La autora nos entrega Pasajeros sin huellas, su séptima novela que transcurre en época contemporánea.
Nuevamente la fluidez del lenguaje, la sucesión de paisajes, eventos inesperados y la connotación romántica, hizo de mi lectura un ejercicio entretenido e ilusoriamente ágil. La complejidad de la estructura y el enfrentamiento de dilemas invisibles pero tridimensionales: burguesía y marginación, biología y psicología, abnegación e indiferencia, leyes patriarcales y jueces inexorables: en suma cánceres sociales, económicos y éticos, le confiere en el subtexto una profundidad duradera. Los protagonistas pertenecen al universo vulnerable de los débiles, ignorantes, deformes, ilegales, y recorren retenes, refugios y albergues desde Pijijiapan a Ciudad Maderas. Al enfrentar situaciones y conocer personas como las Patronas, van limando sus capas externas y cohesionándose para descubrir vetas personales de fortaleza, fe, reciedumbre y hasta heroicidad subyacentes.
Al seguir a estos pasajeros, vemos nuestro país tanto en sus tramos rurales como urbanos endurecido con obstáculos, rodeado de muros, lastrado con lápidas; más la narradora traza un camino alterno con huellas invisibles: equidad, justicia, amor por el prójimo...y le devuelve su poesía.