Enciclopedia de la Literatura en México

La Sociedad de Escritores Dramáticos Manuel Eduardo de Gorostiza

Cuando el Liceo Hidalgo se constituyó en tribunal de las piezas teatrales, a fines de 1875, se vio atacado por los autores dramáticos. Fue entonces cuando Altamirano, José María Vigil, Ramón Manterola, José Rosas Moreno y José Monroy fundaron la Sociedad de Escritores Dramáticos Manuel Eduardo de Gorostiza,[1] que tuvo como finalidad estudiar las piezas dramáticas originales o traducidas de las personas que voluntariamente las sometían a la sociedad. Las obras se leían en sesión ordinaria y una comisión rendía un dictamen al respecto. Una vez aceptadas procuraban allanarse las dificultades para que las obras puestas en escena y los autores obtuvieran la utilidad que en derecho les correspondía. También procuraba la sociedad celebrar un trabajo internacional de propiedad literaria con España y otras naciones amigas.[2]

El primer presidente de la sociedad fue José María Vigil, y el secretario José Monroy. Fueron socios residentes: Juan de Dios Peza, Jorge Hammeken, Juan A. Mateos, Vicente Riva Palacio, Roberto A. Esteva, José Peón y Contreras, Agustín C. Díaz, Manuel María Romero, José Sebastián Segura, Agustín F. Cuenca, Carlos Escudero, Luis G. Álvarez y Guerrero; miembros honorarios: Isabel Prieto de Landázuri, José Tomás de Cuéllar, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Octavio Feuillet, Enrique Guasp, Juan Eugenio Hartzenbusch, Manuel Tamayo y Baus; socios corresponsales: Ramón Valle, S. Sarlat, G. Baturoni, Enrique de Olavarría, Jesús González Cos, Jesús Echaiz y E. Robles Gil.[3]

La sociedad destacaba la reconciliación de todos los escritores y expidió nombramiento de socios a escritores jóvenes como Esteva, Peón y Contreras, Martí y Baz, pero éstos rechazaron el nombramiento a causa de la desavenencia que había entre ellos y los miembros de la Sociedad Gorostiza.[4] La escisión tuvo su origen en la fundación de la Sociedad Alarcón que agrupaba a los dramaturgos jóvenes. Los miembros de esta sociedad nombraron entre otros socios a Altamirano, pero el maestro no aceptó dicha proposición advirtiendo que era fundador de la Gorostiza y que no tenía objeto pertenecer a dos sociedades semejantes en sus fines y “que por lo mismo no quería hacer estériles sus esfuerzos dividiéndolos. Si alguno –añadió– califica de descortesía esta renuncia, preferiría pasar por descortés, más bien que ser calificado de inconsecuente para con sus amigos y discípulos, que forman la Sociedad Gorostiza”. A lo cual respondió José Martí:

Los cargos honoríficos no se renuncian, ni por modestia siquiera, sobre todo cuando vienen de personas que los conceden por un acto natural de respeto literario y de lealtad amistosa. Rechazar el nombramiento de miembros de una sociedad envuelve desatención hacia las personas que la forman y todavía envuelve algo más [...] No hay inconsecuencia –continúa Martí– en pertenecer a dos sociedades literarias, a menos que no se tenga voluntad determinada de hacer de una corporación literaria una sociedad egoísta y hostil [...] No gusta mucho el que esto escribe –dijo Martí– de asociaciones que no tengan fines muy altos y muy noble conducta; acepto con entusiasmo el pensamiento de fundar la Sociedad Alarcón, agradeciendo siempre, y muy sinceramente, a la Sociedad Gorostiza el haberme admitido en su seno. Reconocido el señor Altamirano y respetando sus méritos, fue el que escribe el primero en postularlo para miembro de la naciente asociación. Y como al rechazar el nombramiento se rechaza, poco urbanamente, a su juicio, la postulación que lo provocó, quede el señor Altamirano en riña con su descortesía hacia la sociedad Alarcón.[5]

En las sesiones se trabajó por el establecimiento de un teatro nacional. En la velada en honor de Manuel Eduardo de Gorostiza, Roa Bárcena presentó un estudio sobre este dramaturgo. Altamirano contribuyó con un discurso y Cuenca con un poema frente a una escasa concurrencia.[6] El señor Hammeken y Mexía presentó a la asociación la traducción que hizo del drama La esfinge, de Octavio Feuillet. También se leyó en alguna de las sesiones de febrero el drama La enferma del corazón de Alberto G. Bianchi.[7] Las sesiones tuvieron lugar los martes a las seis de la tarde y las extraordinarias los lunes.[8]

A principios del mes de febrero fue nombrado Altamirano secretario perpetuo, Peredo vicepresidente y prosecretarios Bianchi y Cuenca. Los socios aumentaron considerablemente. Entre los más conocidos debe mencionarse a Francisco Pimentel, Francisco Sosa, Juan Pablo de los Ríos, J. González de la Torre, J. Vargas, A. M. Orellana, A. Zavala, Gerardo M. Silva, Regino Aguirre, la señorita María de Jesús Servía y Gerardo López del Castillo como socio actor.[9]

En el mes de marzo continuaron los análisis de las obras La cadena de hierro de Agustín F. Cuenca y del drama Sin nombre, posiblemente de Miguel Portillo.[10]


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Altamirano, Ignacio Manuel Cuéllar, José Tomás de Cuenca, Agustín F. Esteva, Roberto A. Manterola, Ramón Mateos, Juan A. Olavarría y Ferrari, Enrique de Peón y Contreras, José Peza, Juan de Dios Pimentel, Francisco Prieto de Landázuri, Isabel Riva Palacio, Vicente Rosas Moreno, José Segura Montes, José Sebastián Sosa, Francisco Vigil, José María