologadas y estudiadas han salido de Tiempo destrozado: “Alta cocina”, “El huésped”, “La señorita Julia”, “La celda”, “Fragmento de un diario”, “El espejo” y “Moisés y Gaspar”. Desde estos primeros cuentos, Amparo Dávila registra “los desarreglos de la mente a que da nacimiento una sociedad fracturada en sus ámbitos nodales, el hogar y el empleo”;[7] un mundo cuyos “orden civilizado” y “normalidad”, en su intento de estandarizar las vidas de las personas a favor de una organización productiva, se ve corroído por pulsiones inconfesables; donde nadie está a salvo de los impulsos destructivos y autodestructivos generados por la fragilidad de este civilizado orden occidental y sus instituciones.
En Tiempo destrozado no hay “regionalismo, ni una crítica social explícita; su enfoque de la vida urbana se da más que nada en las esferas domésticas, no se le delata interés por escenarios ni búsquedas cosmopolitas”.[8] Por el contrario, es posible entrever la presencia de una ambigüedad, un terror psicológico, formas de la literatura fantástica y gótica europea del xix, así como una preocupación por la vida monótona –ya sea laboral, doméstica o familiar–, todo lo cual se acentúa en sus libros posteriores. Sus personajes parecen vivir en un mundo del cual quisieran escapar o elidir; orillados a la locura, la paranoia y el miedo constante, se ven involucrados “en actos siniestros, ya sea como ejecutantes o como seres que padecen y aceptan lo ominoso como una forma de vida o un destino [...] interiorizan una fijación por el peligro, se sienten atacados por los demás, son seres que terminan aislados en espacios fríos y que se desvanecen frente al horror de sus actos, a su memoria tormentosa, a la soledad y a lo siniestro como condición humana ineludible”.[9] Como Horacio Quiroga, la narradora zacatecana recrea situaciones de horror patológico pero, sobre todo, en el seno de una clase media mexicana. Lo siniestro, uno de los hilos conductores desde Tiempo destrozado hasta Con los ojos abiertos, ha hecho que la crítica encasille sus obras dentro de lo fantástico,
sin tomar en cuenta que otros textos de ella no necesariamente caben en este apartado [...] En algunos casos, la experiencia narrada se sale de las normas y reglas de la naturaleza, por lo que se podrían considerar relatos maravillosos, surrealistas o góticos [...] Lo siniestro, en ella, no ha de interpretarse sólo desde la perspectiva freudiana, ya que en sus cuentos deja la constitución de este elemento bajo la responsabilidad del lector. Es éste el que intuye y percibe cómo lo siniestro se da en muy diversos aspectos sin que se imponga sorpresivamente o de manera fatídica, pues la escritura de Dávila nos lo ofrece como parte de la vida cotidiana, del quehacer de todos los días.[10]
Como la literatura fantástica utiliza muchas veces estos ingredientes, aunque no necesariamente, tales características en los cuentos más conocidos de Amparo Dávila han generado que la crítica encasille su obra dentro de lo fantástico y, en consecuencia, tienda un puente entre ésta con la Edgar Allan Poe, William Shakespeare, T. S. Eliot, Hans Christian Andersen, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.[11] Además de las apropiaciones confesadas directamente por la escritora –la Divina comedia, de Dante Alighieri; la Biblia; Franz Kafka; y los grabados de Gustave Doré–,[12] también se la ha relacionado con Juan José Arreola, Julieta Campos, Josefina Vicens, Inés Arredondo, Juan Vicente Melo, Salvador Elizondo y Juan García Ponce.[13] Lecturas más recientes han hallado otros parentescos con escritores como Carlos Fuentes, Adolfo Bioy Casares, Francisco Tario, Guadalupe Dueñas y Albert Camus[14] o correspondencias con imágenes góticas como aquella de la mujer atrapada o confinada en una casa o habitación.[15]
Su voz literaria, más que “devastar la realidad conjurando lo sobrenatural –como se propuso el género fantástico en el siglo xix– [busca] intuirla y conocerla más allá de esa fachada racionalmente construida”,[16] al poner en jaque las fronteras entre el sujeto y la razón, es decir su idea de mundo –la realidad, el sueño, la locura, etc.–, por medio del doble, la fractura del tiempo, la ambigüedad entre la vida y la muerte o la normalidad y la enajenación mental. Si bien su obra no ha sido apreciada como la de una autora central, actualmente se ha vuelto una referencia ineludible en las antologías y los recuentos de ficción breve del siglo xx mexicano. Discreto, su sitio continúa permanente, pues constituye uno de los antecedentes directos del cuento contemporáneo. Como ella, otras autoras mexicanas nacidas durante los años veinte –Elena Garro, Rosario Castellanos, Luisa Josefina Hernández e Inés Arredondo, por ejemplo– atestiguaron la consolidación y el reconocimiento muchos años después de publicados sus textos. Gracias a esta generación de escritoras, las siguientes han sido consideradas ya plenamente profesionales, dándose a conocer de manera más amplia en editoriales universitarias y nacionales e, incluso, internacionales como Alfaguara y Tusquets.
Aunque alejada de ciertas dinámicas de la vida cultural, literaria y política de México, Amparo Dávila nunca ha perdido contacto. De 1978 a 1982 es secretaria de la Asociación de Escritores de México aemac y tesorera del Pen Club de México por tres periodos. Años más tarde, imparte talleres de narrativa a particulares y en la aemac, por medio de los talleres de cuento para el Departamento de Literatura del inba. Asimismo, en 2013, es la primera mujer en ser galardonada durante el Noveno Encuentro de Escritores Literatura en el Bravo, y en ser reconocida con el Premio Estatal de las Artes “Francisco Goitia”, por el Instituto Zacatecano de Cultura Ramón López Velarde y el inba. En 2015, con el fin de dar visibilidad a la obra de la autora zacatecana y promover la creación literaria entre los escritores jóvenes de México, el Municipio de Zacatecas, la Secretaría de Cultura y el inba, crean el Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila, único concurso literario en Hispanoamérica exclusivamente digital.
Lo siniestro u ominoso (Unheimlich), noción del psicoanálisis freudiano; el doble (Doppelgänger), del romanticismo alemán; escritura fantástica, surreal, gótica, neofantástica o femenina han sido algunos términos manejados por los estudiosos para explicar los cuentos amparodavileanos.[17] No obstante, como ha señalado Evodio Escalante,
estas aproximaciones, que peligrosamente se convierten en esquemas explicativos, recubren a menudo el núcleo vivo de sus textos añadiendo innecesarias capas de interpretación que acaso ocultan y vuelven invisible lo que hay de más peculiar en ellos. [...] Por supuesto, la obra precisa y condensada de Amparo Dávila no necesita un mesías de la crítica, sino antes bien la devoción del atento lector, liberado de los lugares comunes y de los prejuicios que a menudo empañan el trabajo y el placer de la lectura.[18]
Con todo, sí es posible rastrear dos elementos propios de su poética: soledad y miedo. A partir de uno se produce el otro y, entonces, irrumpe todo lo demás. Los personajes de Tiempo destrozado se crean de soledad,[19] no exclusivamente física, sino también interna, de incomprensión, vacío e incomunicación; de miedo a algo acechando su cotidianidad; tímidos, obsesivos, nerviosos, en cuya vivencia del mundo se entrecruzan diversos tiempos. Historias de vidas contenidas, bitácoras íntimas de seres angustiados donde el tedio y la oquedad existencial se enmascaran tras una violencia interna; donde el dolor, el insomnio, la locura, el suicidio y el desdoblamiento enajenan. En los doce cuentos de esta primera obra narrativa de Amparo Dávila
la cotidianidad se ve trastocada, ya sea por un elemento externo, como en “El huésped” o “La celda”, ya sea por algún conflicto que surge de la interioridad del propio personaje, como en “Un boleto para cualquier parte” o “La señorita Julia”. La agresión en sus diversas modalidades; el desdoblamiento que confronta el bien y el mal; los mundos paralelos a los que sirven como puerta de entrada los espejos; lo onírico, con sus rasgos de auténtica pesadilla; el desencanto por la forma de vida; la represión de todo tipo que la sociedad impone, son aspectos que se desarrollan en este libro, con la muerte, o su posibilidad, desplegándose en cada uno de ellos.[20]
Los relatos de Tiempo destrozado, a excepción quizá de “Muerte en el bosque”, responden a la siguiente estructura: a partir de un hecho insólito, la cotidianidad aparentemente normal del protagonista comienza a desarticularse de tal manera que éste termina traspasando las nociones del tiempo, el espacio y hasta del yo. “Sus personajes se mueven en un mundo tan cotidiano que parece que nada alterará su estabilidad o equilibrio, pero siempre existe ‘lo otro’, lo repentino, que surge sin previo aviso y se instala en esa cotidianidad abriendo el caos que creará la ruptura. Después ya nada será fácil [...]”.[21] El narrador contrapone, entonces, el mundo rutinario y estático de la realidad externa contra el desasosegado mundo interno del personaje. Mediante la yuxtaposición de problemas metafísicos en un contexto físico, es decir, lo “verdadero” y lo visible, desfamiliariza lo más íntimo y consuetudinario de una vida. En Tiempo destrozado “no se puede ser lo que se desea pues resulta perjudicial para la sociedad y rompe con los núcleos sociales (la familia, la religión, el trabajo); y […] si se es lo que se desea se acaba uno sometiendo a la realidad que impone lo homogéneo como punto de estabilidad: uno debe casarse, se debe contener la ira, se deben aceptar las responsabilidades, ser sumiso, acatar las órdenes, seguir la vía recta [...]”.[22] Por esto, la acción suele transcurrir en espacios enclaustrados, oscuros, y si son abiertos, se convierten en escenarios lúgubres, “microcosmos donde el horror agazapado lanza de repente el zarpazo, y sin misericordia alcanza a seres propensos a la indefensión. Amparo Dávila apela a la acción rápida, los diálogos, en más de las veces, son mínimos o integrados al movimiento de la trama”.[23] Verbi gratia, “La quinta de las celosías” y “La señorita Julia”, relatados por un narrador extradiegético y cuyos personajes principales son mujeres solas, incomunicadas, envueltas por algo angustiante. Los padres de ambas han muerto; solteras, las dos habitan y trabajan en espacios cerrados: una vive en una quinta “como de costumbre a oscuras; las celosías no permitían que la luz interior se filtrara” y labora en un anfiteatro embalsamando cuerpos;[24] la otra, en una casa vieja, heredada también por sus padres al morir, y en la oficina de una empresa, donde “llevaba quince años [...] y siempre había pensado trabajar allí hasta el último día que pudiera hacerlo, a menos que se le concediera la dicha de formar un hogar como a sus hermanas”.[25]
El tiempo es otro elemento integrador no sólo de los doce cuentos de este libro, sino del resto de sus narraciones. Cada uno de éstos transmite una lucha contra la rigidez de un tiempo establecido por alguien o algo externo a sus protagonistas. En “La celda”, por ejemplo, María Camino enloquece a causa de un ser masculino indefinido, quien aparece todas las noches en su cuarto: “Allí lloró de rabia, de fastidio… hasta que él llegó y se olvidó de todo [...] Las manecillas del reloj no se movían. El tiempo se había detenido… Ahora el tiempo también se había detenido…”.[26] El antes y el después se marca con el cambio de una voz extradiegética a otra intradiegética. En este tránsito de la tercera persona a la primera “la suspensión del tiempo real dentro del relato es explícita y la ruptura entre el tiempo de la vida cotidiana, con sus costumbres, y el tiempo nuevo, con sus avatares, queda completamente en evidencia”.[27] En “Tiempo destrozado”, la temporalidad según el Génesis es quebrantada. Si la Biblia registra durante seis días el proceso de la creación del universo y del hombre por Dios, en el cuento de Amparo Dávila se crea el caos.[28] A través de seis apartados aparentemente inconexos que confluyen gracias al fluir psíquico de un sujeto femenino tácito “se nos permite ubicarnos en el espacio subjetivo donde habita una in-conciencia que se expresa metafórica y atemporalmente: es el instante, el tiempo suspendido, el tiempo destruido [...] en la zona del caos, sin presente, pasado ni futuro, sin aquí ni ahora, sólo la nada, la oscuridad, el instante.”[29] “Fragmento de un diario”, narrado por un anónimo “virtuoso del dolor”,[30] consigna durante diecisiete días, de julio a agosto de algún año, cómo se ejercita en una rigurosa disciplina del sufrimiento. “Registro cronológico del tiempo por medio del diario y supresión del mismo, cuando el protagonista abandona voluntariamente su nexo con la cotidianidad, para ir tras un tiempo nuevo, a costa de sí mismo y de otros”.[31]
Otra característica en las narraciones de Tiempo destrozado es el tópico del doble. En “La celda”, “Final de una lucha”, “El espejo”, “El huésped” y “Moisés y Gaspar” éste funciona como aniquilación de la identidad de los protagonistas y, a su vez, “como símbolo del tiempo simultáneo y fragmentado”.[32] En “Final de una lucha”, por ejemplo, el narrador extradiegético relata cómo Durán ve a otro hombre, un doppelgänger de sí mismo, con la mujer que se había resistido a consentir sus flirteos:
Estaba comprando el periódico de la tarde, cuando se vio pasar, acompañado de una rubia. Se quedó inmóvil, perplejo. Era él mismo, no cabía duda. Ni gemelo ni parecido; era él quien había pasado. Llevaba el traje de casimir inglés y la corbata listada que le había regalado su mujer en Navidad [...] El hombre y la rubia iban ya por la esquina. Echó a andar tras ellos apresuradamente. Tenía que hablarles, saber quién era el otro y dónde vivía. Necesitaba averiguar cuál de los dos era el verdadero. Si él, Durán, era el auténtico dueño del cuerpo y el que había pasado su sombra animada, o si el otro era el real y él su sola sombra.[33]
Las presiones consuetudinarias –como el matrimonio, el éxito económico y la buena reputación–, “inseguridades en la familia y el trabajo, por abandonos, pérdidas, quebrantos de cara a patrones de vida y conducta propios de la existencia urbana o en general exigidos por las convenciones sociales, y que resultan difíciles de cumplir en su entereza para cierta clase de temperamentos sensibles”,[34] se incrustan en la psique de los personajes al punto de impedirle un vislumbre “normal” de la realidad. Ejemplo claro de esto es “Un boleto para cualquier parte”, donde un oficinista entra en pánico ante la a imprevista visita de “un señor muy serio, alto y flaco, vestido de oscuro”;[35] antes de siquiera verlo o conversar con él, comienza a suponer fatídicas consecuencias para su futuro: su madre ha muerto, lo han inculpado de robo en su empleo, la familia de su novia ha roto con el compromiso nupcial, porque “Un hombre alto, flaco, muy serio, vestido de oscuro, sólo podía llevar una mala noticia”.[36] En la misma línea, “Muerte en el bosque” trata de un hombre quien, agobiado por su mujer y su precaria situación económica, busca un departamento más amplio para él y su familia; aturdido, entrevé en la idea de volverse árbol un escape y echa a correr para perderse en el bosque. “Sentía horror de llegar a aquella casa, de ver a la mujer que había amado gorda, sucia, despeinada, oliendo a cebolla todo el tiempo, con las medias deshiladas y flojas, el fondo salido [...] de aquella fatiga de toda su vida, de los tranvías, de las calles llenas de gente y de ruido, de la prisa, de los relojes, de su mujer, de la horrible vivienda, de los niños”.[37]
En “El huésped” y “Moisés y Gaspar” todos estos elementos –espacio, tiempo, temática social y tópico del doble– cobran una gran relevancia. En el primero, la narradora intradiegética homodiegética nos cuenta el miedo experimentado a causa de la opresión de un ser extraño traído a la casa por su esposo. “La tensión narrativa coloca al lector en la indeterminación sobre si la amenaza representada por la criatura es la cotidiana violencia conyugal”.[38] Mientras en el segundo, José, narrador intradiegético homodiegético, nos cuenta cómo Moisés y Gaspar se apoderan del espacio que comparten con él y lo vuelven, de cierto modo, su prisionero. Sin embargo, él no quiere deshacerse de estos extraños seres porque su hermano Leónidas, antes de morir, le encomendó su cuidado como una misión a cumplir hasta las últimas consecuencias, incluso a costa de su propia felicidad.
Los narradores homodiegéticos de “Alta cocina” y “El espejo”, incapaces como José de enfrentarse a una situación hostil, se ven condenados a cargar con ésta el resto de sus vidas. En el primero, el recuerdo de la cruenta preparación de un platillo acompaña al protagonista para siempre a manera de culpa homicida: “Cuando oigo la lluvia golpear en las ventanas vuelvo a escuchar sus gritos. Aquellos gritos que se me pegaban a la piel como si fueran ventosas. Subían de tono a medida que la olla se calentaba y el agua empezaba a hervir. También veo sus ojos, unas pequeñas cuentas negras que se les salían de las órbitas cuando se estaban cociendo”.[39] En el segundo, la presencia de un espejo, cuyo vacío oscuro emite música espeluznante y figuras informes, mortifica todas las noches a la misma hora a un hombre y su madre: “Habíamos sido elegidos y, como tales, aceptamos sin rebeldía ni violencia, pero sí con la desesperanza de lo irremediable”.[40]
Los doce cuentos de Tiempo destrozado están construidos a partir de personajes aparentemente estables, pero cuyo equilibrio pende de un hilo. “En el fondo [...] el yo es un abismo que mira su profundidad sin fin”.[41] A causa de un hecho inexplicable según las leyes de la “realidad común”, el devenir se suspende y nada vuelve a ser lo mismo para sus protagonistas. No es casualidad que esta primera obra narrativa de Amparo Dávila se titule Tiempo destrozado y el cuento homónimo sea una pieza donde la trama, el tiempo y el espacio se fracturan. La estructura y la idea general de “Tiempo destrozado”
consiste en presentar una sucesión de sueños tan fugaces como tenebrosos, cada uno más estremecedor que el anterior: una niña cae en un estanque que en el fondo es un gran charco de sangre, un hombre se lanza al centro de un patio desde una alta cornisa, un árabe intenta venderle telas deslumbrantes a una mujer hasta desquiciarla, alguien entra en un vestidor, repleto de percheros y ropas, en cuyo fondo aguarda una mujer muerta [...] “Tiempo destrozado” [reproduce] a su vez y a pequeña escala la estructura general de la obra de Dávila, su forma de laberinto concéntrico. Leídos de corrido, sus libros producen el mismo efecto que al terminar [este cuento]: la sensación de haber salido de una habitación terrorífica para entrar de inmediato en otra, idéntica.[42]
Desde este primer volumen, los relatos amparodavileanos socavan posiciones y estructuras mentales habituales mediante la conjetura y la ambigüedad; incitan al lector a traspasar umbrales, cuestionar concepciones y convenciones, a transformar su indiferencia ante la aparente realidad y averiguar sus mecánicas más profundas.
Una percepción obsesiva de la realidad
Los cuentos de Amparo Dávila ya aparecen en varias antologías, su nombre figura en el Diccionario de Escritores Mexicanos y, eventualmente, se le han dedicado análisis en revistas especializadas, capítulos de libros, reseñas y estudios de grado. No obstante, sus obras permanecieron fuera del ámbito literario y académico por mucho tiempo. Baste recordar que Tiempo destrozado, publicado en 1959, tuvo una segunda edición 19 años después, junto a Música concreta, en 1978; una tercera, siete años más tarde, bajo el título de Muerte en el bosque (1985), y una reimpresión en 2003. Hasta finales del siglo xx y principios del xxi, un puñado de escritores, críticos e historiadores de la literatura comienzan a reconocerla como una figura importante. Pasaron más de treinta años para que su obra entrase a la discusión académica más rigurosa y formal. A partir del cambio de siglo, empieza a ser redescubierta y frecuentada por estudiosos y lectores, quizá debido al resurgimiento de la literatura fantástica, donde se ha querido situar su narrativa. Al parecer, la primera tesis en México dedicada a su obra data de 1991, Análisis de la postura narrativa en el cuento “La celda” de Amparo Dávila, por Yolanda González García, en la Universidad Autónoma del Estado de México. En 2002, Cristina Rivera Garza publica su novela La cresta de Ilión (México: Tusquets), donde convierte a Amparo Dávila en personaje; y Alma Gloria Hernández García presenta La literatura fantástica en dos cuentos de Amparo Dávila como recurso para plantear un conflicto existencial, primera tesis en la unam dedicada a la obra de la zacatecana. Reconocidos críticos e historiadores como Emmanuel Carballo, María del Carmen Millán, Aurora Ocampo, Christopher Domínguez Michael y María Elvira Bermúdez[43] la incluyen en sus respectivas antologías y análisis sobre el cuento. Sus textos han merecido la atención de intelectuales como Salvador Reyes Nevares, Huberto Batis, Francisco Zendejas, Eve Gil y Rafael Lemus.[44]
No obstante, Tiempo destrozado, a diferencia de Música concreta (1964), Árboles petrificados (1977) y Muerte en el bosque (1985), no consigue tantas reseñas al momento de su publicación, debido quizá, entre otras cosas, a la falta de herramientas adecuadas para su comprensión. Aunque Edmundo Meouchi lo comenta en El Universal del 6 de septiembre de 1959, y José Vázquez Amaral, profesor en la Rutgers University de Estados Unidos, el 18 de septiembre de ese mismo año en The New York Times, entre las primeras críticas, la de Julio Cortázar en epístola ha sido una de las referencias más citadas: “He tenido un gran placer con la lectura de Tiempo destrozado, que me parece un excelente libro. En la solapa se habla de esta obra como de su primer libro de cuentos; si es así, admiro la maestría y la técnica que se advierten en cada página”.[45]
Otra es la de Eunice Odio, para quien Amparo Dávila se revela con Tiempo destrozado
como cuentista nata en el difícil género llamado fantástico. Sus personajes, que van dando legitimidad a la trama, ya sean entes como el masoquista del “Fragmento de un diario”, u hombres como el de “Boleto para cualquier parte”, tienen dimensiones de cuerpo geométrico: largo, ancho y una profundidad de tal naturaleza, que es prácticamente insondable, como lo es la de todos los tipos bien trazados de la mejor literatura fantástica [Amparo Dávila] junto con los poetas metafísicos, forman raza aparte. La especulación de esta autora es interesada, menos intelectual que la de Borges, Arreola o Cortázar. El sujeto de su obra −exceptuando quizás al del “Fragmento de un diario”− regido por líneas tan precisas como indefinibles, oscila entre Kafka y Meyrink. Cada uno de éstos le ha dado su particular visión racional de lo irracional, su modo de fundir la realidad de lo sabido con la de lo ignorado. Mediante estos métodos diferentes o mezclando ambos, Amparo Dávila mueve a sus personajes poniéndolos al margen de lo humano, del conocimiento racional, de la medida, con una maestría que poquísimas veces puede notarse en un primer libro. Ciertas fuerzas que están más allá de la percepción y de todo lo comprobable, configuran la atmósfera desgarrada de su libro. Este es, en definitiva, un movimiento de huida incontenible. Los protagonistas, ligados a esas fuerzas malditas, huyen ante su inminencia. Van como en un laberinto sin principio ni fin, desprovistos del hilo de Ariadna, huyendo de un aposento a otro, evadiéndose para no afrontar lo que no se sabe; con miedo infernal a una presencia ominosa que se manifestaría si se quedaran en un sitio. El señor x toma “Un boleto para cualquier parte”, se marcha no se sabe a dónde, para evitar enfrentarse con no se sabe qué cosa maligna [...] El último cuento del volumen, trazado de mano maestra, es un digno final. Resume, en cierta forma, a la obra entera. En “Moisés y Gaspar” se encuentran todos los elementos temáticos que son el eje del libro.[46]
En esta misma línea, Jorge Olmo declara:
Con oficio y un lenguaje ceñido, preciso, Amparo Dávila crea en este libro a través de los doce relatos que lo forman, un mundo hermético y muy determinado en el que lo inmediato, lo cotidiano, aparece siempre como el principio de un camino que fatalmente concluye en lo inesperado, lo fantástico. En Tiempo destrozado la vida parece una mezcla indisoluble de razón y locura, y el encuentro con ésta es el final inevitable. La autora logra sugerir, crear, un clima de angustia, de sobresalto, que se sostiene a través de todo el libro, unificándolo y determinándolo. La intencional ausencia de soluciones objetivas, sumerge al lector en un ambiente irreal, susceptible de ser experimentado, pero no explicado racionalmente; pero también hace sentir con cierta frecuencia que los relatos están truncos, incompletos; terminan después de la exposición del conflicto, cuando el desarrollo de éste parece más indispensable. Pero, por encima de esta tal vez aparente limitación, el libro presenta a una autora de muy apreciables dones.[47]
Para Emmanuel Carballo, Tiempo destrozado
ofrece una visión del mundo en la que la lógica cede sitio al absurdo, el orden al caos, el tiempo cronológico al tiempo subjetivo, la felicidad experimentada a la felicidad que sólo puede conseguirse en el sueño o la locura. Los personajes se evaden a la primera oportunidad que se les presenta de los hábitos pacientemente conquistados, de sus pertenencias materiales e inmateriales (que de satisfacciones paran en deberes ingratos y a veces repulsivos), del libre albedrío, máscara tras la cual se esconde el determinismo [...] La realidad que describen estos cuentos no es una realidad de circunstancias, de lugar común; es una realidad probable, profunda. En estos textos todo es verdad, menos el texto en conjunto. Son escrupulosos en la fidelidad del detalle, despreocupados en la veracidad de la anécdota. Le dan al lector “gato por liebre”: hechos increíbles como creíbles y viceversa. A la postre, el lector no distingue lo real de lo ficticio: todo para él es probable. Lo desprenden de su mundo y lo instalan en otro maravilloso e ilógico. La realidad de Amparo Dávila es, pues, de esencias y no de circunstancias.[48]
Pasado un año de su publicación, Alberta Wilson, en su reseña a Tiempo destrozado en Books Abroad, apunta:
Twelve skilfully written tales, almost case histories of abnormal psychology, form the first group of short stories published by this writer, who shows a remarkable ability to weave common places into a fantastic pattern. The man who saw and himself followed the murder of a guest who outstayed his welcome, snails which shriek with anguish as they are being cooked –such original themes as these are found in this collection which mystery fans will greet with delight–. Each story is brief, but interest is held at a high peak throughout. The author merits an important place in recent Mexican literary production.[49]
Mientras, Luis Mario Schneider destaca con profusión:
Aparecido hace más de un año y medio en la Colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica, [Tiempo destrozado] ha pasado inadvertido en el ambiente intelectual y, ni qué decir, en el de la crítica. Enrolada a las nuevas corrientes de la creación psicológica, Amparo Dávila rechaza el mundo onírico, a la vez que el realismo objetivable. Certeramente ubica sus creaciones en el justo límite, en el umbral en que los seres y las cosas van abandonando la realidad sin dejar de tener jamás algo de atadura a ella, y sin sumergirse en lo fantástico. Realismo psicológico y no psicología de evasión. Técnicamente difieren unos de otros y, hasta más, cada tema se compagina a un sistema propio. Para conseguir esto, la autora utiliza distintos tiempos narrativos. Por ejemplo, en “Fragmento de un diario”, la estructura simple de acumulación consecutiva del tiempo real marcha parejamente al tiempo literario; en “Un boleto para cualquier parte”, el equilibrio anterior está encontrado por un detenimiento del real y un dinamismo del estético, pero coadyuvados por alternativas que sugieren ambos. Por el contrario, en la narración que da el título al volumen los dos tiempos aparecen suprimidos en el plano lineal, aunque evidentes en el disloque tridimensional del personaje. La preocupación de una técnica exacta no le ha hecho perder de vista el trabajo minucioso de compaginar los ambientes, que no se reflejan sino por acontecimientos aprovechables en el momento de la narración o descritos para la utilización posterior. El clímax va escalonándose perfectamente de acuerdo al ritmo interior de la anécdota, sin rebasar nunca las circunstancias imprevistas ni crear impactos de hechos no maduros con anterioridad. Aunque esto no ocurra, tampoco significa que los temas se den en horizontalidad. Cuando se dijo que Amparo Dávila realiza literatura psicológica, no era nada más porque trabaja con elementos de la ciencia psicológica, sino también porque penetra verticalmente en la psicología de sus seres: no sólo narra, sino más bien los fundamenta en vivencias. El mundo de Tiempo destrozado se halla poblado de seres existenciales, globalmente con cargas psíquicas, algunos más exactos en su pintura que otros, aunque sinceros todos en su monstruosidad o en su irresolución. Elaborados con señalada técnica y sin hilos de marionetas, los personajes de Amparo Dávila se reencuentran por distintas vías. Ya en la lucidez transportada al delirio de “Muerte en el bosque”, ya en el delirio escalofriante de “La señorita Julia”, o en la angustia suicida de “Final de una lucha”. Lo literario, sin ser demasiado estético, posee una fuerza que viene de lo directo y no de los metafórico [...] Aunque es su primer libro de cuentos, Amparo Dávila revela dotes excepcionales de buena narradora, porque no esquiva ninguna de los planteos que tiene la obligación de solucionar todo creador. Quizás en este momento, y balanceando el panorama nacional, es preciso marcar el carácter universal de todos los cuentos de Tiempo destrozado. Amparo Dávila demuestra positivamente cómo es posible realizar literatura mexicana sin perder contacto con problemas y caracteres universales. No se trata de cosmopolitismo, pero sí de empezar a terminar, de una vez por todas, con esta conversación entre sordos que padece toda la literatura hispanoamericana por falta de un sacudimiento de lo pueblerino y de una supresión del nacionalismo petulante.[50]
Después de casi tres décadas, él mismo, en la “Nota introductoria” a la selección de cuentos para Material de Lectura de la unam, afirma:
El mundo de Amparo Dávila es siempre uno y lo maravilloso es que ese sólo mundo es polifacético, diverso. Nace siempre de lo cotidiano, diría de lo modesto, de lo sin nombre, pero que poco a poco, sin nerviosismo, sin intranquilidades va recorriendo un lento camino hacia lo insólito; es una ruta al erizamiento. Una naturalidad que a veces sin darnos cuenta estamos habitando el sobresalto, la angustia, la desesperación, especialmente el terror. Un terror que es doblemente monstruoso. De ahí que creo que en este sentido los cuentos de Amparo Dávila no son sólo literatura, sino una profunda investigación en el campo de la ética, del comportamiento humano. Todo hace que estos relatos, que esta escritura de una poderosa vitalidad sea como una telaraña que va acorralando, que va atrapando al lector hacia un mundo interior, no desprovisto de magia, de hechizo, de un poder embrujado. Narraciones de detalles donde hasta el más ínfimo acontecimiento colabora para la realización total, apoyado en un lenguaje ceñido, preciso, elemental.[51]
Con el paso de los años, las aproximaciones a la obra de Amparo Dávila se bifurcan en vetas distintas de lo fantástico. Así, la mayor parte de la crítica del xx y aún del xxi analiza los cuentos de la narradora zacatecana desde esta perspectiva. Aurora Ocampo, Christopher Domínguez Michael, Seymour Menton y Luis Leal continúan ubicándola dentro de la literatura fantástica y surrealista.[52] Sin embargo, a finales de los noventa y partir de los dos mil, los estudios de género y otras vertientes sobre aquello que se encuentra más allá de lo real comienzan también a abrirse paso. En esta primera línea se suman Erica Frouman-Smith con “Patterns of Female Entrapment and Escape in Three Short Stories by Amparo Dávila”, “Descent into Madness: Women in the Short Stories of Amparo Dávila”, y “Patriarchy and Madness: The Dilemma of Female Characters in Three Short Stories by Amparo Dávila”; Irenne García, con “Fantasía, deseo y subversión”; así como Susan A. Montero, con “La periferia que se multiplica”, cuya lectura sobrepasa tanto la teoría feminista como la de los géneros fantástico, gótico, policial o negro, pues advierte:
Quedaríamos defraudados si esperáramos de la lectura de tales textos una visión comprimida y conclusa del universo allí recreado. Sus cuentos son breves cortes en la vida de un personaje, imágenes fugaces tan deshilvanadas y –no obstante– tan internamente coherentes, como las escenas de un sueño, de ahí la frecuencia en la crítica de la alusión al carácter onírico de esta obra, señalable en las estructuras recurrentes, a la manera de [“Tiempo destrozado”]; en la multiplicidad de planos que pueden componer la realidad de determinados personajes, a ejemplo de “La señorita Julia”; en la presencia reiterada de seres demoníacos –“El espejo” [...] “El huésped”– a los que, a pesar de todo, no podríamos catalogar con plena certeza de irreales, habida cuenta de su profundo enraizamiento en lo cotidiano de cada sujeto. Cuentos estos difícilmente encasillables en una clasificación, pues comportan rasgos de la narrativa negra, del género gótico, del relato policial clásico, de la prosa fantástica a lo Cortázar [que] presentan fusionados en sus protagonistas el sufrimiento por la condición enajenante de otredad en la que se hallan situados, y la íntima convicción de la legitimidad de ser diferente y de poder advertir aquello que sólo a ellas (os) les está revelado.[53]
Dentro de la segunda línea, en palabras de José Miguel Sardiñas, “más que fantásticos en rigor”, los cuentos de Tiempo destrozado son extraños gracias a su ambigüedad, “resultado de la diseminación cuidadosa de una serie de blancos de información, lugares de indeterminación o vacíos en la construcción de las perspectivas esquematizadas del texto”.[54] En opinión de Andrea Bianchini:
A diferencia de la peripecia aristotélica, donde la inversión de la fortuna es motivada o por un defecto moral del protagonista, o por la acción de un hado inescrutable pero necesario y profetizado, aquí la mudanza de la condición [...] se presenta desvinculada de una causa necesaria. La falta de causalidad y de vínculo lógico en la secuencia de acontecimientos que llevan al protagonista a su destino infausto, nos sitúa en un mundo de lo absurdo. Es más, la falta de necesidad elimina la posibilidad de la catarsis, que la autora por cierto no busca, dejando al lector desasosegado y con las manos vacías.[55]
Para León Guillermo Gutiérrez, la atmósfera de las narraciones davileanas evidencia el tedio de la vida cotidiana, la disfuncionalidad de las relaciones sociales y el vacío de los seres encadenados a éstas, donde la fantasía y la realidad son dos caras de la misma moneda, no existe una frontera capaz de indicar al lector o a los personajes lo real y no real.[56] Mientras que, en opinión de Patricia Rosas Lopátegui, la realidad más que lo fantástico es lo presente en los cuentos de Amparo Dávila, donde “lo increíble resulta ser lo verdadero y la realidad, por aterradora, es colocada en la dimensión de lo fantástico para evadirla”.[57] Por otro lado, Laura Cázares ha centrado su investigación en los conflictos internos de las protagonistas amparodavileanas[58] y América Luna Martínez examina “la soledad, el horror y la violencia que experimentan sus personajes y particularmente las mujeres recreadas por su pluma”.[59] En cambio, Leda Rendón ha observado el terror y los ambientes, así como la imposibilidad de comunicación entre los personajes masculinos y femeninos en la obra de la zacatecana.[60] Tryno Maldonado, por su parte, ha encontrado la indefinición como un elemento constante en la tensión narrativa de los cuentos de Dávila.[61] Recientemente, Jorge Luis Herrera,[62] Édgar Cota Torres y Mayela Vallejos Ramírez,[63] han detectado en lo grotesco, lo incomprensible, lo fantástico y lo monstruoso fuentes de violencia psicológica en “El espejo” y “El huésped”, respectivamente.
En los albores del siglo xxi, la obra de Amparo Dávila aún ofrece material para ser revalorizada como una de las más importantes en la literatura mexicana. En efecto, Alma Gloria Hernández García presenta en el año 2002 La literatura fantástica en dos cuentos de Amparo Dávila, primera tesis de la unam enfocada en el análisis de algunas de sus narraciones; la más reciente, Los puntos de indeterminación: elementos constitutivos de lo fantástico en tres cuentos de Amparo Dávila, data del 2016, también presentada en la unam, por Pedro Sergio Montes de Oca Quiroz. Además de éstas, al menos otros diez estudios de grado han sido presentados en diferentes instituciones de educación nacional como la Universidad Autónoma Metropolitana, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, la Universidad Iberoamericana y la Universidad Autónoma de Yucatán.[64] En 2009, la uam-i, el itesm y el fonca coeditan Amparo Dávila, Bordar en el abismo, un volumen de ensayos centrados en reflexionar sobre la creación poética y narrativa de la escritora zacatecana. Más de una treintena de artículos en revistas arbitradas, reseñas y capítulos de libros continúan proponiendo diversos caminos hacia la narrativa amparodavileana; sin embargo, sólo “Alta cocina”, “El huésped” y “Moisés y Gaspar” han sido traducidos al inglés –el primero, por Elena C. Murray, en 1985, para Mundus Artium; dos ocasiones el segundo: una, por Erica Frouman-Smith para Review: Latin American Literature and the Arts, en 1987; otra, por Linda M. Willem en 1990, para Latin American Literary Review; y el tercero, en 2016, por Audrey Harris, para The Paris Review.
Tiempo destrozado es punto de partida y confluencia de los siguientes tres volúmenes de relatos de Amparo Dávila. Al incluir todos los recursos empleados a lo largo de su escritura, ya sea por el tema o los hilos conductores de la trama, ya sea por elementos constantes en su narrativa, como la soledad, el miedo, el dolor, la ausencia, el sueño, la fantasía y otras cadenas invisibles e irrompibles que sujetan a los personajes, cada uno de los doce relatos nos remite a las otras veinticinco narraciones que componen la “breve pero profunda” obra amparodavileana. Sus textos son una constante invitación a deconstruir y analizar las instituciones, las fronteras entre el sujeto y el mundo, las jerarquías y los roles preestablecidos; a reflexionar sobre el porqué, el cómo y el cuándo de nuestras decisiones con tal de generar cambios de perspectiva.
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En la literatura moderna de México, los cuentos de Amparo Dávila (1928) se distinguen por su fluidez y seguro manejo de tiempos narrativos, lo mismo al hacer la crónica de la vida de todos los días, que al incursionar en los territorios de las historias fantásticas.