¿En dónde habitan los dioses? Escrito
durante una estancia en Montreal –ciudad rodeada por la presencia plateada del
rio San Lorenzo bajo la luz de luna–,
Isla de luz parece adivinar que, oculto en algún sitio, sobrevive aquel
“legendario lugar” como parte intrínseca de la esencia del universo. Como
invadida por una visión fulgurante, la autora encuentra los distingos de la era
mitológica entre los detalles milenarios de la geografía inmediata: “Todo
reverdece en la memoria: / quizás el germen de la luz / palpita en el reino de
los muertos”. De esta manera nos encontramos prácticamente ante una labor de
especia órfica; busca el sol en medio de la tiniebla para que, al restituirlo a
su lugar, amanezca de nuevo el tiempo de lo divino. Diálogo del ser con el
cosmos, este poema extenso, de gran riqueza rítmica, delinea un sistema
metafísico donde naturaleza y sobrenaturaleza conforman el espacio en que el
ser humano debe hallar su significado y su lugar en el mundo, aguzando la vista
para encontrar el camino por donde se fueron los dioses y afinando el oído para
orientarse por medio de la música de las estrellas.