Fuera de la literatura de los campos, Diario de Djelfa (1944 y 1970) es un poemario imposible de ubicar satisfactoriamente. Pero ya en 1944, el mexicano Pedro Gringoire, supo señalar las modalidades de una dicción poética tan poco habitual: «Páginas que son gritos, conminaciones, poemas en que los versos se enderezan como puños cerrados amenazantes o índices denunciadores; trozos de entraña herida. No hay que asombrarse de que sean versos violentos, injuriosos, detonantes. ¿Quién podría esperar, en tales circunstancias, melifluo son de flautas eólicas? Versos como fogonazos, como llamaradas, como clavos ardientes que se hincan en la frente, envuelta en sombras, de los verdugos. Pero, con todo, no falta en ellos la nota conmovida, tierna, cuando el autor habla de España, de su España en desventura, amada siempre en el dolor y la esperanza. Porque no hay en estos poemas desesperación. Por el contrario, esperanza. En el horizonte: el inminente día de la justicia. “Ya vendrá el pueblo.”»
Además de ofrecer un texto fidedigno, la presente edición, con su aparato crítico (introducción, bibliografía, notas a pie de página), propone al lector los elementos necesarios para entender la doble función del poemario: literaria y testimonial.
Dentro de la considerable producción literaria de Max Aub (París, 1903-México, 1972), ocupan un lugar especial unos quince títulos vinculados a su experiencia del internamiento en campos franceses (Roland-Garros, Le Vernet d’Ariège, Djelfa) entre 1940 y 1942. Con ellos, el escritor abarca gran parte de un capítulo aún poco conocido de la historia literaria española del siglo XX, el de la literatura de los campos cuyo corpus presenta características propias que, sin dejar de distinguirlo, lo colocan al lado del de los campos nazis y del Gulag.