Por poemas como estos vale la pena vivir, para acompañar el nacimiento de estos grandes hijos de la poesía que nos hacen respirar, cuando llegan, un aire más hondo y verdadero. Hijos de la vida y de la muerte, todos los poemas no-nacidos y los padres simbólicos y reales sucumbieron en la misma doliente empalizada entre el «amor y [el] desempleo». Envés del agua es un látigo certero al flanco más íntimo de nuestra realidad y de nuestra poesía: su inaudible chasquido horada los dos ojos de una sola vez. ¿Es la ceguera el mayor resultado de la resignación en este libro o es entonces el acopio brutal de una dolorosa resistencia? A lo largo de su táctil y gráfica duración escuchamos el «aullido de la córnea» embistiendo contra la partida de un tú poético, el más amado, para entrar en su última intimidad e imantar en su órbita otra la memoria por venir. «Hazme niño al morir», pidió J. R. Jiménez, y en la poética magistral de Luis Armenta Malpica, tanto el padre como el hijo han cumplido el cometido a cabalidad. Los signos de braille son las migajas que la mano del hijo va colocando en el camino final del padre, y bajo sus sombras circulares subyace la profunda lucidez espiritual de estos dos invidentesa- voluntad (hazme ciego al morir) frente a la catástrofe de una hermosa clase de vida que tocó compartir, de una intensa clase de despedida que tocó experimentar, de una clase de amor hondísimo que todo lo recuperó: el «mirlo [callado y] gris» fijando la permanencia de la idea de Dios frente a la metáfora de la ausencia en el «viaje de(l) polvo». Por eso en Envés del agua todo es presencia: su reconfortante entrecruce de credulidad entre infancia y vejez, y entre los mundos visibles e invisibles, reinvierte el orden de la eternidad. [María Auxiliadora Álvarez]