2016 / 01 dic 2017
La novela corta Salamandra, del hidalguense Efrén Rebolledo (1877-1929), narra la historia de Elena Rivas, mujer nacida en Sonora, de gran belleza y con un largo historial de pretendientes llevados a la ruina, pues su afán es orillar a los hombres a las peores humillaciones y exigencias cuando éstos buscan conseguir sus favores.
En esta novela están presentes las particularidades del Modernismo y el Decadentismo. La poesía de Efrén Rebolledo es reconocida por haber introducido el erotismo en la tradición lírica mexicana; su obra prosística no es la excepción. En Salamandra, el autor demostró una vez más las habilidades de su pluma, alcanzadas en 1916 con Caro victrix, y construyó el personaje de Elena Rivas, objeto del deseo y seguramente una de las femmes fatales más significativas de nuestra historia literaria.
La primera edición de Salamandra fue impresa en México, en los Talleres Gráficos del Gobierno, en 1919, con un tiraje de 500 ejemplares; ese mismo año, el 26 de julio, fue publicado un capítulo de la novela en El Heraldo de México. Tres años después, en 1922, salió a la luz una nueva edición aumentada en la ciudad de Kristiania –actualmente Oslo, Noruega–, con un tiraje de 1 000 ejemplares en la editorial Det Mallingske Bogtrykkeri.
Efrén Rebolledo, como todos los modernistas, se ubica históricamente dentro del Porfiriato, periodo que designa la presidencia del general Porfirio Díaz. Como parte de los claroscuros que caracterizaron al Porfiriato, es importante pensar en varias ideas originarias de Francia que encontraron lugar en la sociedad mexicana del siglo xix: desde las ideas de progreso provenientes del Positivismo, hasta las formas de hacer arte en la época. Otro aspecto a considerar es la llegada de la modernidad al territorio mexicano, entendida como crecimiento de las industrias minera, textil y petrolera, así como la construcción del ferrocarril. La ciudad de México experimentó un proceso de urbanización con el levantamiento de grandes piezas arquitectónicas de corte francés, haciendo de la capital un centro cosmopolita que influyó en la sociedad mexicana y, por lo tanto, en el arte que se produjo. Sin embargo, este crecimiento en lugar de materializarse en un bien para la mayoría de la población mexicana, fue sólo benéfico para las clases altas y significó la explotación de los estratos más bajos, sin olvidar las matanzas de grupos de indígenas yaquis para su exterminio.[1]
En el Porfiriato los escritores diversificaron sus actividades para sobrevivir, comúnmente colaborando en periódicos con reseñas o crónicas teatrales. En Salamandra, éste es el caso de Eugenio León, personaje que representa al escritor de la época. En cambio, Efrén Rebolledo optó por el trabajo político y diplomático. Desde 1901 hasta su muerte, viajó como representante del gobierno mexicano, visitando países como Guatemala, España, Japón y Dinamarca. Estas temporadas en el extranjero no le permitieron ver el fin del régimen porfirista, por lo que sus preocupaciones artísticas no se vieron afectadas por los conflictos armados de la segunda década del siglo xx, sino que sólo tuvo noticias de ello. Su trabajo como delegado del gobierno se vio en un estado de pausa, lo que le concedió tiempo para dedicarse a su obra literaria
La ciudad de México, esa ciudad cosmopolita y bohemia que Rubén M. Campos retrató en El bar. La vida literaria de México en 1900, se vio devastada por la Revolución mexicana, lo cual afectó a los compañeros modernistas de Rebolledo. A su regreso al país, después de la lucha armada iniciada en 1910, no vio la destrucción que, por ejemplo, vivió José Juan Tablada en su casa de Coyoacán. Esto explica por qué en Salamandra todavía se siente un Modernismo sin afectaciones y se lee una ciudad y personajes aún decimonónicos, salvo la brevísima descripción del padre de Elena Rivas, un ganadero afectado por la Revolución, y su ex marido, también afectado por la guerra.
El Modernismo hispanoamericano se alimenta de algunas corrientes nacidas en Europa como el Romanticismo, el Parnasianismo y el Simbolismo. Estas tres formas de ver el arte se alejaron de la estética que el mundo burgués había impuesto. El artista, de esta forma, decide criticar el mundo a través de sus obras bajo el supuesto de “el arte por el arte”, es decir, sin responder a las exigencias económicas, sino a la necesidad del creador artístico, cuya finalidad era el enaltecimiento espiritual que sólo el arte podía ofrecer. El artista hizo de su quehacer una rebelión frente a la escuela positivista de Auguste Comte, que negó todo pensamiento metafísico y planteó a la razón como el orden y explicación de todos los fenómenos del mundo, incluyendo el arte. El ideal modernista está presente en Salamandra, pues la máxima obra de arte para Elena Rivas, la muerte de Eugenio León, es un enaltecimiento espiritual que logra el poeta cuando combina su amor por ella y la maldad de esta mujer en un acto tan irracional, a los ojos positivistas, como el suicidio.
La novela del hidalguense es representativa de la prosa narrativa del Modernismo mexicano. Allen W. Phillips rastrea los rasgos de esta estética en la prosa de Rebolledo. En primer lugar están sus personajes “unos tipos raros, elegantes y refinados, con frecuencia artistas vistos en su vertiente decadentista”.[2] Después, sus espacios: “los interiores de gran lujo y repletos de objetos de arte, la sociedad aristocrática […] son elementos que delatan con claridad esa predilección artística”.[3] Finalmente, la construcción del texto manifiesta su pertenencia a esta corriente en la “prosa decorativa y estilísticamente muy elaborada”,[4] y la división de breves capítulos a partir de una frase procedente de la narración, cuyo resultado es la sensación de estar en un argumento cinematográfico de la época.[5] Para Milenka Flores García, Salamandra también tiene una filiación con el Decadentismo en “el amor malsano, muestra de lo malo y cruel de la naturaleza humana, en donde la destrucción de una persona o del pasado es causada por la modernidad vestida de trajes ceñidos al cuerpo y de sus ojos verdes”.[6]
De las primeras páginas, en la obra se hace referencia a distintos poetas y narradores como Diabólicas (1874) de Barbey d’Aurevilly y Las flores del mal (1857) de Charles Baudelaire, por lo que se puede hablar de un proceso de apropiación de las obras del Simbolismo y Decadentismo franceses. A éstas habría que agregar Salomé de Oscar Wilde, pieza que Rebolledo tradujo. De hecho, Caro victrix tiene un soneto dedicado a este personaje, cuya caracterización como un personaje femenino que condena a los hombres guarda cierto parecido con la protagonista de Salamandra.
Salamandra tiene un lugar importante en la obra de Rebolledo: es el quinto de seis libros en su haber narrativo, de los cuales cinco son novelas cortas y uno corresponde a un volumen de cuentos. La obra en cuestión forma parte de una posible trilogía en la que la historia de cada obra gira alrededor de una mujer, todas con un final trágico “como acostumbraban los modernistas”.[7] Primero está Hojas de bambú (1910) cuya protagonista es la estadunidense Miss Flasher; Salamandra (1919) con la ya mencionada Elena Rivas; y Saga de Sigrida la blonda (1922) con Sigrida, noruega de nacimiento. En este caso, Elena representa un momento especial para el autor, ya que, según Óscar Mata, con ella logró la madurez que en su prosa anterior no había conseguido, pues se perdía demasiado en la descripción de paisajes exóticos como los del Japón, dejando la trama y el dibujo de los personajes un tanto descuidados.[8] En la novela de 1919, por el contrario, el desarrollo de la protagonista es uno de los aspectos centrales de la historia. A pesar de ser mexicana, Elena Rivas es retratada como la mujer fatal francesa, adaptando un ideal femenino acuñado por los europeos a la literatura mexicana.
En esta novela, Rebolledo expresa su obsesión por la cabellera, aunque ya lo había hecho antes en varios sonetos de Caro victrix (1916) o en el cuento “La cabellera”, publicado por primera vez en la Revista Moderna en agosto de 1900 y que apareció posteriormente en El desencanto de Dulcinea (1916). En este cuento, sólo se desarrollan las acciones de un personaje masculino, un poeta, que entra en estado de hastío y tras una noche de juego, bebida y mujeres, decide suicidarse al amanecer con la cabellera de la prostituta que lo acompaña. Si bien se acude a la figura de la meretriz, en dicho cuento no se construye aún la mujer fatal como en Salamandra.
A los escritores de la época les interesó el desarrollo de personajes femeninos con finales fatales y/o trágicos, tal es el caso de La rumba (1890-1891) de Ángel de Campo, Fragatita (1896) de Alberto Leduc y algunos cuentos de Bernardo Couto Castillo, donde las mujeres son orilladas a la muerte o al asesinato por razones amorosas. Sin embargo, ninguna llega al punto de Elena Rivas, una mujer que goza con el sufrimiento de los demás.[9]
Durante el siglo xix en México, la narrativa estuvo al servicio del adoctrinamiento y enseñanza para la construcción de una nación incipiente. Con Efrén Rebolledo sucede algo distinto, pues bajo el precepto de “el arte por el arte”, cualquier anhelo pedagógico quedó anulado y su producción literaria se enfocó en el entretenimiento.
La trama de la novela se desencadena cuando, días después de haber leído el poema “Un raudal de promesas” de Eugenio León en el periódico, Elena Rivas busca la forma de acercarse a él para que realice la “más bella obra de arte”. Ellos se conocen en la casa del Conde de Orizaba, en una exposición del pintor Rutilio Inclán. Tras varias visitas y fiestas que sostienen los dos personajes principales, Elena Rivas decide terminar de tajo la relación que mantiene con el también crítico de teatro, Eugenio León, y no asiste a una cita que hubieran tenido en casa de él, encuentro que significaría la consumación del amor. Y como regalo y símbolo del final, ella le manda un paquete que contiene su larga cabellera, “en testimonio de mis sentimientos”.[10] Después, Elena se va de la ciudad, acompañada de su inseparable amiga Lola Zavala, a una hacienda en Querétaro llamada “El Retiro”. Ese tiempo de ausencia por parte de la protagonista, representa para Eugenio la decadencia, pues se entrega a la pasión del desamor: abandona su trabajo en el periódico, dedica su tiempo a la bebida, pierde su departamento en la colonia Roma y termina viviendo en una vecindad de mala muerte. El regreso público de Elena se da en una ópera, del brazo de Fernando Bermúdez, un viejo pretendiente, y en presencia de Eugenio, actuando con desdén ante los sentimientos de este último.
Eugenio regresa a su casa desilusionado y, dentro de su desesperanza, recuerda el último regalo de Elena, es decir, su cabellera, por lo que decide cometer el acto que antes hubiera escrito en los versos de un poema:
Y una espesa mortaja, una fúnebre ajorca
es tu lóbrego pelo; mas tanto me fascina,
que haciendo de sus hebras el dogal de una horca,
me daría la muerte con su seda asesina.[11]
El poeta se ahorca en la barra de su cama, poniendo fin a su vida. Logrados los objetivos de Elena, y tras haber leído en el periódico la nota que comprobaba su éxito, exclama: “¡Qué bella está la mañana!… ¡Qué suave el perfume de estas rosas!”,[12] las últimas líneas de la novela.
La configuración del personaje de Elena Rivas parte, en su mayoría, de las comparaciones que hace el autor con otros textos literarios, como si hubiera una validación de su Salamandra con la presencia de referencias. A partir de la mención de escritores como Charles Baudelaire, el Marqués de Sade, y la introducción de los dos epígrafes de Plinio y Benvenuto Cellini, se crean las características físicas, psicológicas y morales de esta mujer, con lo que se construye un personaje que con un tópico establecido: el de la femme fatale.
Simbolistas, decadentistas y estetas, entre otros, desarrollaron la fascinación por estos personajes femeninos, cuyo modelo coincide con la descripción de Elena Rivas:
No era la gigante del autor de Las flores del mal ni la Dueña chica del Arcipreste de Hita, sino de una estatura media, a la misma distancia de los extremos. De pelo tan negro como el de una japonesa, pero más fino, ligeramente ondulado en vez de ser liso y mucho más abundoso. Su carne pulida, firme y de tonos dorados, en ninguna parte dejaba señalarse los huesos. Su busto era alto y rica su cadera. Gracias al traje moderno que desviste tan bien a las mujeres, mostraba la redondez de sus brazos a través del tul de las mangas, el arranque de los hombros, y oprimido por el tubo de la bota el delgado tobillo que se ensanchaba bruscamente bajo la malla tirante de la media, realzando esa forma de pierna tan preciada, que en la jerga masculina mexicana se llama champañera. No es posible definir el color de sus ojos, como no es posible definir el color del océano, pero eran más bien obscuros, y cuando no los cambiaba la coquetería, eran duros como los de las aves de presa. El timbre de su voz era armonioso, con un leve matiz de burla que acentuaba la impertinencia de sus frases, y su risa breve, aguda, cruel, confirmaba la opinión de Dostoievski [así fue escrito en el original], quien observa en La casa de los muertos que para conocer a una persona se estudie su risa.[13]
Erika Bornay describe a la femme fatal como “una belleza turbia, contaminada, perversa. […] Podemos afirmar que en su aspecto físico han de encarnarse todos los vicios, todas las voluptuosidades y todas las seducciones”.[14] Elena Rivas es un objeto de deseo que se antepone a toda fragilidad, donde su apariencia física es un símbolo y trasfondo que da cuenta de un carácter seductor y malévolo. Es importante hacer hincapié en su fortaleza, ya que la femme fatale suele aparecer “como un ser fuerte, dominante y poderoso, características que siempre se han contemplado como atributos propios del hombre, y que otorgan a la imagen del ser femenino una apariencia a menudo andrógina, e incluso en ocasiones, masculina”.[15] Siendo así, se recordará el fragmento donde se reconoce que Elena “No era macho ni hembra, como dice Plinio de algunos animales. Era una salamandra”.[16] Este salto es importante dentro de la narración, puesto que la mujer cambia a bestia andrógina, revelando su verdadero carácter en la obra. La salamandra, en este caso, sería afín a la serpiente, según el paratexto de Plinio que abre la novela, “Sabemos por varios autores que se engendra una serpiente de la espina dorsal del hombre”.[17] De acuerdo con la tradición, la serpiente es la representación del “hombre-cultura versus mujer-naturaleza” y del criterio “hombre-espíritu-intelecto antagónico al de mujer-materia-naturaleza”.[18] Sin embargo, a lo largo de la novela, el lector se puede dar cuenta de que Elena Rivas no es un reflejo de la naturaleza, a excepción de los instintos pasionales y animales que provoca, ya que su personaje está más apegado al mundo citadino y artificial.
Siendo así, la figura del andrógino es a la que se hace referencia en Salamandra. Esta figura llamó la atención de varios artistas del siglo xix, entre ellos Rebolledo:
Se vio en el andrógino, o en su equivalente el hermafrodita, la perfecta fusión de los dos principios, el femenino y el masculino que equilibran y unen la inteligencia y la estética.
El andrógino se convirtió en el supremo deseo de quienes la realidad no satisfacía. Significaba la belleza absoluta, superior a la de la mujer que pertenece a la naturaleza; una belleza que se basta con ella misma y no tiene necesidad de nadie. Pero no fue éste el único aspecto del interés que despertó aquella figura. Existía también una atracción por su origen desconocido y misterioso, que le valdrá un puesto de honor dentro de la alquimia. El dandy, el esteta o el decadente, con su extremado refinamiento y su búsqueda de lo original, flirtearon con la imagen del andrógino, tanto en la literatura como en la vida real, lo que equivale a decir con lo contradictorio, lo imposible y lo perverso.[19]
Al momento de reconocer a Elena como un ser andrógino, su imagen no es algo grotesco, sino una exaltación mayor de su belleza. De hecho, era común que la mujer andrógina fuera relacionada con el lesbianismo; por lo tanto, se podría pensar la presencia de Lola Zavala como un guiño del autor hacia esta referencia.
La llamada salamandra, al estar en los dos extremos, es el personaje más complejo de la obra, donde la sociedad es una sociedad de apariencias y en la que ella es la única que se atreve a ser una representación de los dos mundos (natural-artificial, masculino-femenino, etcétera), es decir, como lo pensaban los simbolistas.
Ejemplo de todo esto es la fiesta que ocurre en casa de Eugenio León. Después de que se retiran de la reunión todas las mujeres, Elena se queda con un grupo de hombres donde ella les revela cómo poseen los varones un refinamiento amanerado, mientras ella goza de la virilidad que ellos no poseen. Primero, al obligarlos a beber coñac en lugar de té. Posteriormente, haciéndoles preguntas sobre su vida masculina:
—Y ustedes, ¿cómo matan el tiempo? Yo daría algo por averiguar de qué manera se divierten los hombres en México, sobre todo los ricos. No hay cocottes elegantes, ni clubs, ni carreras de caballos, ni siquiera vida social. Cuéntenme ustedes, ya saben que se puede decir todo delante de mí.
Todos permanecieron mudos ante la pregunta de Elena, dándose cuenta de la miseria de sus vidas. Solamente Eugenio León murmuró, vejado por aquel instante de silencio:
—Yo tengo orgías de arte, leyendo hasta la madrugada obras de autores exquisitos y perversos.
—Es usted muy libertino, repuso Elena, dejando oír su risa cristalina.[20]
En esta escena, la crueldad con que Elena trata a Eugenio revela a este último como un artista en apariencia más que en acción vital. Mientras que en la obra escrita el poeta puede pretender y transmitir un espíritu decadente, como en el soneto “Un raudal de promesas”, la vida se queda corta con respecto a esta última. La salamandra, continuando con Erika Bornay, a pesar de no ser artista, mantiene un verdadero estilo de vida decadente:
Hay en el decadente un hastío, una atracción por el gouffre [abismo] y por la muerte, una conciencia de crisis, un explorar los dominios plutónicos, morbosos y letales que, en principio, son sentimientos ajenos a lo que se entiende por esteta. Pero lo que ocurría con mucha frecuencia era que un decadente se entregase a un fervoroso esteticismo como última y desesperada razón para seguir siendo, necesidad que no existía en el esteta puesto que su ideario se basaba esencialmente en la intensificación de la experiencia artística que le conduciría al extremo de intentar hacer de su propia vida una obra de arte.[21]
El poema “Un raudal de promesas” de Eugenio León no es más que una mera expresión de una posible experiencia estética, cuasi mística, con el suicidio; sin embargo, se queda en la promesa y el papel. Por ello, Elena le exige más al poeta al hacer que se corresponda la obra con la vida, mediando entre el sentimiento decadente y el esteta. Es de resaltar que la única descripción física y emocional de Eugenio es cuando ya se encuentra en la desesperación causada por el desamor y está muy cerca de su “más bella obra de arte”:
Él, que de buen grado hubiera sido un dandy y amaba la limpieza hasta el punto de haber dicho en una ocasión que en caso de ser víctima de la miseria se haría mozo de un baño público, para bañarse al menos todos los días, andaba sucio y desaliñado. Se embriagaba en las cantinas de los barrios con empleados de mala traza y con literatrastos. Con la inconciencia propia de quien ha perdido el respeto de sí mismo, frecuentaba las calles céntricas como cuando era un hombre de letras próspero y considerado, osando abordar a antiguos conocidos, sin parar mientes en que les inspiraba repugnancia con su traje pringoso. Los que antes eran sus admiradores volvía la cara para no saludarlo, y cuando le tendía la mano a alguien, lo veía retirarse pretextando alguna ocupación urgente. Como no trabajaba y carecía de recursos, comenzó a pedir prestado.[22]
Completando su transformación hasta el momento de su muerte.
A pesar de encontrar varios nombres en la novela, sólo hay dos personajes estables, Elena y Eugenio. Sin embargo, el segundo sólo tiene una verdadera participación en el relato cuando se deja influenciar totalmente por el primero. Si la salamandra no influye en el artista, éste sería un pretendiente más de los que está cansada la mujer, así como un poeta tibio. De esta manera, Elena Rivas se erige como el centro y agente en toda la novela, pues gracias a su presencia se hace notable la crítica al mundo burgués, la dualidad del mundo y la búsqueda de la belleza estética de este mundo dual.
La narración. Estructura, lenguaje y espacios
La estructura narrativa que emplea Rebolledo para Salamandra parte de pequeños capítulos, cuyos títulos son frases retomadas del cuerpo de la novela. Por la lejanía temporal, para el lector del siglo xxi esto no parece relevante, aunque para el lector promedio de 1919 daba la sensación de estar apreciando un filme cinematográfico. Este elemento de la modernidad, con el que quedaron fascinados los modernistas, es una novedad dentro de la narrativa de aquellos años. Lo que no significó exactamente una ruptura de ciertas estructuras, sí es un cambio y un momento único en la producción del hidalguense, pues no reaparece en su siguiente y última novela, Saga de Sigfrida la blonda, a pesar de los resultados obtenidos.
El narrador de Salamandra se desarrolla en tercera persona y con una visión omnisciente. La estructura de pequeñas escenas cinematográficas requiere agilidad y rapidez en la narración de las acciones, aspecto que cumple el autor al no detenerse en un estudio profundo de los personajes; a pesar de hacer énfasis en ciertas descripciones de espacios y objetos, que van más hacia la construcción de una estética del embellecimiento del lenguaje que al de la narración en sí, logra un equilibrio en estos dos ámbitos.
A excepción del momento dentro de la novela en que Elena Rivas se va a Querétaro con Lola Zavala, toda la trama se desarrolla en la ciudad de México. Las descripciones del ambiente son totalmente modernistas, es decir: espacios urbanos retratados como centros cosmopolitas, haciendo énfasis en las construcciones arquitectónicas y el ritmo de la vida citadina, mientras que, por otro lado, en los espacios interiores se advierte cierta fascinación por los objetos decorativos de manera preciosista, enfocándose en detalles para exaltar su belleza. En este sentido, las acciones desarrolladas dentro de casas o teatros son, normalmente, actividades de una sociedad cosmopolita y bohemia donde artistas conviven con la sociedad burguesa. Sirva de ejemplo la casa donde se conocen los dos personajes principales:
Dilató los ojos en derredor, sintiendo una impresión de alivio al ver las columnas de arábiga esbeltez; los marcos de rebelde cantera esculpidos como si fueran de blando cedro; las puertas labradas como obras de platería; la fuente, trabajada con el primor de una hornacina, de donde estaba ausente el líquido fresco y gárrulo; el barandal del segundo piso de bronce de China, y los preciados azulejos de Puebla, que formando caprichosos alicatos, cercaban los marcos de ventanas y puertas; componían frisos; esmaltaban techos y revestían los peraltes de los peldaños de la escalera.[23]
Si bien el campo queretano no es descrito de forma desagradable, resulta evidente un choque o contradicción con la imagen urbana que se presenta en la obra: burros en lugar de carros, polvaredas que ensucian el paisaje narrativo, comida –pulque y frijoles– “poco sofisticada” como la citadina, por mencionar algunas características. Por ello, Elena no soporta las temporadas en “El Retiro”, lugar que representa paz, tranquilidad y paraíso natural, no artificial a la manera de Baudelaire. En este sentido, Erika Bornay explica que el decadente, “con el fin de romper con la cotidianidad pequeño-burguesa”,[24] buscará deleites opuestos a los del hombre común y tratará de alejarse de ese espacio donde la naturaleza no ha sido modificada por la civilización, pues “queda ya lejos, y aquel ideal de naturalidad lo desplazará por un ideal de artificiosidad”. En consecuencia, la ciudad será su entorno inmediato por excelencia: “lo artificial urbano frente a lo natural rural”.[25] Y de esta forma, el autor logra construir los espacios en la novela.
No se puede hablar exactamente de un nivel de realidad en la novela, pues hay que recordar que, tanto para simbolistas como para modernistas, “la verdadera realidad de las cosas se halla detrás de las apariencias, y reside en la idea, que es la esencia interior”. Frente a esta idea, el escritor se aproximará a través de los símbolos, “de objetos que posean una virtud sugeridora, evocadora, mágica o mística”.[26] Aunque no hay elementos fantásticos explícitos que trastoquen la atmósfera y el entorno en la narración, hay que reparar en que Elena Rivas no es descrita como una mujer cualquiera cuando se le compara con la salamandra: bestia de una gran tradición en la zoología fantástica, y que es diferente al anfibio común que se conoce en el mundo biológico. La sola presencia de este personaje dota a la historia de carácter diferente al propiamente realista, pues no hay comportamientos basados en la razón, propios del Realismo, casi siempre positivista, sino que el poder femenino y fatal de este ser diabólico llamado Elena empuja al poeta a su propia muerte. Por lo tanto, aunque no se le puede colocar en una realidad fantástica al cien por ciento, la novela supera el mundo tangible, dejándose llevar por el sentimiento desbordado del poeta Eugenio León.
Rebolledo, Salamandra y la crítica
Los estudios sobre la obra de Efrén Rebolledo suelen partir de las generalidades más que de las particularidades, pues la mayoría de éstos se dedican a describir la obra como un conjunto, o bien, a examinar distintos de sus títulos en comparación con otras obras de la época (casi siempre, de su poesía). Faltaría agregar a este panorama que, entre lo poco que podemos hallar, suelen encontrarse introducciones a ediciones póstumas. En este orden de ideas, podríamos resumir en cuatro los tipos de textos que tienen por tema Salamandra: reseñas, introducciones a las ediciones críticas o reimpresiones que vinieron con los años, estudios generales y tesis universitarias.
Entre las reseñas habría que destacar la de Enrique González Martínez, publicada el 28 de julio de 1919, en El Heraldo de México (aunque impresa un día antes en Revista de Revistas, sin firma). En esta revisión el poeta exalta distintas características de Salamandra. Por ejemplo, es el primero en mencionar que la estructura de la obra se compone por diez pequeñas escenas como si se tratara de un guion cinematográfico, “con un desarrollo rápido”.[27] Profundiza asimismo en este aspecto, comparándola con novelas que hoy denominamos como realistas: “Los relatos inacabables que hace poco deleitaron a los lectores de novelas, resultan imposibles de tolerar. Bourget, con sus análisis psicológicos minuciosos, la novela española que hace treinta años con sus descripciones monótonas y su estilo abundoso, no cuadran con el espíritu de hoy”.[28]
También se refiere vagamente a la biografía del autor, aspecto que para ese momento parecería mínimo, pero que para el lector de hoy resulta trascendental. En esta reseña se hace mención al viaje diplomático que Efrén Rebolledo realizó a Noruega, país donde se casó y tuvo hijos. Salamandra es la última obra que el hidalguense publica en México, y lo que González Martínez tituló como “Saludo” se convierte realmente en una despedida.
En cuanto a los textos introductorios a las ediciones posteriores de Salamandra, es preciso mencionar tres: de Luis Mario Schneider, Milenka Flores García y Christian Sperling. El trabajo de Schneider no sólo trata de Salamandra, sino también de Caro victrix, pues fueron editadas en un solo volumen en la década de los setenta, como muestra del trabajo más característico de Rebolledo. En este apunte, más que un contexto estético de las obras, podemos encontrar una descripción de la salamandra como elemento de la tradición literaria posterior a 1919, hasta el poemario Salamandra (1962), de Octavio Paz. Se suma a lo anterior el estudio de la relación de la obra de Rebolledo con el erotismo, y los rasgos de cierto detenimiento y censura por su propia mano creativa, puesto que, asegura Schneider, a pesar de ser uno de los grandes maestros en el manejo del tema, sabía que sus lectores pertenecían a “una sociedad conservadora, prejuiciosa y tradicional”.[29] Podríamos citar aquí las últimas líneas que resumen la visión del crítico literario:
La Salamandra de Rebolledo irrumpe con su oscura dialéctica de vida y muerte, con algo también que recuerda los legendarios sacrificios humanos cuando los dioses reclamaban sangre para revitalizarse y afirmar su eternidad. Dialéctica asimismo por la atracción de contrarios como testimonio instintivo de la vida misma.[30]
El estudio introductorio de Milenka Flores García a la edición de la obra en 2012, abarca muchos puntos importantes, como son los personajes, el tiempo, el espacio y las corrientes estéticas del momento en que Rebolledo integró su visión del arte. Por otro lado, en la “Presentación” de la misma edición (2012), escrita por Christian Sperling, se encuentra uno de los análisis más completos que ha realizado la crítica literaria a Salamandra. En ésta, se analizan los antecedentes de la producción de Rebolledo, es decir, la manera en que llegó de El enemigo (1900), su primera novela, a Salamandra, a partir de una revisión de recursos estilísticos y estructuras narrativas. El apartado que dedica a desentrañar el significado de la cabellera femenina y el fetiche en la obra debe resaltarse; sin embargo, el punto más importante en el estudio de Sperling podría consistir en la breve comparación que hace entre las ediciones de 1919 y 1922, consignadas por vez primera en esta edición digital.
Para finalizar la revisión, se debe remitir a un estudio general muy completo sobre la prosa del hidalguense. Se trata de “La prosa artística de Efrén Rebolledo”, de Allen W. Phillips, discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua en 1972. Aunque en él se tratan generalidades sobre cada título narrativo, el documento arroja luz sobre los cambios entre obra y obra, y la evolución de Rebolledo en su oficio de narrador. De igual manera, Phillips puntualiza en las características modernistas de Rebolledo y propone un breve análisis sobre sus personajes. Se trata de un estudio que, a pesar de las generalidades, logra mostrar los rasgos más importantes de la obra literaria del autor.
Anexo: sobre las dos ediciones de Salamandra
Entre la primera y la segunda edición de Salamandra –1919 y 1922, respectivamente– se realizaron no pocos cambios, si bien ninguno de ellos altera la anécdota de la novela. Aunque para precisar y valorar la intención y el sentido de estas modificaciones es necesario un estudio profundo y extenso que señale y analice las diferencias entre ambos libros, mostraremos un breve panorama de los distintos cambios que hubo.
Es necesario aclarar que la mayoría de las modificaciones son de orden estilístico, es decir, se ha cambiado una palabra por otra. Por ejemplo, para describir cómo Elena Rivas lee el poema de Eugenio León, en la primera edición se encuentra: “Siempre le habían encantado la originalidad y la técnica de aquel poeta. // Leyó de prisa y en silencio, recitando después con su voz de oro”.[31] Mientras que en la segunda edición: “Le encantaban la originalidad y la técnica de aquel poeta. // Leyó de prisa y en silencio, recitando después el férvido poema con su voz de oro”.[32] En las líneas anteriores, una frase larga, compuesta por adverbio y perífrasis, se reduce a una frase más corta, compuesta por un pronombre personal y un verbo. A pesar de los cambios sintácticos los lectores no se encuentran con un cambio de sentido evidente, que altere el universo de lo narrado.
En cuanto a modificaciones mayores, podemos mencionar dos. La primera tiene que ver con la anécdota sobre el amor que Elena Rivas despertó en su hermano. En la edición de 1919 aparece narrada en el capítulo seis: “No era macho ni hembra, como dice Plinio de algunos animales”; mientras que en la de 1922, la encontramos en el primer capítulo: “Barbey d’Aurevilly la habría escogido de modelo para escribir una de sus «Diabólicas»”. La segunda se refiere a una escena donde Elena Rivas se complace en acariciar y jugar con un gato negro, justo antes de cortarse la cabellera con la que Eugenio León se dará muerte. Esta escena no se encuentra en la primera edición, mientras que en la segunda, aparece narrada en dos párrafos en el capítulo seis.
Los fragmentos de obra que abren cada uno de los capítulos se mantienen idénticos en ambas ediciones, salvo para el apartado quinto, que en la primera edición se llama “La araña tejiendo su tela”, y en la segunda, “Tejiendo la tela en que había de tomarlo cautivo”. Se puede apreciar que no hay una variación importante de sentido; sin embargo, para escudriñar todos los aspectos que pueden desprenderse de estas correcciones de formulación sería preciso un examen más riguroso por parte de la crítica especializada.
Baudelaire, Charles, “El alba espiritual”, Las flores del mal, ed. bilingüe de Alain Verjat y Luis Martínez de Merlo, trad. de Luis Martínez de Merlo, 13a ed., Madrid, Cátedra (Letras Universales; 149), 2010.
Bornay, Erika, Las hijas de Lilith, Madrid, Cátedra, 2001
González Martínez, Enrique, “Saludo”, en Efrén Rebolledo, Obras reunidas, est. preliminar, cronología, y comp. del apéndice documental de Benjamín Rocha, México, D. F., Océano/ Consejo para la Cultura y las Artes de Hidalgo/ Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo/ Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2004, p. 360.
Mata, Óscar, “La novela corta del modernismo”, La novela corta mexicana en el siglo xix, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco (Ida y regreso al siglo xix), 2003, pp. 121-135.
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