Los textos que componen este libro parecen tejidos por la mano de un prestidigitador cercano a lo divino y a lo humano: de un país a otro, de la luz a la oscuridad, de la vida nunca apacible para sus personajes al hambre casi exterminadora que sufren resignados, la magia y lo sorprendente hacen caer al lector en una suerte de experiencia que supera con creces lo que espera encontrar en estas páginas.
Algunos de los cuentos desconciertan al principio, pero la prosa, impecable e implacable en su madurez, nos lleva con toda simplicidad a comprender un universo rico en elementos que se transfiguran para quedar dilucidados con su peso específico, exacto, en la dimensión que pocos narradores logran penetrar con el oficio magistral de Elena Garro. Lectura enriquecedora de la primera a la última página, Andamos huyendo Lola conseguirá forzosamente colocarse entre los libros clave de la literatura mexicana contemporánea.
La situación de Elena Garro es curiosa, muchas veces se la conoce más por su vida que por su obra. Es cierto que a los 17 años se casó con Octavio Paz –con quien tuvo una hija–, y que más tarde fue amante de Bioy Casares. También que luego de su desempeño político durante la Masacre de Tlatelolco, en México en 1968, su nombre adquirió cierto halo maldito que la llevó a un voluntario exilio. También que era bella como pocas y que amaba a los gatos locamente.
Los relatos de Andamos huyendo Lola son pequeñas obras maestras sobre la relación entre literatura y paranoia, sobre el huir real de un Estado imaginario, sobre la potencia de lo femenino versus el poder destructor de lo masculino.