Anímula es la almendra de lo divino depositada en lo humano. Es también un lugar: «un clima, una temperatura acaso, una estación desconocida y entrañable » que propicia la aparición de la palabra poética. Podría decirse que se trata aquí de componer una visión del mundo en la que «el espíritu toma cuerpo y el cuerpo se espiritualiza», tal como reza cierta tradición islámica. Lejos de toda confesión religiosa —pero sin descuidar la tentativa, el religare— Anímula permite entrever las encarnaciones del deseo en las criaturas, donde, en palabras de Octavio Paz, «la mujer es la llave del mundo, la presencia que reconcilia y ata las realidades disgregadas». El poema se plantea entonces como un fragmento, mínima porción de universo y, al mismo tiempo, «ribera de un río sin riberas». Luego de su antología personal Invisible línea visible (2002) y del volumen en que recoge sus primeros cinco libros, Región (2004), Jorge Esquinca entrega en estas páginas una compilación distinta y hasta inusual pues constituye, a la vez, una antología —cuidadosamente seleccionada por Hernán Bravo Varela— y un libro nuevo, que propone una lectura radical de su obra. «Construir con materiales invisibles —escribe Vicente Quirarte— significa ir en busca de una visibilidad oculta en las palabras. La poesía de Jorge Esquinca ha sido un largo camino hacia la decantación. Más allá del obstinado rigor que la caracteriza, ha ido cada vez más a la reticencia, peligrosa hermana del abismo o del silencio. Entre ambos extremos, el poeta mantiene un milagroso equilibrio: afina y tensa el silencio para que, a semejanza de la tela en el pintor, la voz penetre y rasgue la materia. La inscriba».