Para quienes conocen la poesía de Salvador Díaz Mirón, hay tres etapas en las que se suele clasificar. La primera, influida por Victor Hugo —a quien tradujo— y por la escuela del romanticismo, es la expresión más sutil de su estilo, donde se ciñe a los metros y a la formas, a la musicalidad y a un elaborado léxico; en ella destaca su poema "A Hidalgo". Su segunda etapa sigue a su encarcelamiento, en 1895, por el duelo fatal con Federico Wolter, que le inspiró el poema "La oración del preso"; en esa fase resalta una nueva rigidez formal en que se sirve de sonetos, liras y espinelas, y deja ver entonces, como en su oficio periodístico, sus preocupaciones sociales y la necesidad de justificar su carácter temperamental. En "A Gloria" se observa a sí mismo: "Semejante al nocturno peregrino/ mi esperanza inmortal no mira el suelo,/ no viendo más que sombra en el camino,/ sólo contempla el esplendor del cielo". En su tercera etapa, antes de que sus decisiones políticas lo llevaran al exilio, Díaz Mirón buscó no repetir ninguna vocal acentuada en un mismo verso, ni palabras, y sí unir registros grandilocuentes con un lenguaje familiar. Se recogen en esta antología, en orden cronológico, los mejores poemas del "lisiado trágico", como su biógrafo, José Manuel Benítez, llamara al poeta.