Maestro de varias generaciones, Orlando Ortiz ha mantenido los principios de la buena cuentística: dar vida a sus personajes y acompañarlos fielmente durante todo su trayecto sin traicionar sus personalidades y su habla. En los relatos reunidos en este libro los registros del lenguaje son muy variados: pasan de las palabras cotidianas de la ciudad, en sus diferentes estratos socioeconómicos, al modo de hablar de diversas regiones del país. La voz de cada protagonista parece levantarse de la página escrita y deja ver sus ideas y sus anhelos, de forma que el lector se recrea a partir de ella. De entonces y ahora nos presenta cuentos en los que, de una forma sorpresivamente natural, todo concuerda y fluye con aparente sencillez, pero a la vez todo significa. Naturalidad que sabe echar mano del artificio y donde lo bien contado forma un binomio oportuno con una buena historia.
En cada escrito se observa el dominio de la técnica y el conocimiento de las formas propias del género, el manejo eficaz de las voces narrativas y el ejercicio de una imaginación en constante e ingenioso movimiento. Movimiento que, como bien menciona Eduardo Langagne en el prólogo a esta edición, vuelto pericia nos señala un instinto nato para conducir el relato como los buenos jinetes: refrenándolo a veces con las bridas para ceñir el avance, produciéndonos el delicioso efecto de intuir que algo más está por revelarse.