"La novela se desarrolla en Bautiza, una 'ciudad dominada a la orilla del río' con sabor a puerto, donde las buenas costumbres de saludos caballerosos y ropas elegantes a pesar del calor..."
En La rueca de Onfalia Juan Vicente convoca a todos sus fantasmas en un lenguaje que en páginas fluye libre, cristalino, rápido hasta el mareo y, en otras, se torna retraído, moroso, barroco, lleno de digresiones, de paréntesis (“porque esa pequeña curva sirve para protegerme”): en todo caso, cargado siempre de la fuerza evocadora de la poesía. En este libro de tan prolongada gestación regresa, según sus propias palabras, a muchos de los temas gratos a él y que se encuentran ya presentes o esbozados en sus historias anteriores: la imposibilidad del amor, el desastre producido por el desencuentro amoroso, la disolución de la pareja, la decadencia de la familia, la afrenta, el orgullo y la culpa. No le bastó a Juan Vicente insistir tantas veces en las mismas anécdotas. Decir, por ejemplo, “mi abuela era una vieja cabrona” y, acto seguido, referir cómo, al partir el cortejo fúnebre de su esposo, la abuela, como único rasgo de dolor, salió al balcón y dijo: “Vay pues.” Al final tuvo que escribirlo todo para exorcizarlo. O más seguramente, porque fue su manera de ajustar cuentas con una realidad que de otro modo le parecía insoportable.
Guillermo Villar