Enteramente a sus anchas, con expresión ceñida hasta la última tilde, —rigor no menos admirable por serle ya reconocido—, José Agustín regresa al género del que se había ausentado desde La mirada en el centro (1977). Con la frescura de su antisolemnidad incurable, No hay censura confirma a José Agustín como un intérprete literario sensible y crítico de la actualidad, que se ocupa ya de poner al día las desenfadadas vacilaciones existenciales de la juventud en un cuento divertidísimo —el que da título al volumen—, o bien de seguir en una singular parodia la angustiosa persecución del “hueso”, o de registrar en su tono inconfundible el terremoto del '85. Dueño de sus recursos, lo mismo ha escrito brevísimos fragmentos, con la intensidad y el trazo de una acuarela de José María Velasco, que intrincadas tramas de corte policiaco y trasfondos metafísicos. De la mano de sus personajes, casi siempre de estirpe picaresca, José Agustín pasea los hechos de hoy por la literatura y decanta en el viaje su trascendencia y universalidad.