La poesía de A. E. Quintero es una cuerda tensa entre el dolor y la esperanza. En ese espacio, que no es otro que el de "Esa conciencia de uno mismo/ que se rompe como esos frutos pesados/ cuando caen/ como la sandía, con todo su peso explotado contra el suelo", el pasado emerge con toda su fuerza, poniendo en entredicho la ingenua noción de que puede dejársele atrás.
200 gramos de almendras es el libro de un poeta para quien incluso los eventos más cotidianos se vuelven una encrucijada moral: en el amasijo sanguinolento de la carne molida el autor ve a la res viva, pero se obliga a pensar que "al agregarle los 100 gramos de perejil/ y el otro tanto de cilantro, no le estás llevando flores/ ni estás recordándole colinas que nunca conoció./ No preparas su tumba. Es un pastel de carne". No obstante, la naturaleza y esa misma cotidianidad ofrecen también resquicios que hacen habitable el mundo, pues "Todos los objetos, las circunstancias,/ todas las cosas/ que no tienen un mundo propio/ encuentran sus ciudades en el hombre".
Sobre la obra de A. E. Quintero, María Rivera ha dicho: "Los poemas de Quintero develan con naturalidad esa cerradura del instante en que nos consumimos. Insobornable a la hora de mirar y enraizado en una conversación apasionante y profunda, el poeta encontró la originalidad y el estilo de quien fidelidad y resistencia al tiempo decide insistir en una búsqueda personal".
?Todo acto que se envuelve en el halo de la rutina termina siendo (casi siempre) terrible. A. E. Quintero es un poeta que se ubica en esa área de la experiencia, el pretexto del poema suele ser algún elemento del día a día. Los elementos de la escritura se encuentran siempre en el universo más cercano a la cotidianidad. Emociones y sensaciones, todo parece condensarse en refrigeradores, pájaros, muñecas, vidrios y recetas de cocina que sirven como símbolos de otra cosa. Ahí, la infancia es ese espacio de asombro donde aún no nos damos cuenta que lo cotidiano es inevitable. El tedio, el dolor, la felicidad, todas las sensaciones son únicas y son nuevas. Habrá de llegar el tiempo para “normalizar” las cosas, volverlas rutina. Queda como testigo y como refugio el poema, donde todo puede volver a ser por primera vez. Quintero logra eso: devolvernos algo que era nuestro y que olvidamos.
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