Preferiría no hacerlo, esta es la frase que caracteriza al protagonista, un escribiente, cuyo jefe –que hace las veces de narrador– se compadece de él, aun cuando este enunciado sea la única respuesta que obtenga ante cualquier solicitud. Sin embargo, Bartleby, con su personalidad misteriosa y apática, dibuja uno de los seres más atractivos jamás concebidos.
El prologuista y antólogo, seleccionó para este libro un cuento largo, que a lo largo de los años ha alcanzado gran prestigio, al punto de que en obras de otros autores ha sido usado como motivo central: Bartleby, el escribiente, extraño personaje que un día llega a una oficina y ahí se queda para siempre. Éste y los otros cuentos seleccionados son la muestra de un narrador singular, con sentido del humor y preocupaciones metafísicas bien marcadas.
Uno de sus pasatiempos es mirar absorto un muro de ladrillos: Bartleby no es un personaje de acción, queda claro. “Preferiría no hacerlo”, dice y renuncia a cualquier orden: Bartleby no es un oficinista muy acomedido que digamos, pero tampoco es un rebelde. Entonces, ¿Bartleby qué es?
En un Nueva York de 1800 y tantos, en una oficina de un Wall Street lejano del que conocemos ahora, Bartleby es contratado como escribiente —una suerte de fotocopiadora humana— de documentos legales. Empleado incansable al principio. Luego, driblador de órdenes. Hacia el final, partidario de la quietud: indiferente a su trabajo; en realidad, indiferente a todas las cosas.