El libro de la decadencia desarrolla
cosmogonías fabulosas y mitológicas chinas, épocas de dioses, semidioses,
princesas y dragones. En sus páginas el emperador Huang-Ti otra vez construye
un observatorio, inventa la flauta, fabrica los primeros ladrillos y nos enseña
a hacer casas. Su Emperatriz Lei-Tsu inventa de nuevo la cría del gusano de seda
con figuras de pájaros y flores. Todo esto no se lee: se mira y se escucha. El
autor se deja sensibilizar por sabidurías lejanas y las expresa con estos
poemas. Se siente heredero de civilizaciones aparentemente extinguidas que
renacen cada vez que las despertamos: la decadencia aquí nos es debilitante ni
erosiva, es un reposo para resurgir. En la forma de caer está el misterio de
levantarse, como el sol decae en el ocaso y reposa en la sombra para amanecer.