Las particularidades que representan algunos personajes clásicos de la literatura rusa van de lo sublime a lo grotesco, de lo excéntrico a lo noble de la redención a la autocondena. Goncharov tardó diez años en completar la historia de un indolente terrateniente ruso, exámine, indeciso y apático, cuya relación con su criado Zajar gira en torno a la inmovilidad antagónica entre amo y sirviente. Con Oblómov, Iván Goncharov perfiló una figura paradigmática de la modernidad: la del individuo incapaz de acercarse mínimamente a la felicidad, ya sea por indiferencia o por el simple terror que le tiene al mundo. En oposición al sujeto pasmado por su propia impotencia, aparece Stolz, hombre para el que la inacción es impensable y que es el único amigo de Oblómov. Si bien Stolz procura que Oblómov salga de las cuatro paredes de la inactividad, e incluso lo ayuda a conocer el amor, que llega a darle impulsos vitales por un momento, la indolencia regirá la vida de éste hasta el final. Oblómov, novela seminal, puede leerse desde varios ángulos: el psicológico, el literario y el social. El protagonista se convertiría en arquetipo del tedio justamente porque encarna uno de los caracteres más emblemáticos del siglo XIX. Para Tolstói, Obrómov fue simplemente una obra maestra.