Enciclopedia de la Literatura en México

La inquisición y la cultura literaria en el siglo XVII

mostrar Introducción

El campo de las investigaciones literarias en México ha dado mayor atención, en los últimos años, a un grupo de textos encontrados en archivos documentales, pertenecientes al Tribunal del Santo Oficio de México. La escritura de estas obras se ha llegado a considerar una muestra de la actividad artística de la época en el contexto histórico de la sociedad colonial. Los textos que aquí se presentan se inscriben en un “ámbito de problematicidad” donde la historia y la literatura convergen de manera simultánea. El estudio de estas obras, verdaderas “fuentes multiculturales”, constituye así un “espacio fronterizo” donde varias disciplinas encuentran un objeto de estudio, desde su propio punto de vista.[1] Éste plantea la existencia de un acervo compuesto por textos diversos del siglo xvii manuscritos e impresos, que se han rastreado en los expedientes del Tribunal del Santo Oficio en la Nueva España. Se resaltará el carácter cultural, “siempre de cara a la posibilidad de recrear la cultura y el conocimiento” y de entablar un diálogo con la materia (textos), y con las “tradiciones conceptuales” (Perus, 1994, p. 8) que subsisten al interior de la historia y la literatura.

En principio, deben tenerse en cuenta dos condiciones importantes para la reflexión: la pertenencia e inserción de los textos en documentos mayores y las concepciones teóricas desde las cuales se han estudiado los textos referidos, llamados “marginales”.[2] Estos se encuentran “entreverados” con los legajos del expediente o causa de fe, documentos testimoniales y confesionales de carácter jurídico o forense. Tanto en el aspecto material como en el composicional[3] se relacionan con el contenido del expediente jurídico. Así pues, representan unidades parciales (escritos) que se integran a unidades complejas (procesos). En segundo lugar, desde las concepciones disciplinarias (historia y literatura) e interdisciplinarias (histórico-literarias) estos textos no han sido vistos tradicionalmente como textos artísticos. Sin embargo, las investigaciones actuales los empiezan a ver en la línea de una construcción de la historia literaria nacional, donde se busca el rescate de manifestaciones culturales que también permitan ampliar el campo de los estudios literarios en general.

mostrar El interés por los escritos

En las últimas décadas las investigaciones sobre textos coloniales han venido a apoyar, de manera importante, el análisis de obras artísticas “marginales” que representan una visión de la realidad social y cultural de una época, de un país: las virtudes descritas en ellos “muestran los valores predominantes, la norma social; [...] refieren aspectos de la vida cotidiana y mentalidad colectiva; [...] de prejuicios, de expectativas, de sentimientos, y, sobre todo, de la formación de conciencias de identidad local o nacional”.[4] Incluso, es posible relacionarlos con una forma de “prehistoria” del discurso literario en México, un precedente de obras importantes posteriores. Desde el punto de vista de la historia cultural, ofrecen una fuente de conocimiento de la vida personal, privada y social, de esa colectividad que vive a lo largo de tres siglos de dominación colonial y que, sin embargo, es desconocida. Así, estos textos permiten pensar en expresiones de un tipo de cotidianidad alejada de los testimonios oficiales que constituyen, por un lado, muestras de la religiosidad individual, y, por otro, un conjunto de voces ocultas, soterradas, que dan cuenta de una realidad social. Con este marco contextual se da paso al recorrido por los discursos y los textos que los representan.

En principio surge una serie de interrogantes que tienen que ver con la existencia, los objetivos y la razón de ser del Tribunal, y que se relacionan también con la acción y coacción en el desarrollo de la creación literaria en tierras americanas. Por ejemplo: ¿Cuál es la razón del “vacío” en el desarrollo de determinados géneros literarios, por ejemplo, la novela? Esta pregunta conduciría, a su vez, a otras como las planteadas por Solange Alberro al inicio de su estudio sobre la Inquisición en México: “¿Qué representó la Inquisición en Nueva España? ¿Qué sociedad se perfila a través del funcionamiento inquisitorial y qué vivencias tuvieron en ella sus hombres?”[5]

mostrar El tribunal del Santo Oficio en América

La importancia de las instituciones en la conformación de la sociedad colonial ha sido analizada por extenso. En el panorama económico, político, social y cultural del siglo xvii en la Nueva España, se destaca el papel tanto de la Iglesia como del Tribunal del Santo Oficio de México. Se ha afirmado que este siglo es el de la “estabilización colonial”, en el que se “acrisola” la personalidad y el cariz de la identidad cultural de la sociedad novohispana. El Barroco, que pasa del terreno del arte al de la literatura, se asienta como la gran corriente ideológica de la época. Instaura una visión de mundo donde se tiene una “aspiración de universalidad y unidad en la construcción del cuerpo místico”[6] y se implanta como sistema de ideas de parte de la Iglesia. El boato de las festividades religiosas y celebraciones civiles, muestra la ostentación de un poder unificado, así como el control de ideas y comportamientos por parte del Estado y las instituciones en que se sustenta: la Iglesia y la Inquisición. A una le corresponde establecer, instruir y propagar la fe; a la otra, vigilar y castigar la desviación. En conjunto, procuraban mantener una obediencia consciente, o una sumisión inconsciente que sólo se interrumpía con los comportamientos “disidentes”, precisamente como movimientos de ruptura, espacios por los que se pueden filtrar expresiones discursivas, fruto de la creación personal o manifestación de inquietudes colectivas.[7]

El papel de la Inquisición se orientó, entonces, hacia la conformación de formas de ser, pensar y sentir, las cuales se condensan en “estructuras mentales y comportamientos” que serán luego representadas, estilizadas y figuradas en estos textos “híbridos” ya mencionados.[8] Esta situación se aprecia desde su misma aparición como Tribunal de la Santa Inquisición, creado para “salvaguardar la fe católica de la herética pravedad y apostasía”. En España, de hecho, se había establecido, además, como órgano de gobierno durante el siglo xv cuya acción se concentró en mantener el orden y la vigilancia de grupos minoritarios (judíos, árabes, protestantes, cristianos nuevos). Después, con el descubrimiento y la Conquista de América, su campo de acción se amplía a proteger y mantener la pureza de la fe de los habitantes peninsulares, en las nuevas colonias.

La estructura de gobierno de la Nueva España quedó constituida, en principio, por un núcleo central y (centralista). El Tribunal del Santo Oficio se transformó en un “órgano de control social y político al servicio de los reyes españoles” (Ortega, 1982, p. 100). El establecimiento del Tribunal en América obedeció a la necesidad de mantener la pureza de la fe y también al reclamo de los colonizadores, quienes temían se permitiera la entrada de herejes, lo cual representaría una amenaza económica y religiosa, pues éstos podrían apartar de la fe a los fieles y devotos cristianos, “con su malicia y pasión, [...] comunicando sus falsas opiniones y herejías, divulgando y esparciendo diversos libros heréticos y condenados, y el verdadero remedio consiste en desviar y excluir del todo la comunicación de los herejes y sospechosos”.[9] Instaurada así como uno de los órganos constitutivos del gobierno virreinal, la Santa Inquisición llegó a tener la mayor jurisdicción, pues comprendía el territorio de la Nueva España, y reinos como el de Guatemala, las Islas de Barlovento y las Filipinas, con sus distritos, jurisdicciones, arzobispados y obispados. Estuvo sometida a la autoridad real por el Patronato que el rey ejercía sobre la Iglesia, aunque, gracias a la concesión dada a los Reyes Católicos por el papa Sixto iv en 1478, nunca dejó de tener privilegios y alcances bastante amplios. El Tribunal ostentaba un gran poder e influencia en todos los aspectos de la vida colonial. En efecto, su preocupación fue construir un espacio cerrado donde la “amenaza” de herejes, moros o judíos no existiera. La continuidad de todo un aparato ideológico, político y económico se mantenía tras el establecimiento de la Santa Inquisición en la Nueva España, ocurrido de manera “formal y solemne” el 4 de noviembre de 1571; el primer inquisidor general para este virreinato fue don Pedro Moya de Contreras (¿?-1591).[10] El papel que adquiere el Tribunal en la vida de las nuevas sociedades queda registrado en los textos o, como explica Sergio Ortega: “... los documentos de la Inquisición contienen la historia social e intelectual; reflejan la vida del pueblo y la mentalidad colonial en cualquier momento dado. Cuando se estudian en masse los archivos ofrecen un panorama de la vida colonial que no se encuentra en otras fuentes. Quizá una sociedad pueda conocerse mejor por sus herejes y disidentes” (1982, p. 100).

Desde el momento de su establecimiento, el Tribunal se orientó a vigilar y controlar la fe de los españoles llegados a América, así como la de los indios, quienes, junto con sus tierras, pasaron a formar parte de los dominios de la Corona española. Su jurisdicción, se decía líneas arriba, abarcaba “Las Audiencias de México, Guatemala y Nueva Galicia con sus distritos [...] en los que caían el arzobispado de México y obispados de Tlaxcala, Michoacán, Oaxaca, Nueva Galicia, Yucatán, Guatemala, Vera Paz, Chiapas, Honduras, Nicaragua y sus cercanías, además la población de españoles que había en las Filipinas.”[11]

“Inquisidor”, xilografía, en Reglas y constituciones que han de guardar los señores Inquisidores ..., México, Viuda de Bernardo Calderón, 1659, portada.

El aparato inquisitorial incluía, a medida que transcurrían los siglos, un mayor número de empleados. Se les exigía un mínimo de 30 años de edad, ser doctos en teología y derecho y, a partir de 1632, estar ordenados. Sus poderes eran amplios, pero limitados a la política centralizadora del Consejo de la Suprema General Inquisición.[12] De los puestos más relevantes se tenía el de fiscal, inmediatamente subordinado al inquisidor; después se encontraban los secretarios o escribanos, quienes detallan con toda minuciosidad relatos y acontecimientos de las causas de fe (procesos). Los calificadores, maestros en teología, se encargaban de hacer “examen preliminar de la prueba documental contra el acusado o para que inspeccionasen las publicaciones cuando se trataba de un escritor, de ellos dependía la decisión de si un caso era prima facie que justificase una acción posterior” (Turbeville, 1973, p. 47). Ellos desempeñaron un papel muy significativo en aquellos casos donde los acusados eran sospechosos de herejía. A éstos se añaden otros funcionarios de menor categoría, pero no de menor importancia. Los alguaciles se encargaban de aprehender a los acusados; luego seguían el alcaide, el carcelero, el portero, el médico, el capellán, el barbero, el tesorero, los familiares, quienes en buena medida son los delatores, o espías del Tribunal. Existe, casi como figura sólo legal, el defensor, pagado por el propio reo. Este aparato inquisitorial comenzaba a “moverse” a partir de la denuncia, frecuentemente anónima, hecha al Tribunal. Como antecedente, estaría la publicación del Edicto de fe donde se decretaba la pena de excomunión a quienes incurrían en los delitos detallados en el documento o bien, a las personas que no delataran a quienes los practicaran. La comparecencia del denunciante era seguida por la consulta de los calificadores cuyo dictamen, de ser desfavorable, requeriría la detención del acusado (prisión preventiva, secreta o perpetua). Se realizaba la primera audiencia donde se le hacía saber el delito por el que era acusado. A fin de obtener la confesión se podía usar el tormento corporal, en caso de que el reo no confesara o, bien, no lo hiciera a la entera satisfacción de los inquisidores. El proceso podía continuar por años, hasta llegar el momento de dictar sentencia el cual tenía lugar después de la probanza o, incluso, la muerte del reo.

Así, para el siglo xvii, momento que interesa destacar, la situación del Tribunal se describe como precaria en el aspecto económico y, también, precaria en su misión institucional. José T. Medina narra con minuciosidad el estado que guardaban los asuntos de la Inquisición en México durante la primera parte del siglo y que hicieron necesarias las visitas de don Juan de Mañozca (1642) y de don Pedro de Medina Rico (1651). En síntesis, se describe ahí la corrupción e indolencia de los funcionarios inquisitoriales, el relajamiento en la vigilancia de los reos, el escaso número de denuncias y la falta de seguimiento de las que se tenían, así como el franco descuido en el que se hallaban los reos (Historia del Tribunal, pp. 217-219). Medina cita el caso de una mujer que se autodenunció y fue procesada por judaizante; murió en su celda sin que los carceleros lo notaran, desfigurada y consumida por las ratas (Historia del Tribunal, p. 239).

El informe de la visita expone una etapa turbulenta, a mediados del siglo xvii, en la historia de la Inquisición en México. Esta situación cambió entre los años de 1642 y 1652, cuando las persecuciones y ejecuciones contra judaizantes se incrementaron, sobre todo a partir de la llamada “complicidad grande” (Historia del Tribunal, p. 250).

mostrar Los dichos y los hechos

Los escritos marginales se incluyen en documentos de carácter eminentemente jurídico, generados dentro del proceso o Auto de fe. De acuerdo con el contexto socio-político y con la recurrencia del delito, es factible identificar periodos o corrientes “delictuosas” durante el siglo. De esta forma se explica el número de textos relacionados con esos delitos existentes en los documentos, en diferentes momentos. Comúnmente, en las audiencias practicadas al acusado se anota la leyenda “dichos y hechos”. Es decir, se hace una distinción entre las acciones del reo y su discurso. La expresión oral y la producción escrita se someten a la inspección del Tribunal y, de ser necesario, a la condena. Una persona puede ser denunciada por lo que dice, por lo que hace o por lo que escribe.

Un recorrido cronológico inicial por los legajos permitirá ver la incidencia de la acción inquisitorial en el ámbito social y cultural de la Nueva España durante el siglo xvii; su penetración en la mentalidad de los pueblos y de los individuos; y, además, de manera paralela, las reacciones que esto genera, en particular, en grupos raciales y/o religiosos sometidos (judíos, indígenas, negros, luteranos, calvinistas), cuyos testimonios cristalizan en expresiones discursivas, escritas u orales, anexas a las causas de fe. A continuación se señalan algunas etapas en la acción del Tribunal, marcadas por el tipo de delitos perseguidos que aparecen en el transcurso del siglo xvii:

1] Procesos contra conversos, se incluyen también aquellos contra judíos naturales[13] muchos de los cuales son secuela de los iniciados en los años 1590 y 1595. Estos personajes reinciden en sus costumbres y creencias; son encarcelados y “relajados”, es decir, llevados a la hoguera, en autos de fe celebrados entre 1601 y 1625.

2] Causas contra hechiceros, idólatras y brujos, que mezclan las creencias “paganas”, resabios del pasado indígena, y las prácticas supersticiosas o demoniacas importadas del imaginario social europeo.

3] Expedientes que se abren a seguidores de la secta de los alumbrados, asociados con los círculos de herejes españoles. Al parecer, llegaron a América unos cuantos, sobre todo en el siglo xvi.

4] Casos contra judíos conversos portugueses, hacia mediados del siglo, secuela de las causas seguidas con anterioridad, por una parte, y nuevas denuncias surgidas a medida que los emigrados adquieren una peligrosa relevancia en el ámbito de la corte virreinal.

5] Legajos que se abren por disputas entre el poder “temporal” (civil) y el eclesiástico, así como las vicisitudes que surgen entre órdenes regulares, clero secular y poder virreinal.

6] Causas que aunque no conciernan a la fe, entrañan un peligro para las autoridades del virreinato: sediciones, protestas y conspiraciones contra el poder temporal, los funcionarios inquisitoriales y los eclesiásticos.

7] Procesos contra la práctica de la astrología judiciaria (ésta se incluye como una de las prácticas mágicas censuradas en los dos Abecedarios que sobre el particular se encuentran en los propios archivos de la Inquisición). Se define tal práctica como la “elaboración de pronósticos sobre acontecimientos presentes y futuros”.[14] Delito muy recurrente, pues hombres tan notables como don Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700)[15] y Melchor Pérez de Soto se asocian con él. La causa de este último se extendió a la censura de su considerable biblioteca.

8] Casos contra extranjeros, luteranos y calvinistas, y contra los dichos de éstos, cuyas causas se hallan a lo largo del siglo.

9] Expedientes sobre textos en general, bibliotecas, impresos, hojas sueltas, “libelos” provenientes de la Península o de los territorios que comprendía la jurisdicción del Tribunal inquisitorial de la Nueva España.

10] Legajos donde se consignan proposiciones sobre cuestiones teológicas o dogmas como el de la Inmaculada Concepción de María y que llegan a aparecer como tema en comedias y textos diversos.

11] Diferentes causas cuya importancia varía de acuerdo con la situación social en el virreinato: blasfemias, conjuros, ensalmos, oraciones, hechicerías, solicitaciones, engaños, proposiciones, prácticas supersticiosas en general y mágicas en particular.

No debe perderse de vista que esta lista se basa en la incidencia de los textos, no tanto de los procesos, las “unidades mayores” mencionadas antes.[16] Es decir, de los procesos judiciales que entabla la Inquisición contra el reo, con acciones que se ejecutan y con un registro puntual de los sucesos. De estos últimos, Solange Alberro ha hecho ya un registro estadístico minucioso. El orden que se sigue en estos procesos referidos es el siguiente:

• Denuncia y encarcelamiento del acusado.

• Recopilación de testimonios.

• Secuestro de bienes, sobre todo entre los acusados de herejía formal.

• Comparecencia del reo donde se leían las testificaciones en su contra (él no podía saber quiénes lo acusaban ni quiénes testificaban en su caso).

• Tormento del acusado si se veía que la acusación parecía probada.

• Lectura y respuesta a todos y cada uno de los capítulos de la acusación.

• Nombramiento de un defensor para el juicio a prueba.

• Reproducción y presentación de los testimonios de los testigos.

• Publicación de testigos.

• Relación de testigos.

• Voto de los consultores.

• Reconciliación si acaso esto procedía. Si no, en el caso de herejía formal, se le consideraba “relapso” o relajado y se entregaba a la autoridad seglar.

• Pronunciación de la sentencia.

• Celebración del Auto de fe, donde se llevaban a cabo las ejecuciones, y los castigos de los presos que debían cubrir una condena.[17]

Si bien ésa era la instrucción, no es extraño encontrar que en la práctica cotidiana se omitían o alteraban varios de estos procedimientos. Incluidos como testimonios o “probanzas”, los escritos de interés literario aparecen dentro del proceso con sus propias características, en dos niveles:

1] Aspectos externos: la razón por la que se encuentra consignado el texto en los expedientes, la causa de fe seguida en el proceso; las características de su inserción en el texto mayor; la pertenencia de las unidades textuales al proceso del sujeto del delito; los fines u objetivos declarados en los propios autos; las intenciones que guían la escritura del texto (justificación, comprobación del delito, ejemplificación, exposición de motivos, narración de acontecimientos, testificación, etc.) de acuerdo con los testimonios del reo o de los funcionarios inquisitoriales. 2] Aspectos internos: el autor del escrito, si hay alguno, quién escribe, transcribe, relata o narra y el porqué; la intención o la voluntad estética en el texto; es decir, si se trata de un escrito que de manera explícita busque, a través de la imitación, de la creación o de los recursos retóricos en uso, el efecto de belleza, desde los cánones poéticos de la época. También pueden aparecer textos “accidentalmente artísticos”, donde se acude a mecanismos lingüísticos y retóricos propios de los modelos poéticos vigentes. En tales escritos se narra, describe, argumenta o representa un hecho y, a la luz de una lectura actual, puede asociarse con géneros literarios como la novela, la novela picaresca, la sátira o la oratoria sagrada.

En conjunto, las características señaladas operan como criterios para los textos que entran en la categoría de texto marginal inquisitorial. En detalle, es posible enumerar las circunstancias más comunes en las cuales los escritos se insertan al documento mayor. Se puede hablar de los siguientes casos: a] aparecen como la causa misma de una denuncia ante el Tribunal; b] reciben la condena del acusado, aunque de suyo los escritos no se encuentren bajo la inspección de los censores de la Inquisición; c] se recogen junto con el resto de sus pertenencias, una vez que ingresa a las cárceles secretas; d] constituyen una parte importante de la acusación, como parte de los delitos; e] se anexan con la intención de ilustrar, ejemplificar, censurar, calificar o responder a los hechos delictuosos del acusado; f] se colocan como una especie de “testimonios adicionales”, pruebas de cargo o descargo en el proceso; g] se conforman a partir de los legajos del expediente: las testificaciones, los interrogatorios, los exámenes teológicos, las argumentaciones, que se transforman en auténticas narraciones, descripciones, relatos, parodias, etc., y por último h] se yerguen como textos independientes, de procedencia diversa.[18]

mostrar Los textos inquisitoriales marginales

Los archivos inquisitoriales de la Nueva España contienen una multiplicidad de obras, fragmentos o pequeños escritos cuyas características, tipología, naturaleza, fines, propósitos e importancia, no resulta sencillo “clasificar”. Cuando se ha intentado, como en la publicación de Méndez (1997, p. 13), se parte del criterio de “marginal”, entendido como el poco interés que tuvo el documento en el contexto de la acción inquisitorial; o bien, el que sus ideas se consideraron fuera de los límites de lo permitido pues su contenido no convenía a los intereses de la institución. Incluso, tal y como se destaca en esta acepción, el texto puede ser marginal por “la intención de la institución eclesiástica o estatal que lo condenó” (Méndez, 1997, p. 13). No obstante, resulta difícil fijar las categorías de acuerdo a rasgos de contenido y de las estructuras lingüísticas, retóricas y estilísticas, al tiempo que se procura respetar la caracterización que hacen los inquisidores. Con todo, una clasificación es siempre necesaria. Por ejemplo, en el Catálogo referido se coloca a los textos en prosa como: autobiografía, biografía, bula, calificación, carta, cédula, censura, crónica, diálogo, diario, discurso, disertación, ejemplo, enigma, exvoto, invocación, libelo, meditación, memoria, memorial, narración, oración, parecer, parte, pronóstico, prosa diversa, relación, respuesta, sentir, sermón, soliloquio, tratado. Las obras en verso se ordenan en: canción, cancionero, combinaciones métricas, comedia, copla, décima, dístico, ejemplo, glosa, lira, octava, octavilla, oración, pareado, poemario, quintilla, redondilla, romance, romancillo, soneto, terceto, túmulo; se anexan conjuro, ensalmo, horóscopo, invocación, terceto y tratado. Los procesos contienen gran cantidad de textos con fórmulas retóricas fijas como bulas, censuras, disertaciones, cédulas, etc. que muchas veces carecen de interés literario. El valor de éstos radica en la peculiaridad, en la trascendencia histórica del acto o de los personajes implicados. Por ejemplo, las cartas enviadas por los reyes hispánicos con instrucciones para el Tribunal (AGN, Ramo Inquisición, vol. 670, 1677), o la censura que se hace al cuadro que pinta Baltasar de Echave (1632-1682) en la ciudad de Puebla,[19] o los escritos del confesor de la reina, Nithard (1607-1681),[20] o el Sermón panegírico predicado en el convento de San Jerónimo por el P. Francisco Javier Palavicino (1651-¿?)[21] donde se exalta el genio de Sor Juana Inés de la Cruz. Existen otros escritos cuya mixtura en términos de contenido, intenciones, objetivos y funciones dentro de la causa, hace difícil ubicarlos de manera precisa en un género o subgénero determinado.

En suma, un criterio fundamental para el reconocimiento y caracterización de los textos marginales en un determinado género discursivo es la indagación de las inquietudes inmediatas que orientan su creación: la finalidad explícita para la que son escritos por el autor y, en muchas ocasiones, por el relator (esto, sobre todo, en casos como los de mujeres analfabetas o iletradas, o de aquellas que, aun cuando saben escribir, no se les permite hacerlo); los intereses del transcriptor; los objetivos del Tribunal al recoger los textos; el peligro que suponen las propuestas o declaraciones del texto para el sistema de ideas, creencias y dogmas imperante. Y, sobre todo, la visión de mundo, de persona, de naturaleza que los textos revelan. A continuación se presentan unos cuantos ejemplos. Se ha procurado citar textos ya trabajados por especialistas como Jiménez Rueda, González Obregón, Bernardo Ortiz, Pablo González Casanova, Antonio Rubial García, Margarita Peña, entre otros, o bien que ya han aparecido en textos impresos o tesis escolares. Desde luego, son tan sólo una muestra y quizá no la más relevante. Pero, sin duda, permitirán asomarse a la riqueza y singularidad de este tipo de discurso.

4.1. Las causas seguidas contra judíos conversos entre los que destacan personajes como don Tomás de Trebiño (Treviño o Tremiño) de Sobremonte, español peninsular que llega a tierras americanas a los 19 años. Su madre, Leonor Martínez, lo inicia desde joven en la religión judía. Logra establecerse y acumular bienes y riquezas en el valle de Oaxaca. Es denunciado ante la Inquisición por “observante de la Ley de Moisés” y se le siguen dos procesos. De la primera de las acusaciones es “reconciliado”, es decir, se le perdona o disculpa para regresar al seno de la Iglesia, en el año de 1625. Bajo la vigilancia estrecha de la Inquisición vuelve a las cárceles secretas en 1642, cuando se inicia un segundo proceso contra él, que culmina con su muerte en la hoguera el 11 de abril de 1649. En los volúmenes donde se reseñan sus causas, se encuentran oraciones, la relación de sus rituales confesados por él mismo, y la manera en que logró mantener sus prácticas ocultas junto con otras familias y amigos, también judíos, al tiempo que aparentaba seguir la fe católica. Para no sufrir ningún riesgo, aprendía muy bien las oraciones como la que se cita a continuación, a fin de no escribirlas.

Binuam, Adonaí, Maciadeno, debajo
a sombra del abastado me adormezco
debajo, o so tus alas seré alumbrado y
enderezado a tu servicio ...[22]

En el expediente de este reo se encuentran oraciones que él no compone, sólo las repite. Medina destaca el día de su ejecución y narra cómo fue llevado al desfile del auto de fe amordazado, porque no cesaba de gritar “blasfemias” contra la religión católica. Incluso, según se lee, “la mula mansa” en que se quiso acomodarlo se resistió a sostenerlo, al parecer por el aspecto tan fiero que adquirió Treviño antes de su ejecución. Su causa inspiró un caudal de escritos que se aprecian en los legajos (Medina, 1978, pp. 203-206). Otras causas contra judaizantes citan oraciones parecidas para bendecir el pan y la comida en ceremonias de ayuno; oraciones –conjuros, oraciones al “modo judaico”–, supersticiones, etc. Se consideran autores de estas breves obras, por ejemplo, Ysabel Núñez, Juana de Tinoco, Isabel Texoso, Luis Núñez de Pérez y Margarita de Rivera, a quien se acusa de bruja.[23]

4.2. Existen numerosos expedientes contra indios y mestizos. Aunque la Inquisición tenía la instrucción de no actuar contra los indios, sí había instrucciones precisas respecto a sus cultos antiguos que, ya para este siglo, aparecen muchas veces mezclados con ritos o prácticas de brujería asociadas con demonismo. En un expediente se localiza una carta pastoral dirigida a los sacerdotes de Oaxaca. La misiva explica algunos ritos practicados por indígenas en la región. Se intitula Relación de las idolatrías, supersticiones y abusos en general de los naturales del obispado de Oaxaca (1656). Se anexa el ejemplar, pues en los legajos se está solicitando permiso para impresión. Su autor es el bachiller Gonzalo de Balsalobre quien escribe la carta por mandato de Fr. Diego de Hena y Valdés, obispo de Antequera (Oaxaca). Ahí se explica: “... sobre las causas de idolatrías, sortilegios, supersticiones, ritos y ceremonias de la gentilidad, que tiene fulminadas y averiguadas contra sus feligreses, y en que están muchos de ellos convictos y confesos. Y sobre el uso corriente, práctica y enseñanza de trece dioses, en el dicho partido y según parece por deposiciones de algunos testigos en las demás doctrinas circunvecinas ...” (AGN, Ramo Inquisición, vol. 445 [2ª parte] s/exp., fols. 373r-412r).[24]

En este expediente se trata el caso de Diego Luis, “principal maestro de los dichos naturales” y se narra en el proceso:

... este y otros maestros que allí hay [...], han enseñado continuamente los mismos errores que tenían en su gentilidad, para lo cual han tenido libros y cuadernos manuscritos, de que se aprovechan para esta doctrina, y en ellos el uso y enseñaza de trece dioses, con nombres de hombres y mujeres, a quienes atribuyen varios efectos, así como para el régimen del año, que se compone de 260 días y estos se reparten entre meses y cada mes le atribuye a uno de los dichos dioses, que lo gobierna según el compartimiento de dicho año [...] El cual también se divide en cuatro tiempos, o rayos, y cada uno destos consta de sesenta y cinco días, que todos cuatro ajustan el dicho año, de donde con sortilegios sacan la variedad de sus respuestas mágicas y agoreras, como para todo género de caza y para cualquiera pesca, para la cosecha de maíz, chile y grana ... (AGN, Ramo Inquisición, vol. 445 [2ª parte] s/exp. 373r-412)

Este tipo de relatos da noticia, entre otras informaciones, de la supervivencia de manifestaciones culturales anteriores a la conquista. Entre numerosos casos, se halla la relación donde se narra la “cacería de venados ofrendados en el ritual del dios Nosana” (AGN, Ramo Inquisición, vol. 571, 2ª parte, 1657). Se describen los gestos, las acciones , los objetos, las flores y las yerbas, etc. asociados al culto ancestral. En estos relatos frecuentemente se intercalan palabras en náhuatl.

4.3. El tema de la herejía de los alumbrados ha sido trabajado por diversos especialistas tanto en el siglo xvii como en el xviii. En particular, durante el siglo xvii se registraron un buen número de causas contra hombres y mujeres acusados por el mismo delito. Basados en las “doctrinas” del quietismo,[25] personajes como don Pedro García de Arias (1599-1659) también conocido como el “ermitaño de Chimalistac”, ejercitan los preceptos de éste y escriben libros sobre el tema. En sus autos se habla de cartas y un Manual (textos desaparecidos). Su tema es el pecado y la virtud, así como “de los varios modos para alcanzarla. Y también habla del modo discreto con que se ha de huir del mal y obrar el bien perfectamente y gloriosamente”.[26] Se tiene noticia de un texto que él escribió bajo el título Desengaños del alma, y en especial para su mayor limpieza de pecado y perfección de la vida espiritual, y también hablaremos del modo discreto con que se ha de huir del mal y obrar el bien perfecta y gloriosamente (ca. 1650). El ermitaño es “relajado”, llevado a la hoguera en el auto de 1659, al parecer por sus ideas “subversivas”, francamente heréticas. Se llega a declarar luterano, pelagiano y arriano; es quemado junto con sus libros, en los cuales, según él, no encontraba nada contrario a la fe católica. Durante el siglo se dan otros casos notables como el de las hermanas Romero (Teresa, Josefa y Nicolasa), quienes cambian su nombre. José Bruñón de Vértiz, un hombre “crédulo” y con desórdenes mentales, transcribe sus dichos y narra sus hechos, hasta conformar “dos gruesos volúmenes que contenían 52 Estaciones, que así se llamaban los capítulos de la historia espiritual”. Estos aparecen en forma de diálogos sostenidos con Josefa de San Luis Beltrán, una de estas hermanas seudo místicas (Jiménez Rueda, 1946, pp. 164-166).

4.4. Las disputas entre los representantes del gobierno temporal y el eclesiástico, así como entre el clero regular y el secular, son una constante durante los tres siglos coloniales. Cobraron mayor auge después de los autos “grandes” de 1642 a 1659 contra judaizantes. Pero, aun antes, se suscitan controversias por asuntos dogmáticos, como el de la Inmaculada Concepción de María. En el año de 1619, a raíz de una fiesta de los plateros, se convoca a un certamen poético que desembocó en ataques escritos. Estos adoptaron la forma de sonetos y canciones, recogidos en un volumen completo (Jiménez Rueda, 1946, p. 230).

De los conflictos que mayor inquietud causaron están los protagonizados por el obispo de Puebla, don Juan de Palafox y Mendoza (1600-1659). En los expedientes se resguardan cartas donde se explican las razones de sus controversias con los jesuitas y con el virrey. La situación en el momento en que es nombrado arzobispo y después virrey, no es muy estable. Su desacuerdo con el marqués de Villena se debe a la excesiva protección que el virrey daba a los portugueses, deseosos en la Península de independizarse de la Corona española. El favor que éste otorgaba a los portugueses en la corte les ayudaba a encubrir la práctica del judaísmo. En el fondo, las diatribas revelan intereses políticos de ambas partes y el celo de un hombre convencido de su misión.

4.5. Otro de los personajes sobre los que se ha escrito ampliamente es don Guillén de Lampart, o Lombardo de Guzmán. Luis González Obregón dedicó un volumen completo a los dichos y los hechos de este joven y audaz aventurero irlandés.[27]

Llega a México procedente de Cádiz, el 16 de abril de 1640, justo en el momento en que la situación de la Nueva España se convulsiona por hechos notables. El obispo Palafox denuncia las debilidades del virrey para con los portugueses y, una noche de 1642, asume el cargo de virrey, desplazando al marqués de Villena. Esta situación daría aliciente a la empresa de don Guillén: ser Rey de la América y Emperador de los mexicanos. Entre las proposiciones que pronunció, escribió, mostró a sus conocidos y colocó en la Catedral de la ciudad de México, están la de “no reconocer derechos en haber conquistado reinos a los españoles ni facultad pontificia para ceder a monarcas católicos las tierras descubiertas”. Además de esto, “reconocía en el pueblo facultad legítima a fin de sublevarse contra el tirano”. Todas estas ideas las colocó en sus escritos, después de concebir e intentar “que en estos reinos, con su inteligencia y su ingenio, halagando a todos, pero sin contar con nadie y sin recursos [...] llegaría a gobernar solo” (González Obregón, 1908, pp. 28ss.). Sus delitos no debieron conducirlo al Tribunal de la fe sino al del crimen. Sin embargo, también pesaban sobre él acusaciones en torno a sus prácticas de hechicería, hecho que permitió a la Inquisición castigar severamente su sedición a la Corona. Se conservan proclamas, pasquines y versos, entre los que se cuentan 918 (117 fojas) versos que escribió en sus sábanas, dentro de las cárceles secretas. De Martín de Salazar y Villavicencio (1601-¿?)[28] se conserva el proceso que dio vida al personaje de ficción novelesca creado por Vicente Riva Palacio (1832-1896), en su novela Martín Garatuza (1868). En los legajos se narran sus andanzas, sus disfraces, sus engaños para poder obtener el dinero de los crédulos, así como sus continuas escapadas de los inquisidores.[29] De Gaspar de los Reyes, “El Abad de San Antón”, acusado por fingirse sacerdote y cometer robos y engaños, sí se conservan algunos escritos. La lista de sus ilícitos es larga, más que la de Garatuza, pues este hombre llegó desde España practicando sus engaños y logra huir a Cuba, donde finalmente es aprehendido y sentenciado por el Santo Oficio (Jiménez Rueda, 1946, pp. 187-189).

4.6. En las causas contra astrólogos judiciarios destaca el caso de Melchor Pérez de Soto. Se tiene documentado con amplitud que si bien su biblioteca fue censurada cuidadosamente por los inquisidores, no resultó ser ésta la causa de su confinamiento en las cárceles secretas. El delito inicial –“prácticas relacionadas con astrología judiciaria” o pronóstico de hechos–, se extendió después a la censura de libros. Su proceso bien puede servir para ilustrar también las causas de censura de libros que se hallan, en un número importante, en los archivos de la Inquisición.[30]

4.7. La intencionalidad de la creación del texto resalta el valor “instrumental de la escritura”. Esto se ilustra con los conjuros, ensalmos y oraciones que se crean para aliviar el padecimiento físico, moral y amoroso de quien los usa. Al respecto, recientemente, se han presentado tesis donde se reúnen, examinan y analizan textos poéticos de esa índole (véase Campos, 1994). Por sus características externas, lenguaje poético, figuras retóricas y elementos genéricos, se los identifica como oraciones, ensalmos y conjuros que pasan de España a América.

4.7.1. Oraciones 

Asociadas a la magia pero sobre todo a la superstición, circulan en hojas sueltas y se insertan en el proceso que se le forma a quien las ha usado con la idea de obtener el favor solicitado. En éstas se pide la intercesión de los santos para el fin deseado. Por ejemplo, se dice que “con actitud sumisa y rogativa, pero con un carácter eminentemente pragmático”, la siguiente oración aparece en distintas versiones que pasaron de España a América.

“Oración del Santo sepulcro” (fragmento)
Jesús, hijo de Dios vivo,
guárdame y sálvame, Salvador del mundo.

Bendita y loada madre de Dios,
ruega a tu benditísimo hijo, precioso Señor nuestro, por mí.

Flor de los patriarcas,
profetas del Cielo,
tesoro de los apóstoles, mártires y confesores,
corona de la Virgen,
ayúdame en la posprimera de mi muerte;
cuando mi ánima salga de este mi cuerpo
sea para ir a gozar de gloria ...
                                           (Campos, 1994, p. 46).

 4.7.2. Ensalmo 

Comparte los rasgos característicos de la oración, pero aquí “el invocante se sitúa como un intermediario entre la divinidad que invoca y el enfermo, apuntando que sólo con la intervención de los dioses se podrá realizar la curación” (Campos, 1994, p. 76).

“Ensalmo para curar heridas”

En el nombre de la Santísima Trinidad:
Padre, Hijo, Espíritu Santo,
tres personas distintas y un solo Dios verdadero.
Amén Jesús.
[...]
suplico y ru[e]go, señor mío Jesuc[r]isto,
por güestro santísimo nasimiento
y por güesa santísima pasión
y por vuestra santísima resurición,
que con estos paños y vino
[que] se pusier[e]n [en] esta [h]erida,
sea serada y sana …
                                            (Campos, 1994, p. 76).

 4.7.3. Conjuro 

Composición que se caracteriza por sus “demandas apremiantes”, su tono directo y su carácter “oculto”. A manera de sortilegio, invoca las fuerzas celestiales o demoniacas para obtener el fin deseado. El tono de la invocación, a diferencia de la oración o el ensalmo, es imperativo, pues conlleva una orden implícita. El fragmento seleccionado pertenece al expediente de Francisca Socuna, de 44 años. Conoce a un sevillano, Alonso de Escobar y Quiñones, quien ofrece mostrarle, a través del “Conjuro de las habas” (Campos, 1994, pp. 109-111), las respuestas a las inquietudes que tiene. Se tomaban dos habas que representaban a un hombre y a una mujer; dos personas, de las cuales una pide información sobre la otra. Se colocaban junto con varios objetos: frijol rojo, carbón, alumbre, una moneda, papel, una cinta roja. Se lanzaban sobre un paño blanco y dependiendo de los objetos que le quedaran cerca a cada una de las habas, se interpretaban los hechos. Antes de lanzar los objetos, se decía en voz muy baja la fórmula o conjuro del cual se transcribe a continuación un fragmento:

Conjuro’s jabas
con el día que fistis sembradas.
Conjuro’s , jabas
con el viento que fistis bentadas.
[...]
Conjuro’s, jabas,
con Dios Padre,
con santa Marya, su madre,
con todos los santos y las santas
de la corte del Cielo selestial, ....

4.8. Causas diversas contienen textos varios. En este rubro podría incluirse desde comedias hasta proclamas, “libelos”, cuya intención es expresar una opinión, una crítica o iniciar un ataque, o bien, documentos que se escriben para participar en debates civiles, religiosos o gubernamentales que han tenido lugar en el momento de escribir los textos. Se incluyen las sátiras, los libelos infamatorios, los sermones, las hagiografías, los libros de vida, las biografías, las relaciones, entre otros. Textos curiosos como los que se leen en el proceso abierto a unas oraciones glosadas que llegaron en el barco llamado “Aviso” (antecede la llegada del buque real), las cuales ya habían tenido cierta difusión al momento de recogerlas y prohibir su circulación: “Autos de los papeles del Padrenuestro y Ave María glosados q[u]e han venido de España en el Aviso q[u]e llegó de Veracruz en 28 de septiembre de 1676 y censuras” (AGN, Ramo Inquisición, vol. 626, 1675).

Conviene notar cómo tomando una oración tradicional bien conocida, se arma un texto satírico cuya intención es la de hacer una crítica burlona de un hecho que tenía lugar en ese momento. Para que la sátira sea entendida se necesita tener datos sobre el contexto, de otra manera su comprensión se torna muy oscura.

Otro caso, sin duda interesante, es el del impreso: LA FINEZA MAYOR. SERMÓN PANEGYRICO. PREDICADO A los gloriosos natalicios de la Illustrísima, y S[antí]S[ima] Matrona Romana, PAULA fundadora de las Ill[ustrísi]mas Religiones, que debajo de la nomenclatura de el Máximo Gerónimo militan, 1691, cuyo autor es el Licenciado don Francisco Xavier Palavicino Villarasa y que predica en la Ciudad de México, en el convento de San Jerónimo, con la presencia de Sor Juana Inés de la Cruz. El autor propone como la mayor “fineza” de Cristo la de hacerse accesible a los humanos mediante el sacramento, al ocultarse en la hostia. Luego se permite inferir que Santa Paula, a quien se dedica el sermón, y la propia Sor Juana, demuestran esa misma “fineza” al ocultar su gracia o su genio, respectivamente (véase Camarena, 1998). Este razonamiento es censurado por los calificadores del Tribunal pues lleva a Sor Juana a una altura teológica que no le correspondía. Como ha afirmado Margo Glantz, el sermón aporta nuevas luces en torno al ambiente cultural de fines del siglo xvii, que rodea la figura magistral de la monja jerónima. Palavicino, habla de ella en estos términos:

... nadie jusgo me condenara, si me introdujere panegyrista de mi grande Santa, y Madre Paula, dudando, y oyendo ?.Asi me parece es, y asi propongo a la soberana inteligencia de mi auditorio una duda, para que su solucion nos de materia para el discurso. Dudo pues.
     [¿]Qual fue la accion mas heroyca, y la mayor fineza, q[u]e en creditos de su amor para con Christo executó si Santa en todo el discurso de su admirable vida?
     La resolucion de esta duda, depende de la solucion de otra, a que necesita la concurrencia de Christo Sacramentado en las Aras de ese Altar. La duda es: [¿]qual fue la mayor fineza, y accion mas heroyca, que en creditos de su amor, si en utilidad de el hombre executo Christo Señor N[uestro] desde su divina concepcion, hasta su compasiva muerte? [...] El mas florido ingenio de este feliz siglo, la Minerva de la America, cuyas obras han conseguido generales acclamaciones, y obsequiosas, si debidas estimaciones hasta de los mayores ingenios de Europa [...] haviendo dado solucion a la duda impugnando la sentencia de el Maximo de los Oradores Viera, dio su respuesta, y dixo: que haviendose de argüir de especie, a especie jusgaba ser la mayor fineza de Christo Sacramentado estar en el Sacrame[n]to presente al desayre de los agravios: pues no es corta fineza no mostrar sentimiento contra el desayre de un agravio, ni sigo, ni impugno; sino admirandome de tan profundo ingenio, yo, aunque minimo entre todos doy mi solucion a la duda .... (AGN, Ramo Inquisición, vol. 525, 1ª parte, entre los fols. 247-276v, 261-276v)

Es importante señalar que la censura de textos es muy común en la época y sin dificultad se localizan calificaciones a obras de todo tipo (manuscritas, impresas, importadas). Esto muestra la atención del Tribunal hacia cualquier producción escrita destinada a la lectura pública. Se ha señalado repetidas veces que las legislaciones o prescripciones en torno a este asunto son pasadas por alto frecuentemente. Los libros prohibidos se leían y circulaban; no era raro que los acusados de herejía fueran poseedores de textos de esta índole. El caso más ejemplar es el de Melchor Pérez de Soto el cual muestra claramente los criterios de expurgación y prohibición que aplicaba la Inquisición. No obstante, Haring comenta:

Los funcionarios de la Casa de Contratación y los inquisidores de Sevilla, encargados de la censura de los libros embarcados a las Indias, eran ambos extremadamente liberales, y rara vez interferían con el embarco de literatura imaginativa hacia las colonias. La vigilancia de parte de delegados de la inquisición en los puertos americanos parece haber sido más estricta que en Sevilla. Sin embargo, libros herejes y otros prohibidos se embarcaban sub rosa, circulaban entre los intelectuales y se encontraban en bibliotecas privadas, incluso en las de los eclesiásticos.[31]

Otro tipo de obras de las que se emiten desde censuras sueltas hasta confiscación de copias, son las dramáticas. Las comedias fueron particularmente objeto de sospecha, pues hasta las que pertenecían a autores ortodoxos y reconocidos en el ambiente literario de la época llegaron a ser censuradas, como ocurrió con una obra de don Luis de Sandoval y Zapata[32] (s. xvii), Lo que es ser predestinado, que habla de la vida de un santo de la orden de Predicadores, San Gil de Aloqua [sic] (AGN, Ramo Inquisición, vol. 497, exp. s/n, fol. 2r). Igualmente de don Francisco de Azevedo (s. xvii) se encuentra El pregonero de Dios y patriarcha de los pobres, una comedia en tres jornadas sobre la vida y las obras de Francisco de Asís (Jiménez Rueda, 1946, p. 238).

Un número considerable de textos son relatos constituidos por las testificaciones, las confesiones o delaciones ante el Santo Oficio. Se transcriben las experiencias o desvíos de las implicadas bajo su propia organización de ideas y con inserciones del transcriptor. La estructura de esos relatos se arma en función del orden y la perspectiva de quien los describe. Esto es lo que sucede con visiones de beatas, ermitaños, personajes que afirman santidad por sus sufrimientos, sus arrebatos o contactos con la divinidad, obras sobrenaturales, etc. Este es el caso de textos como los de las hermanas Romero, donde José Bruñón explica sus arrebatos y otros episodios.

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En los escritos comentados debe considerarse la razón de la escritura, motivo, circunstancia, necesidad o utilidad de lo escrito para determinar la importancia que puedan tener en conformar los antecedentes literarios de obras posteriores, y sus repercusiones como textos de cultura. Como se mencionó líneas arriba, buena parte de los escritos considerados no han tenido ni una finalidad ni un afán artístico o literario. Entre las razones que se declaran para su escritura, no aparece una intención estética. Un número de ellos sí tienen esa finalidad de acuerdo con la exigencia, aspiración, o desahogo de quien escribe, las condiciones de su aparición, los requerimientos a los que responden y, sobre todo, las situaciones en las que sus autores fueron llevados ante el Tribunal de la fe. Se conservan las causas donde se recurre a acciones que procuran subsanar un mal; también se conservan aquéllas donde la escritura se produce como la mera expresión de experiencias peculiares o vivencias especiales e, incluso, como el resultado de acciones concretas. Esos textos adoptan la forma de relatos al interior de testificaciones o bien, de requerimientos, es decir, escritos solicitados por el propio Tribunal: calificaciones, censuras, disertaciones y cartas hechas a pedido del propio tribunal y que sirven de base para la condena del reo en cuestión. Igualmente, es posible encontrar bulas, cartas y otros textos informativos que dan noticia de hechos concretos, escritos bajo las fórmulas retóricas en uso. La intersección entre oralidad y escritura transforma a un buen número de textos en un doble discurso: el del relator y el del transcriptor. Su estructura, a veces un verdadero laberinto de voces y puntos de vista, ofrece al lector varias perspectivas sobre el mismo asunto, de manera simultánea. El espacio y el tiempo compartidos de la voz y el signo exigen un análisis muy cuidadoso. Si bien en términos reales la Inquisición influyó de manera constante y determinante en la actividad literaria a través de la censura, la expurgación y la prohibición de libros, el cúmulo de procesos recopilados en los archivos da cuenta de una amplia producción escrita que lograba salir a la luz y circular de las formas más ingeniosas e insospechadas, aun dentro de las cárceles secretas.

La exploración propuesta permite asomarse a un rico acervo documental. El valor cultural y artístico de sus expresiones evidencian el desarrollo de un particular discurso así como la tensión que se genera entre la creación poética y el entorno socio-histórico. Estos escritos ayudan a reconstruir la dinámica del pasado colonial a través de los testimonios que hablan de la perspectiva de vida, intereses, vivencias y contradicciones de la sociedad donde se conforma la cultura en México.

mostrar Bibliografía selecta

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----, México, Ramo Inquisición, vol. 445, 2ª parte, s. a.

----, México, Ramo Inquisición, vol. 525, 1ª parte, 1691.

----, México, Ramo Inquisición, vol. 571, 2ª parte, 1657.

----, México, Ramo Inquisición, vol. 610, 1667.

----, México, Ramo Inquisición, vol. 611, 1669.

----, México, Ramo Inquisición, vol. 626, 1676.

----, México, Ramo Inquisición, vol. 636, 1675.

----, México, Ramo Inquisición, vol. 659, 1634.

----, México, Ramo Inquisición, vol. 670, 1677.

----, México, Ramo Inquisición, vol. 1498, 1647.

----, México, Ramo Inquisición, vol. 1508, 1684 (?)

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