Miguel y Ernestina son primos; eso, sin embargo, no ha impedido que sostengan una contenida aunque intrincada relación amorosa. De hecho, lo suyo dista mucho de ser algo prohibido. Para la familia de él, Ernestina –habitante de la gran ciudad, rica y recién divorciada- es un gran prospecto. Después de todo, Miguel es un humilde farmacéutico de un pueblo costero y el padre de una niña a la que engendró cuando tenía tan sólo doce años. El problema es que su relación no tiene futuro, como ellos mismos lo aceptan: Miguel, con la voluntad quebrada desde niño, cree que ya no puede volver a empezar: carga con las responsabilidades de quien no ama. Y a Ernestina, por si fuera poco, le da miedo el sexo. A estas complicaciones hay que sumarle los conflictos protagonizados por las familias de ambos y el peso de una sociedad ansiosa de rumores y vituperios, ya sea en ese pequeño poblado acosado por el calor o en la cosmopolita ciudad de México de la década de 1950. Otro personaje entra en escena: “el caballo de oros” según las cartas de una adivinadora.
Este sarcástico y joven pintor se adentrará en la familia de Ernestina y creará un poderoso lazo con Adelaida, la frívola pero amorosa madre de ésta. Y, más importante aún, formará parte del gran proyecto de Ernestina, un complejo plan que le ha sido revelado en un místico viaje a Roma, y que les permitirá a ella y a Miguel convertirse, por fin, en “Los Hacedores”.