Aparentemente, la obra de sor Juana Inés de la Cruz no es demasiado diferente a la de otros autores del barroco, que dominaba entonces –segunda mitad del siglo XVII– el escenario literario: usa rimas perfectamente regulares, obedece a un esquema regido por estofas de tipo corriente, la longitud de sus composiciones corresponde a los usos comunes. Sin embargo, eso no impide a sor Juana presentar contenidos cualitativamente nuevos, llegar hasta su fondo y dinamizarlos con sus extraordinarios dones: su erudición, su intuición, su instinto para la alegoría.
Entre los poetas –y entre los poetas barrocos no se diga–, los trucos son, por supuesto, de rigueur. Lo normal suele ser un milagro por estrofa; si el poeta es excepcional, quizá un par. En el caso de sor Juana, prácticamente cada uno de sus versos constituye una aventura, cuando no varias. Su lectura depara, entre sus muchos placeres, una reflexión empecinada sobre las osadías de la literatura de imaginación, a la vez que celebra la plenitud de la imaginación que se realiza a sí misma mediante la literatura. Asimismo, muchos de sus escritos –en particular la estereoscópica y emocionalmente implacable Respuesta a sor Filotea–, en tanto relatos de las tribulaciones ejemplares que se siguen de ser independiente, artista y mujer, resultan también ejemplares en su coraje y su rebeldía. Las restricciones de su vida fueron, en opinión de muchos, mayúsculas. Pero la comprensión radical de su yo le permitió convertirse en practicante trascendente de un arte, y la empujó a visitar y probar partes de su psique que la mayoría de nosotros ni siquiera estamos seguros de tener, manifestando de forma concreta virtudes como el valor, la perseverancia, la libertad, el gozo, la realización humana.
Esta edición, amorosamente preparada por Maximiliano Souza Durán, ofrece una muestra de un trabajo que, como anotó Octavio Paz, pervivirá “mientras exista la lengua española”.