Dividido en cuatro partes, Hay batallas mantiene una
sólida unidad lírica y poética de apariencia fragmentaria, y ya desde "De
rota", el primer apartado de poemas, asistimos al remanente de otro libro,
uno que perdió la batalla crítica con Rivera misma. Los apartados "Hay
batallas", "Antes" y "Caídas" son, en esencia, un
largo discurso fragmentario que aborda las mismas preocupaciones existenciales
que en "De rota" y remite a las mismas tribulaciones estéticas y
espirituales: una fe en la escritura, una fe salvífica, una certeza ciega que
nos ofrece la posibilidad de ser salvados por la poesía. Hay batallas es una
apología de la fe en la escritura. Asimismo, toda lucha, toda batalla, toda
defensa de la fe genera dolor, agonía. Este es el precio necesario para
alcanzar la salvación, el elemento purificador, catártico; sería imposible
ganar una batalla espiritual sin haber pasado antes por el sufrimiento:
"En mi cuerpo, espinas ardorosas" (p. 14).Pero en Hay batallas no hay
una poesía mística o de corte religioso tradicional. Hay, sí, una enorme carga
simbólica cristiana, pero también una impronta existencial de lo absurdo y una
búsqueda de sentido a través de la experiencia del lenguaje como forma de
conocimiento. A diferencia de los poetas místico-religiosos que hacen de Dios o
de la divinidad su vía de salvación y conocimiento, en Rivera el ritual de
ascesis es la práctica de la escritura en la escritura misma, lo que significa
que eleva el objeto de su religiosidad por encima de su Creador, al que
desdeña, del que descree: escribir sobre la escritura, universalizar la
palabra, hacerla objeto y sujeto de veneración.