"El mérito de Prieto —dice en alguna página Carlos Monsiváis al hablar del famoso Fidel— es ser a la vez hijo puntual y negador contumaz de su siglo". De ahí el título de este volumen que reúne alrededor de veinte cuadros de costumbres donde el mundo se presenta a veces como real y a veces como ideal, como el que se quiere y el que no se quiere describir. Lo mismo en su encuentro con lo regocijante y espontáneo de las cosas que en el acto de abismarse ante cuadros de horror y de espanto, con su escritura ritual y punzante —y su necesidad de dar fe de las situaciones y relaciones sociales—, se hace patente la pasión del autor por lo cotidiano y lo marginal, o, al menos, por la expresión popular que le da cauce. Consciente de extraer de los hechos los contenidos de sus cuadros, y de unirlos a los marcos que permiten elevarlos a categorías con las cuales cultivar el orgullo nacional o los fervores tradicionales —drásticamente sobresaltados en su choque con la modernidad—, Prieto se hace guía de la opinión con un corrosivo humor, suscitado por una sociedad rígida que se disuelve, a contramarcha, en la anarquía y lo imprevisible. Estos cuadros patentizan a un testigo incapaz de desprenderse de su talante autobiográfico y que, por tanto, se sumerge con su yo —real e imaginario— en el acontecer y en el registro de ese acontecer, que es súbito y duradero, entrañable y conflictivo. El libro se divide en dos épocas: la santanista, que fue la que vio comenzar la labor periodística de Prieto, y la porfirista, que conoció su madurez y su conclusión definitiva.