La vida se puede interpretar como la estadía en un hotel de paso. De hecho, todos los hoteles, por lujosos o baratos que sean, son de paso. La protagonista de este cuentario, que también es posible leerlo como una noveleta sin un orden predeterminado, entra a los vestíbulos, bares o habitaciones de esos sitios de cuerpos móviles no para hospedarse, ni siquiera para permanecer allí una noche completa, sino, tal vez, en esa búsqueda que las personas hacen de sí ante un mundo indistinto, hostil, absurdo en sus propias convenciones, en el que la soledad es una marca persistente, y en ese peregrinaje aparecen personajes ruines, mezquinos, que en vez de llenar a la protagonista de significados, la desnudan en una trama en la que es fácil entrar, pero difícil salir.