Urdimbre circular constituye
el crisol donde alquímicamente se concilian los elementos primigenios que
transparentan el Logos, la Palabra resonante, gestadora del cosmos y de la
existencia. El espíritu del mundo, como Logos, va forjando un entramado
donde el agua, el aire, la tierra y el fuego se transforman en redonda marejada
a través de la voz poética, concebida como el quinto elemento. La
oscuridad genésica permanece en el tiempo y en la memoria, y puede repetirse en
cada anochecer. La negrura es sinónimo de caos, de oquedad, de lo
terrible; sin embargo, en un juego de dualidades el fulgor lunar permanece,
privilegia resplandores. La sempiterna noche habrá de renacer en la
imperecedera alborada; el silencio, prefigurado, habrá de incendiar
hogueras. Urdimbre circular se vuelve invocación, una ceremonia que apela
a la sabiduría antigua de las sacerdotisas, un canto oracular ante la Luna, el
renacer del fénix por el numen del fuego sacro: reverberación de las voces de
los cuatro elementos. La autora, a pesar de los avatares del mundo, asume
la esperanza y se erige como la sibila que convoca, conjura y ordena el vacío
para alcanzar la transfiguración a través del lenguaje.