Aún cuando la apariencia gráfica se empeñe en contradecir a priori tal tesis, Los lentos tranvías constituye un solo, vasto, único párrafo narrativo en expansión. Al dilatarse su espiral, viola fronteras consabidas para los géneros literarios: se cuela de un casillero a otro, gracias, en buena parte, al dulce humor con que Noé Jitrik ha impregnado las “lecciones de cosas” –más tarde “ciencias naturales”- residentes en su introspección. Modo de valores e intensidades: porque, al evocar, el texto no circunscribe su acción a una mera nostalgia. Asimismo cuando el autor memorioso halla parajes, circunstancias, seres, premoniciones de su infancia, intenta una interpretación de los hechos: es posible que los acontecimientos hayan sucedido así. Y en el trasforo se perciben resonancias de milongas, vidalitas o tangos que, aún tras cierto proceso de estilización, saben conservar su ubicua virulencia expresiva: una melodía secreta, rica en ecos paradójicos, que da cuerpo a un texto entre Aria de concierto y Ópera-monólogo, que vive la perplejidad de saberse tal pues no ha sido destinado a los foros ni requiere hiperbólicos acompañamientos orquestales. Suya es la voz humana.
José Antonio Alcaraz