Tras la victoria vino el sitio, con el sitio se desató el infierno.
Me llamo Severo de la Cruz, nací en la ciudad de Morelia el 25 de agosto de 1834 y alterné la carrera militar con mis labores en el ministerio de Hacienda, donde tuve una larga y satisfactoria trayectoria.
Participé en la batalla del 5 de mayo en Puebla y fui ascendido a capitán. Un año después estuve otra vez al pie del cañón y puedo asegurarle que lo que vivimos del 16 de marzo al 17 de mayo de 1863 no desmerece junto a la célebre jornada en la que las armas mexicanas se cubrieron de gloria, como dijo el general Ignacio Zaragoza; e incluso puede compararse con la batalla de las Termópilas, en la que 300 espartanos se sacrificaron para frenar el avance del ejército persa y evitar convertirse en sus esclavos.
Eso mismo hicimos nosotros en 1863: defender a la república y la independencia. Y quiero pensar que de algo sirvió, aunque al final perdimos y los invasores se apoderaron de Puebla y la capital. Sin embargo, y a pesar de la derrota, el valor de mis compañeros, su patriotismo, compañerismo y su espíritu de sacrificio se grabaron en mi alma y no puedo permanecer impasible mientras son olvidados.