La Navidad en las montañas (1871) es la tercera novela de Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893). Narra el encuentro entre un capitán, que luego de combatir en la Guerra de Reforma (1858-1860), vaga por algún lugar de las serranías de México, y un cura español, quien ha logrado llevar a la práctica una utopía social en un pueblo, cuya ubicación no nos es dada. Como el título sugiere, el momento en que estos dos personajes, de antagónicos quehaceres, pero de ideales idénticos, se encuentran es la víspera de la navidad.
Fue escrita por encargo de Francisco Sosa (1848-1925), coordinador de Álbum de Navidad. Páginas dedicadas al bello sexo; folletín de La Iberia, periódico dirigido por Anselmo de la Portilla (1816-1879). Está conformada por once capítulos. Esta narración, por la temática, comparte rasgos del Romanticismo social en México y por la descripción de paisajes y estereotipos de personajes, del Costumbrismo. El lenguaje va de lo lírico a los diálogos directos, enmarcados en la figura de un narrador en tercera persona. La Navidad en las montañas supone un modelo de la novelística de su tiempo, no tanto por su trasfondo ideológico como por su calidad de obra artística.
Luego de la Guerra de Reforma y de la Guerra de intervención francesa en 1867, México entró en una etapa de reconstrucción. Sin embargo, los conflictos bélicos internos y externos dieron como resultado, además de la independencia política, una sociedad dividida. De ahí que la reconciliación entre un capitán, representante de las ideas liberales, y un cura, cuya comunidad cristiana se acerca a lo ideal, sea parte de una propuesta para reconstruir a la nación en el ánimo de la concordia. La elección de la Nochebuena como marco de esta novela desde luego tiene que ver con que sería publicada en Álbum de Navidad, pero también con que en el imaginario católico el nacimiento de Cristo es, por excelencia, el momento de paz universal. Por ello, La Navidad en las montañas debe ser leída más allá de la anécdota, para entender su intención dentro del contexto histórico-político de la época.
Altamirano tenía claro que la literatura, en particular la novela, era obra de arte en tanto que funcionaba como arma. En una carta dirigida a Joaquín Casasús, hablando sobre un envío de La Navidad a otro amigo, dice: “Dígale usted que no se fije en la novela (que es una teoría), en la forma porque no la cuido, sino en el pensamiento que no está de acuerdo con sus ideas seguramente, pero que es un arma. En suma el libro es una obra de arte a mi manera".[1]
El procedimiento de Ignacio Manuel, a grandes rasgos, consiste en entretejer una anécdota sencilla con ideas complejas sobre la posible conformación de una sociedad, donde reine la paz y la concordia, valores caros para el escritor de Tixtla. María del Carmen Millán, entre otros críticos, ha revisado las características de la utopía trazada en la novela.[2]
La innovación de Altamirano en la narrativa tiene que ver con que concibe la novela como un todo artístico y no sólo como una reunión de episodios o escenas. Por ello es que La Navidad resalta con respecto a otras publicaciones de la época como Tardes nubladas (1871), de Manuel Payno o El comerciante en perlas (1871) de José Tomás de Cuéllar.
Dos historias para un mismo propósito
La obra alterna la narración en tercera persona, la voz del capitán, con largas intervenciones del cura y diálogos entre los personajes. En la escena inicial “[...] las nieblas ascendían del profundo seno de los valles; deteníanse un momento entre los oscuros bosques y las negras gargantas de la cordillera, como un rebaño gigantesco [...]”.[3] Bajo el incipiente atardecer deambula el ex-soldado liberal, quien se encuentra, de pronto, en el páramo de remembranzas de su niñez: el recuerdo de su pueblo, de su familia y de la atmósfera que se vivía en las fiestas decembrinas.
A través de los ojos del capitán narrador conocemos las acciones del resto de personajes secundarios como el alcalde, el preceptor; el tío Francisco, símbolo de sabiduría para los pobladores; la tía Juana, esposa del viejo sabio; Gertrudis, hermana del alcalde; Carmen y Pablo. Éstos últimos, protagonistas de “una pequeña novela de aldea” que el cura contará al capitán al abrigo de la Nochebuena que les espera.
Fray José de San Gregorio o el “hermano cura”, como se hace llamar por sus feligreses, es un hombre joven español, entregado a los ideales de la fe cristiana. Él narra el estado de miseria e ignorancia en que se encontraba el pueblo a su llegada, así como las disposiciones tomadas para convertirlo en una pequeña comunidad, donde reina la igualdad, el respeto y la razón. El plato principal de la cena de Nochebuena es la culminación de la historia de amor iniciada, la misma noche, tres años antes entre Pablo y Carmen. El cura, en presencia de todo el pueblo, relata al capitán cómo Pablo, joven huérfano, rechazado por Carmen, bella y virtuosa joven, se había dado al vicio al grado de haber sido entregado a las tropas federales necesitadas de voluntarios para la guerra. La vida en la guerra pulió en él sus virtudes y volvió a la aldea como un hombre generoso, trabajador y valiente, pero huraño. Carmen, luego de examinar sus sentimientos, reconoce que ha estado enamorada del joven, y sólo piensa en pedirle perdón.
Esta historia de amor en medio del relato sobre una sociedad utópica puede funcionar como mero divertimento para los lectores de la novela; reactualización de la premisa horaciana docere et delectare, enseñar deleitando. No obstante, el proceso de los amoríos entre los jóvenes nos deja ver que esta historia concuerda, en el mismo nivel de idealización, con el progreso de la aldea. El enamorado, en virtud de agradar a la amada, se convierte en un hombre de bien; su amor siempre se mantiene casto.
Entre la prosa, ríos de lirismo
Según Antonio Acevedo Escobedo, Altamirano evita el uso del símil y las metáforas porque “quizá debido a su naturaleza indígena”, sentía “instintiva repugnancia hacia el adorno verbal exagerado, los juegos atormentados de la perífrasis, la intención sobrecargada en la metáfora”.[4]
Sin embargo, la novela está plagada de los recursos más frecuentes del lirismo, como señala Luz Elena Gutiérrez de Velasco. “Los postreros rumores del día anunciaban por donde quiera la proximidad del silencio. A lo lejos, en los valles, en las faldas de las colinas, a las orillas de los arroyos, veíanse reposando quietas y silenciosas las vacadas; los ciervos como sombras entre los árboles, en busca de sus ocultas guaridas [...]”.[5]
A la descripción de los paisajes se suma la del carácter y de las ideas de sus personajes, mediante el cual se representa el panorama anímico –a la llegada del Capitán– en el que se encuentra México tras la Guerra de Reforma y la Segunda intervención francesa. Dichas circunstancias cambian gracias a las acciones de los habitantes del pueblo, guiados por las ideas del hermano cura, “el agente del progreso” y ejemplo ideal de guía cristiano “como de los mismos evangelios”. Así pues, el tema del festejo navideño fue el recurso metafórico mediante el que Altamirano expresa, a la manera dickensiana, su ideal de sociedad. Por ello, el capitán dice, después de oír la misa de gallo:
se necesita, pues, en México una disposición esencialmente práctica que sin estar en pugna con la libertad religiosa otorgada por la ley, facilite, al contrario, su ejecución, depure las costumbres paganas creadas por el fanatismo unas veces, y otras por la necesidad de complacer a los pueblos idólatras recién conquistados […][6]
Esta frase evoca la ideología católico-liberal que Altamirano profesó en su prosa, y que buscó difundir en todos sus trabajos literarios y editoriales.
La Navidad en las montañas participa del conflicto entre liberales y conservadores imperante en México, durante el siglo xix. Pugna que provocó, después de la guerra de la Segunda intervención francesa y la de Reforma, un difícil proceso de reconstrucción nacional. A decir de José Emilio Pacheco, en la novela se intentaron resolver técnica y estéticamente los dos problemas simultáneos que entraña el género: describir y narrar –las historias de dos personajes disímiles, un soldado y un cura, en un mismo marco político-social en el México de la Guerra de Tres Años.
Conrado Gilberto Cabrera Quintero en su libro La creación del imaginario del indio en la literatura mexicana del siglo xix describe en su apartado “Ignacio Manuel Altamirano” el trasfondo de las doctrinas políticas –de tendencia liberal– que el autor plasmó en su obra con la intención de hacer un llamado a la paz entre sus lectores y el deseo de no continuar con el conflicto armado. La Navidad, dice Cabrera, muestra que representantes de sectores tan distintos de la época, un cura español y un militar republicano, podían convivir armónicamente, si ambos tenían como finalidad el progreso del pueblo.
Este pensamiento utópico también es señalado por Manuel Sol Tlachi, quien apunta que la novela retrata “una comunidad autosuficiente que vive de la agricultura y de algunas pequeñas industrias, y cuyos fundamentos se encuentran en el trabajo, la fraternidad y la caridad”.[7] Los estudios sobre utopía y literatura en México son más bien escasos, sin embargo, en todos ellos se menciona la producción de Altamirano.
En “Dos utopías”,[8] María del Carmen Millán sugiere lo que más tarde Emmanuel Carballo afirma: “El monedero expone algunas de las ideas que contienen las leyes de Reforma y sirve de modelo a la La Navidad en las montañas de Altamirano”.[9] El monedero (1861), de Nicolás Pizarro, ha sido una novela desatendida por la crítica; sin embargo, uno de los primeros en señalar su valor fue el autor de Clemencia, quien en sus Revistas literarias de México (1821-1867) dice que es: “[...] una novela social y filosófica en la extensión de la palabra. No sólo es un estudio de las costumbres, de las necesidades y de los vicios de la sociedad, sino un proyecto de reforma, un monumento filosófico elevado al amor del pueblo”.[10]
Aunque las dos novelas aguardan todavía un estudio comparativo profundo, algunos otros críticos señalan los rasgos similares entre ambas: las dos son de carácter utópico, las dos describen la constitución de una sociedad, Nueva Filadelfia, en el caso de El monedero, y el pueblo sin nombre de La Navidad en las montañas.
Para Gabriel Zaid “[...] hay algo de science fiction en La Navidad en las montañas. No la science fiction de la anticipación tecnológica, sino del despliegue de una utopía social: la realización simbólica de una comunidad cristiana liberal”.[11]
El Romanticismo en la reforma literaria de Altamirano
El Diccionario crítico de las letras mexicanas en el siglo xix consigna que “Altamirano aspira a fundir en una sola, robusta y nueva, de orientación nacionalista, dos corrientes literarias, la clásica y la romántica, que antes andaban separadas y hasta solían mostrarse antagónicas”.[12] Siguiendo esta lectura esquemática podríamos considerar parte de los elementos de la estética romántica las descripciones del paisaje, donde el autor, se vale de recursos como la metáfora y el símil para crear la atmósfera donde se desarrollarán las historias: “El sol se ocultaba ya: las nieblas ascendían del profundo seno de los valles; deteníanse un momento entre los oscuros bosques y las negras gargantas de la cordillera, como un rebaño gigantesco [...]”.[13]Algunos otros rasgos que se relacionan con la tópica del Romanticismo son el amor idealizado, encarnado en la historia de Carmen y Pablo; la soledad, sentimiento inicial del capitán; valores como la libertad, presente en los ideales del cura y la virtud, propósito de los habitantes del pueblo.
Por el discurso utópico presente en la novela se le vincula con el Romanticismo social que, a pesar de contar con buenos ejemplos dentro de la literatura mexicana, sólo hasta hace poco comenzó a estudiarse. Efrén Ortiz, luego de hacer una breve comparación entre El Monedero de Pizarro y La Navidad, apunta:
En términos literarios, cada uno por su lado constituyen excelentes muestras del pensamiento romántico-liberal: ambas escapan hacia sociedades provincianas, patriarcales, cristianas. Un aura de ingenuidad preside tales experiencias. En ese sentido, se trata de utopías de carácter evasivo: no miran de frente las condiciones de expoliación que, ya en ese momento, está viviendo la emergente base obrera del país.[14]
La estética clasicista se muestra mediante una prosa clara, construida con un lenguaje pulcro y preciso, ya sea para narrar las acciones, ya para hacer descripciones:
De repente, y al desembocar de un pequeño cañón que formaban dos colinas, el pueblecillo se apareció a nuestra vista, como una faja de rojas estrellas en medio de la oscuridad, y el viento de invierno pareció suavizarse para traernos en sus alas el vago aroma de los huertos, el rumor de las gentes y el simpático ladrido de los perros, ladrido que siempre escucha el caminante durante la noche con intensa alegría.
—Ahí tiene usted mi pueblo, señor capitán –me dijo el cura.[15]
Carlos González Peña elogia el estilo sobrio del escritor indígena:
Altamirano es el primero que se preocupa por el arte de la composición novelesca. Sus novelas [...] a diferencia de las de sus antecesores, tienen estructura artística. Concibe la historia de ellas con un gran sentido de proporción, de unidad, de sobriedad; sus relatos son ponderados y concisos, al contrario de los copiosos y desordenados que en su época se estilaban. [16]
El estilo de La Navidad en las montañas: un discurso narrativo basado en los tópicos románticos –la historia de amor– y con el cuidado del lenguaje la convierte en una pieza artística, que no en vano requirió de múltiples ediciones en su época. La novela abreva del Romanticismo nacionalista en boga, pero también retoma los ideales nacionalistas de la Academia de Letrán, muy probablemente por intermedio de su maestro Ignacio Ramírez.
Dadas las bien logradas descripciones, el discurso narrativo de la novela toma giros costumbristas. En la caracterización de los personajes, la narración consigue construir estereotipos como el alcalde, la tía, el maestro de escuela, los viejos “sabios”, el hortelano, además de los protagonistas.
A ello se suma la inclusión de villancicos populares propios de esa ceremonia o el modo en que se retrata el momento en que todo el pueblo se entrega a la oración:
Así pues, todos, ancianos, mancebos, niños y mujeres oraban con el mayor recogimiento. El cura parecía absorto, derramaba lágrimas, y en su semblante, honrado y dulce había desaparecido toda sombra de melancolía, iluminándose con una dicha inefable. El maestro de escuela había ido a arrodillarse junto a su mujer e hijos, que lo abrazaban con enternecimiento, recordando su peligro de hace tres años [...][17]
Ahora bien, ciertamente las descripciones son verosímiles, pero hay que señalar que en estricto sentido no reflejan totalmente las costumbres de un pueblo, sino lo que Altamirano cree que se puede construir en una nación que acaba de salir de un largo período de guerras. Sería más exacto decir que las costumbres de los pobladores encontrados por el capitán una noche de Navidad aspiran a ser el ejemplo para los lectores.
Los espacios donde se llevan a cabo las acciones son descritos con precisión, de modo que el lector pueda completar las imágenes: “su iglesita pobre y linda, si bien está escasa de adornos de piedra y de altivos pórticos, tiene en cambio en su pequeño atrio, esbeltos y coposos árboles; las más bellas parietarias enguirnaldan su humilde campanario con sus flores azules y blancas; su techo de paja presenta con su color oscuro, salpicado por el musgo, una vista agradable”.[18]
En La Navidad en las montañas se aprecian elementos del Costumbrismo que Altamirano toma de las obras de Balzac –dos ejemplos son los relatos “La granadiere Gobseck” y “Una doble familia", donde el cuadro de costumbres realza diversos aspectos de las vidas de personajes típicos y populares; ya no las historias de los grandes cacicazgos ni los hacendados o burgueses. Gabriel Zaid ha señalado que “el cuento A Christmas Carol es el modelo de La Navidad en las montañas”. Altamirano estaba consciente de su interés por recordar al lector el entorno social y ponerlo siempre delante de las encrucijadas históricas. Así, él mismo expresó que: “La Navidad en las montañas es un cuadro de costumbres mexicanas”.[19]
La estructura de La Navidad en las montañas recuerda el de una composición de cajas chinas o muñecas rusas: una historia dentro de otra historia. En la narración del capitán se introduce la historia de Pablo y Carmen, contada por el cura. Al final nos encontramos con otra vuelta de tuerca: “Todo esto me fue referido la noche de Navidad de 1871 por un personaje, hoy muy conocido en México, y que durante la guerra de Reforma sirvió en las filas liberales: yo no he hecho más que trasladar al papel sus palabras”.[20]
Esta estructura puede obedecer al hecho de que esta novela fue pensada dentro de la serie “Cuentos de invierno”, en cuyo caso remite al acto de contar historias, tan propio de estas reuniones. En ello hay también un eco del procedimiento narrativo practicado por escritores del Romanticismo alemán, tan frecuentados por Altamirano.
No deja de llamar la atención que la frase final de la novela mencione justo el año en que se publicó, como si con ello el autor buscara dotar de actualidad a su producción.
Buena parte de La Navidad en las montañas contiene apuntes que podrían alumbrar sobre su composición. Las más de las veces estas alusiones literarias se ponen en boca de los personajes. Mientras se gesta la amistad entre el cura y el capitán, éstos hacen referencia a obras de arte que, a través de los años, los han ayudado a construir sus ideales románticos, religiosos y morales.
El capitán menciona como sus principales lecturas a Torquato Tasso (Tal abbellisce le smarrite foglie, ai mattutine geli arido fiore), a Amadís de Gaula, a Víctor Hugo con Los Miserables, al alemán Enrique Zschokke, autor de Vicario de aldea, y por último a Eugenio Sue y su Padre Gabriel. En el ámbito de la plástica, señala al pintor mexicano, autor del Retrato de Sor Juana, Miguel Cabrera.
El cura refiere las Églogas de Virgilio, Garcilaso, los Idilios de Teócrito, Barón Wilhelm von Humboldt y de su acompañante en la expedición a Argentina, el naturalista, médico y botánico francés, Aimé Bonpland, a Robinson Crusoe de Daniel Defoe y a Lope de Vega.
La novela apareció por primera vez en las páginas 199-296 de Álbum de Navidad. Páginas dedicadas al bello sexo; folletín de La Iberia, periódico dirigido por Anselmo de la Portilla con el título de La Navidad; los ejemplares de esta edición se agotaron al poco tiempo. Por ello se publicó una segunda edición en El Radical, en 1880. Ese mismo año apareció la tercera, en Los cuentos de invierno, al cuidado de Filomeno Mata. Cuatro años más tarde, en 1884, sale a la luz por cuarta vez como folletín en El diario del hogar.
Finalmente en 1891, en París, dentro de la “Biblioteca de Europa y América”, se imprime la quinta edición con un tiraje de 3000 ejemplares en español, al tiempo que Altamirano trabajaba en una traducción que sería publicada en Le Temps. Ésta es la última y definitiva versión cuidada por el propio Altamirano, cuya base es la de 1880, en la cual se muestran importantes cambios estilísticos y de composición.
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Presentación, edición y notas de María de Jesús Gómez Lazos.