En los tiempos de la ocupación empieza así: Todo comenzó con el mugido de una vaca. Fue el mugido y luego un avión que dibujó su trayectoria blancuzca en el cielo. Enseguida fue el choque, y luego los muertos… Después, al pueblo de Angustia, escenario de este juego impecable de imaginación, llegaría la ocupación, acaso el desdoblamiento, tal vez la suplantación de cada uno de sus habitantes por los sobrevivientes del accidente. Ser otro, ver en otro a uno mismo, reconocerse en otro, son algunas de las posibles consecuencias que se desencadenan del mugido de la vaca. La ocupación será entonces entendida como la persecución de los angustiados por parte de sus homónimos. Esta novela nos acerca al drama de la ocupación literal y metafórica de la otredad, a la experiencia límite de lo que somos y no somos, al reconocimiento de lo propio en los que no somos pero son como nosotros. Exposición lúcida sobre la violencia y los límites de la identidad, la subversión del orden de las cosas, del fin de un mundo conocido. En situaciones de peligro —dice el narrador—, los seres humanos volvemos al punto cero del acuerdo social. Las reglas se ponen de lado cuando el objetivo es no morir. Los sentidos se agudizan y volvemos a reconocer las virtudes del olfato. Si no aprendemos de las peripecias de la Historia, el camino de salida es la locura.