Luis G. Urbina pertenece a la pléyade de grandes poetas modernistas mexicanos que, con Sor Juana Inés de la Cruz, en el siglo XVII, y Ramón López Velarde, en el XX, forman el coro de dioses mayores de la lírica nacional: Manuel Gutiérrez Nájera (1859.1895) el iniciador, Salvador Díaz Mirón (1853-1928), Manuel José Othón (1858-1906), Amado Nervo (1870.1919) y Enrique González Martínez (1871-1952). El modernismo mexicano es una de las contribuciones más importantes y variadas al gran movimiento poético de lengua española, que empieza en Hispanoamérica por el 1880 y se prolonga hasta el mismo González Martínez.
Dentro del modernismo, Urbina representa la persistencia de la nota romántica. Si -según la fórmula de Justo Sierra- Gutiérrez Nájera es "la flor de otoño del romanticismo mexicano", se puede decir que Urbina prolongó ese otoño hasta el primer tercio de nuestro siglo, dando flores tan frescas y fragantes que no des-lucían en los jardines de las nuevas primaveras.
Urbina empezó a escribir cuando la poesía de moda en México era la que, desde alrededor de 1877, había empezado a publicar en la prensa de la capital Manuel Gutiérrez Nájera, tan querido y admirado por nuestro poeta, compañero suyo en lides periodísticas y a quien -según el mismo Urbina confiesa- le pidió "la mano, a veces, para que me condujese por el misterioso laberinto del Arte".