2017 / 05 dic 2017
Andrés Pérez, maderista, primera novela corta de Mariano Azuela que trata el tema de la Revolución, aparece en 1911 bajo el sello de la Imprenta de Blanco y Botas. En 1945, Ediciones Botas publica una segunda edición (que incluye Domitilo quiere ser diputado y De cómo al fin lloró Juan Pablo) con cambios importantes –más de quinientas modificaciones– desde el punto de vista del protagonista. A partir de ésta, en 1958 la novela se integra al tomo ii de las Obras completas editadas por el Fondo de Cultura Económica; y en 1979 se incluye tanto en Obras escogidas: novela y cuento, volumen de la casa editorial Promexa, como en su colección Clásicos de la Literatura Mexicana.
Entre las novelas que Azuela escribió durante el Porfiriato, Andrés Pérez, maderista antecede a Sin amor (1912) y sucede a María Luisa (1907), Los fracasados (1908) y Mala yerba (1909). Dentro de la producción de Azuela, Andrés Pérez, maderista inaugura la Novela de la Revolución, estética que predomina hasta nuestros días y ha logrado una de sus máximas expresiones en La muerte de Artemio Cruz (1964) de Carlos Fuentes.
A pesar de que en un principio no logró una difusión amplia ni llamó la atención de la crítica, dadas las circunstancias político-sociales inmediatas del momento, Andrés Pérez, maderista resulta importante no sólo por la denuncia que encarna, sino también por su estilo breve y elíptico –que lo distancia de las técnicas narrativas finiseculares predominantes en la novela mexicana de finales del siglo xix y principios del xx–, en el que predomina el diálogo sobre la descripción, y los personajes se caracterizan más por sus acciones que por su retrato físico o psicológico. Especialmente, destaca gracias a la introducción de un protagonista antiheroico en la Novela de la Revolución: Andrés Pérez, un reportero cínico, sin convicciones políticas, quien desde su propia experiencia nos narra cómo el azar lo involucra en la insurrección antirreeleccionista y lo convierte en una leyenda maderista.
En Mariano Azuela, vida y obra, Luis Leal divide la producción novelística del autor en cuatro categorías: a) Alborada (1896-1910), que contiene María Luisa (1907), Los fracasados (1908), Mala yerba (1909) y Sin amor (1912); b) Mediodía (1911-1918), que abarca Andrés Pérez, maderista (1911), Los de abajo (1915), Los caciques (1917), Las moscas (1918), Domitilo quiere ser diputado (1918) y Las tribulaciones de una familia decente (1918); c) Atardecer (1919-1932), que engloba La Malhora (1923), El desquite (1925) y La luciérnaga (1932); y d) Ocaso (1933-1952), que incluye El camarada Pantoja (1937), San Gabriel Valdivias, comunidad indígena (1938), Regina Landa (1939), Avanzada (1940), Nueva burguesía (1941), La marchanta (1944), La mujer domada (1946), Sendas perdidas (1949), La maldición (1955) y Esa sangre (1956).
En cuanto a la tendencia narrativa de dichas novelas, las de corte naturalista fueron publicadas o escritas antes de 1910; las de la Revolución entre 1911 y 1918; las de vanguardia de 1923 a 1932; las políticas comienzan en 1937 y finalizan hasta 1952. En este sentido Andrés Pérez, maderista representa un primer cambio en la modalidad narrativa de Azuela hacia el ciclo revolucionario que se inicia con esta novela corta.
Si bien Mala yerba (1909) dio a conocer a Mariano Azuela como novelista de calidad tanto nacional como internacionalmente, y Los de abajo (1915) como iniciador de la Novela de la Revolución, Andrés Pérez, maderista (1911) es la obra precursora de esta estética, pues es la primera que trata sobre el movimiento y, al mismo tiempo, instaura una nueva forma narrativa en la que “predomina el diálogo sobre las descripciones; la caracterización de los personajes es el resultado de sus acciones y no la descripción de sus características físicas y morales; el novelista deja que el lector las formule después de haber leído acerca de sus acciones, contadas por el protagonista y no por el autor”, señala Leal en Mariano Azuela, vida y obra.[1] En ese mismo año, Juan A. Mateos publica La majestad caída, pero, a decir de Pacheco, mientras ésta representa “el final de la novela de folletín”, la de Azuela “inaugura la novela moderna”.[2]
La génesis y publicación de Andrés Pérez, maderista acontecen en un momento de inestabilidad política –represiones a estudiantes y persecuciones políticas a líderes anarquistas, toma de Ciudad Juárez y exilio de Porfirio Díaz– que va de noviembre de 1910 hasta mayo 1911: la insurrección antirreeleccionista. Quizá por esta inmediatez de las circunstancias, el texto fue escrito al calor de los hechos y la novela no fue apreciada por la crítica del momento.
Mientras que para Luis Juan Carlos Argüelles Lona, Azuela “narra acontecimientos ficticios entrelazados con hechos históricos”, algunos especialistas han ligado la biografía del autor con su producción literaria. En el caso de Andrés Pérez, maderista, por ejemplo, señalan que al haber sido partidario del maderismo y ser tanta su convicción “se debió que fuera de los primeros en desilusionarse al observar el desapego de Madero a las clases populares y su olvido de las reivindicaciones agrarias”.[3]
En el prólogo a Andrés Pérez, maderista. Novela precursora, Luis Leal refiere que en 1910 Azuela fundó en Lagos –inspirado por La sucesión presidencial en 1910 de Madero– con la ayuda del “poeta José Becerra y otros compañeros, el Club Antirreeleccionista Máximo Serdán”,[4] y que al triunfo de la revolución maderista en mayo de 1911:
es nombrado jefe político de Lagos de Moreno. Sin embargo, al ser designado presidente provisional de México el prominente porfirista Francisco León de la Barra, Azuela renuncia al puesto [...] No deseaba desempeñarlo por mandato oficial. En ese primer acto de protesta se inicia la crítica de la Revolución, la cual Azuela considera como un gran fracaso. El resultado de esa desilusión fue la novela [Andrés Pérez, maderista]. Esa conciencia del fracaso de la Revolución es lo que da forma a las novelas que Azuela escribe a partir de 1911.[5]
De ahí que una parte de la crítica “reconozca” en los personajes del texto a los paisanos de Azuela en Lagos de Moreno (el coronel, el cacique, el reportero, los viejos porfiristas que se ostentaron como revolucionarios) y al propio autor, cuando fue acusado y retirado de su cargo, en el diálogo entre Andrés y don Octavio, como se lee en la edición electrónica citada:
Los pueblos han derramado siempre su sangre por arrancarse de sus carnes a los vampiros que los aniquilan, pero no han conseguido jamás, sino substituir a unos vampiros por otros vampiros. Emperadores, papas, reyes, presidentes, su nombre poco importa, son y han sido siempre los mismos.
[…]. Usted no comprenderá la lógica del ateo que en un momento de suprema angustia vuelve los ojos al cielo e implora al vacío, si usted no sabe que atavismo y herencia son inmensamente más poderosos que la fuerza aislada de nuestro yo; porque esas fuerzas estarán siempre prontas a caer como una maza aplastante, apenas ceda un poco la fuerza de la inteligencia a cualquier otra, como a la del dolor, por ejemplo. Usted no comprenderá al individualista anarquista que en un instante angustioso para su país se lanza a la guerra, si usted ignora que el que niega la patria, que el que detesta al militar en el instante supremo en que oye la voz de su raza, todo lo olvida por ella porque significa una fuerza infinitamente superior a la de un cerebro atiborrado de doctrinas. No podrá comprender a un hombre de alta cultura que sabe plenamente que “el universo soy yo” y que el día que vio a un hijo suyo arrebatado por la corriente de un río caudaloso, se arroja a salvarlo, a perecer ciegamente junto a él, si no comprende que la fuerza de la especie es enormemente más poderosa que la del “yo”, de ese pobre “yo”, de ese ridículo y fatuo “yo” a quien en momentos supremos de la vida, atavismo, raza, especie, etc., lo descubren en toda su insignificancia y en toda su impotencia.[6]
Esta denuncia de los oportunistas, además de su aparición frecuente a lo largo de toda la producción narrativa de Azuela, encabezará el leitmotiv de una serie de novelas de la Revolución que, en palabras de Jorge A. Santana, “recalcan en mayor o menor grado esta preocupación [...] truncada por un individuo sin ideología”,[7] entre las cuales sobresalen La sombra del caudillo (1929) de Martín Luis Guzmán; Campamento (1931), ¡Tierra! (1932) y Acomodaticio (1943) de Gregorio López y Fuentes; Mi caballo, mi perro y mi rifle (1936) de José Rubén Romero; El resplandor (1937) de Mauricio Magdaleno; aunque en el contexto de un México moderno, La estrella vacía (1950) y Casi el paraíso (1959) de Luis de Spota; y La región más transparente (1958) y La muerte de Artemio Cruz (1964) de Carlos Fuentes.
La originalidad de Andrés Pérez, maderista
Ya desde 1911, sobre la marcha de los acontecimientos, Azuela funda la Novela de la Revolución y se instituye como el novelista de este género con Andrés Pérez, maderista “no sólo porque inició el género, sino porque señaló algunas de las consecuencias aparentes de la transformación operada en lo social”, según refiere Monterde.[8]
Su concepción, como señala Díaz Arciniega en “Sobre la marcha. Las novelas cortas de Azuela”,
proviene de un rapto catártico, visible en dos características: ni se apegó a los rasgos típicos del realismo y naturalismo empleados en las tres novelas inmediatamente anteriores [María Luisa (1907), Los fracasados (1908) y Mala yerba (1909)], ni concentró su mirada analítica en la moral social. En su lugar y precipitadamente, elaboró una anécdota simple: el joven periodista Andrés Pérez recibió la invitación de su ex condiscípulo de la Escuela Nacional Preparatoria, Antonio Reyes, para que pasara una temporada en su rancho. Cansado de la rutinaria vida en la capital, acepta y se traslada a la provincia. Aquí ocurren una serie de desencuentros, todos contrarios a su voluntad y todos favorables a su nunca deseada imagen de revolucionario maderista.[9]
Narrada en primera persona por el propio Andrés, falso héroe y oportunista, la novela inaugura no sólo un ciclo en la producción novelística de Azuela, sino también una narrativa moderna: al convertir la primera persona en el centro de la narración, se dramatizan cada vez más los estados de conciencia del protagonista, que tiene una conciencia histórica y social, pero no se decide a abandonar su condición individualista. “No tiene”, según Coronado, “madera de valiente y ni el amor ni el deber social lo mueven a grandes actos, y se abandona a la corriente que lo arrastra. Duda, duda siempre. Representa ya al hombre moderno del siglo xx, urbano, egoísta, con una buena dosis de hedonismo y una moral voluble”:[10]
Me puse a la mesa y escribí: “Gran escándalo provocado por la policía. Niños perseguidos y atacados como facinerosos”. Un impulso automático adquirido en mis largos años de reportero de El Globo me obligó a corregir prontamente el estúpido encabezado: “Graves desórdenes provocados por los estudiantes. La policía obligada a tomar medidas de rigor para reprimirlos”. Entonces, sin premeditación, me tiré en mi lecho, hice un carrujo con la hoja de papel que acababa de escribir e hice bolitas que una tras otra saltaron por mi ventana a la calle.[11]
A pesar de que los personajes siguen siendo tipos: el cacique, representado por el coronel Hernández; el periodista, por Don Cuco; el rebelde, por Vicente; el idealista, encarnado por Toño Reyes y su antagonista, por Andrés (figuras simbólicas que aparecerán más adelante en Los de abajo). De esta manera, Andrés Pérez... se distingue por el tono satírico e irónico con que aborda el tema –novedoso en ese momento– de los “logreros”:
el oportunismo político que se da en México cuando hay una revolución o un cambio de gobierno, debido a un golpe de Estado [...] el juego de intereses ideológicos que se produce entre quienes en un primer momento se encuentran del lado del gobierno, y los que se oponen a él y luchan para derrocarlo. No obstante, una vez que se produce el derrocamiento, los que estaban con el poder, de inmediato hacen lo posible por colocarse del lado del nuevo gobierno, para lo cual se hacen pasar por opositores, usurpando el lugar de quienes sí combatieron para lograr el cambio.[12]
Además del relato en boca de Andrés, la novela se articula también en el diálogo entre éste y los personajes:
Acabé de leer. Mi amigo, el jefe de redacción de El Globo, comentó despectivamente:
—Las sandeces de todos los días. El crédito del país estriba en el concepto que de él se tenga en el extranjero y si nuestro gobierno consigue dar una impresión favorable del adelanto que hemos logrado en una centuria de vida propia, cumple con su deber. Sólo un cretino puede vituperarlo por esto.
—Sólo queda en pie el sueldo del jornalero, el precio de los cereales y los millones de pesos que está gastando el gobierno.
Sorprendido, mi amigo me miró a través de sus espejuelos oscuros. Y no sabré nunca lo que pretendió contestarme, porque en ese mismo momento atrajo nuestra atención una algazara extraña, rumbo de la plaza de la Constitución.[13]
Tal contrapunto entre segmentos narrativos y segmentos dialogados muestra una técnica novedosa para la época: la elipsis. El empleo calculado de esta omisión temporal, “en el alcance de las acciones, en las caracterizaciones humanas y en las descripciones de los contextos inmediatos para sugerir la enfebrecida dinámica del drama”,[14] según Díaz Arciniega, se revela como una cualidad formal significativa que crea un nuevo ritmo en la narración.
Aunque estructuralmente Andrés Pérez... es una novela de enredos –que vagamente nos recuerda la comedia Le médecin malgré lui de Molière–, Azuela no utiliza el humor cómico, sino la ironía, inexistente en sus otras obras, para ridiculizar a los intelectuales, al ejército revolucionario y a los “maderistas de última hora”. Esto lo aleja del Naturalismo y del Realismo; abandona las técnicas finiseculares del Costumbrismo que utilizara anteriormente y “por primera vez el protagonista Andrés Pérez, que es a la vez el narrador a través de cuya conciencia el lector ve el mundo de la novela, deja de ser heroico para convertirse en un antihéroe, un personaje que ya no es ni bueno ni malo, sino que obra de acuerdo con las circunstancias que se le presentan en la vida diaria”,[15] explica Luis Leal en su artículo de Revista Iberoamericana.
Al abandonar estos esquemas narrativos, la novela de Azuela adquiere, según Díaz Arciniega, tres características innovadoras: 1) las voces, casi anónimas y sin historias de vida, irrumpen el juego de perspectivas ideológicas, 2) diversos planos temporales se traslapan y articulan entre ellos, y 3) la dimensión espacial, geográfica e ideológica, se difumina por el intenso desplazamiento:[16]
—Éeeese Andrés Pérez... a la reja...
El grito repercute agudo y destemplado primero, luego ronco y sordo, apagado y confuso al último, hasta perderse a lo largo de las paredes sucias y frías de la inmensa galera.
Me levanto la cintura floja de mi escaso pantalón de trapo, atontado veo a todas partes, hasta que un preso compasivo me muestra con su mano tendida la puerta, mientras sus colegas se ríen de mi inexperiencia.
—Éeeese Andrés Pérez a la reja.
El grito se repite irritado, amenazante. Me apresuro hacia el sitio donde crujen unos cerrojos. Se entreabre apenas la pesada reja de hierro y el celador, gruñendo una insolencia, me da paso.
—A la alcaldía.
Otra vez a la alcaldía. Sólo que ahora no me encuentro con el director político que me abruma con sus interrogatorios estúpidos, sino con la silueta fina y elegante de una dama en la penumbra, sentada al extremo de una banca sucia de grasa y de polvo. Me quedo estupefacto cuando se levanta el velillo y me mira con ojos no menos pasmados que los míos.[17]
Por otro lado, en esta novela Azuela introduce cuestiones que no se habían tratado en la narrativa mexicana: la ideología del inicio de la revolución maderista, crítica del gobierno porfirista, de los políticos, periodistas, caudillos y “logreros”. Como botón de muestra, los juicios que se aluden sobre los reporteros: “¡Escritor! No cabe duda: los hombres de pluma somos unos tipos insoportablemente simpáticos. Juro por Dios vivo no haber tropezado en mi vida con un ejemplar de esta fauna sin sentir el deseo más sano y santo de verlo reventado como un sapo”.[18]
La historia de Andrés Pérez... se establece en un ambiente de malestar sociopolítico, pues cronológicamente se sitúa en el momento histórico de su elaboración: el movimiento antirreeleccionista. Así se demuestra cuando en la obra se mencionan los periódicos El Globo, El Imparcial, El Debate y El Mosquito, se nombran personajes tales como Francisco I. Madero, Pascual Orozco, José de la Luz Blanco y las leyes que se declararon durante el gobierno de Porfirio Díaz como la ley de aguas; incluso, cuando se cita un extracto de El Pueblo Libre donde se reprueba la hipocresía de los ex-porfiristas:
Los maderistas de última hora: en los momentos en que vemos, asombrados, cómo se desmorona la administración porfiriana, enorme como un almiar de rastrojo, poderosa como un ejército de palmípedos, podrida como una casa de lenocinio, un enjambre de negros y pestilentes moscones escapados de ese antro donde nunca pudieron ser sino abyectos y despreciables moscones, ahora viene hambrienta a echarse sobre las primicias de la revolución en triunfo.[19]
Otro de los grandes cambios y aportaciones que introduce Andrés Pérez... a la novela hispanoamericana es la ambigüedad en la caracterización de los personajes, especialmente Andrés, Toño, Vicente y María. Toño Reyes, por ejemplo, se nos presenta “como un hacendado a las puertas de la muerte, y considerado un loco por Andrés, resulta ser también un devoto del maderismo que se lanza a la lucha con su peonada y muere en el primer encuentro con los rurales”,[20] observa Luis Leal, en el prólogo a Andrés Pérez, maderista. Novela precursora. El mayodormo Vicente, por otro lado, primero aparece como “un mentecato, un don Petate que se humilla ante la arrogancia de Andrés cuando éste llega a la hacienda de Toño Reyes. Pero resulta ser un ardiente revolucionario maderista que paga su rebeldía con la vida”.[21] En cuanto a María, ésta coquetea con Andrés y al final, después de la muerte de su esposo, Toño, se queda con aquél.
Asimismo, cabe señalar la configuración de los papeles antagónicos que representan Toño y Andrés, así como sus respectivas parejas, María y Luz. Ambas mujeres tienen el poder de la seducción y lo utilizan, la primera lo usa a favor de Andrés, mientras que la segunda busca perjudicarlo. Por su parte, Toño encarna al hombre idealista y comprometido con el maderismo; la enfermedad que lo debilita y su posterior muerte en batalla simbolizan la debilidad y pronostican la muerte de este movimiento. Andrés, en cambio, personifica al antihéroe oportunista, a decir de Luis Leal, “periodista inepto, llega a ser caudillo del maderismo”[22] sin ser partidario.
¡Toño Reyes supo morir! Quedar atravesado por una bala en la inmensidad de la llanura yerta, bajo el cielo impasible, es algo mejor que morir entre cuatro paredes con un tubo de cristal en la boca, aspirando oxígeno.
Mi propia vida me escuece. Egoísta y ferozmente razonadora, apenas ha sido una vida estúpida.[23]
Dentro de la novela también destaca Madero como personaje, sobre todo por su omnipresencia: nunca aparece en carne y hueso frente a los demás protagonistas, pero, de acuerdo con Luis Juan Carlos Argüelles Lona, “invocan su presencia, interpretan hacia uno y otro sentido sus ideales y casi por revelación parecen recibir sus indicaciones en el quehacer diario de los sucesos”.[24]
Por otra parte, en Vicente, el caballerango, se perfila el personaje central de Los de abajo, Demetrio Macías. Otros protagonistas que asimismo prefiguran son Luis Cervantes en el propio Andrés y el poeta Solís en Toño Reyes.
Finalmente, la crítica en Andrés Pérez, maderista, si bien es sarcástica, se torna pesimista en tanto derriba una serie de mitos como: 1) la visión inmaculada del inicio de la Revolución, donde predominó la improvisación y el oportunismo y no hubo ideales, sino intereses o diletantismo; 2) el mito de que la Revolución surgió de los campesinos, cuando en realidad personas ajenas a ésta (hacendados, caciques, comerciantes, reporteros) armaron el levantamiento, mientras los más pobres y los campesinos temían la leva; 3) la Revolución no estableció un nuevo orden, más bien el desorden como nuevo orden; 4) la Revolución mexicana, incluso cualquier movimiento de esta naturaleza, sólo admitió el asesinato político como mecanismo de sucesión en el poder; 5) Madero, y en general los hacendados eran ambiciosos vulgares que buscaban pasar a la historia a costa de su propia vida; y 6) la simulación ordena nuestra cultura.
Primera novela moderna de México
En un principio Andrés Pérez, maderista no logró una difusión amplia ni llamó mucho la atención de la crítica, dadas las circunstancias político-sociales inmediatas de la época. La primera reseña data de 1911 por José G. Ortiz bajo el seudónimo de E[j]off y se publicó en Nueva Era:
No es ésta una obra de gran aliento, sino un simple opúsculo, un capítulo destinado sin duda a presentar con la mayor oportunidad posible ante la consideración de las inteligencias altas y los corazones sinceros que constituyan el núcleo revolucionario triunfante, algunas de las más espantosas mendicidades con que los mismos… se harán pasar por correligionarios.[25]
Un año después aparece otra reseña, anónima, en Revista Blanca de Guadalajara: “refleja en ella una de las fases más falsas del movimiento revolucionario de 1910, aquella fase que se refiere a los revolucionarios de conveniencia y a los de última hora. La pequeña novela es amena”.
En 1918, Biblos hace una recapitulación de la obra novelística publicada hasta el momento por Azuela, donde se le reconoce “el mérito de hacer palpitar en sus novelas la vida nacional”.
No será sino hasta 1920 y 1924, gracias al trabajo crítico de Francisco Monterde, que Azuela comienza a ser leído y valorado, positiva o negativamente, por el círculo intelectual del momento. Victoriano Salado Álvarez, por ejemplo, en un artículo de Excélsior en 1925, señala “los rasgos literarios” y “faltas garrafales de estilo” de la narrativa de Azuela.[26]
En la colección de estudios Mariano Azuela y la crítica mexicana (1945) recopilados por Francisco Monterde, sólo aparece una breve noticia bibliográfica de once líneas escritas por Jacobo Dalevuelta a propósito de la segunda edición de la obra.
Con el tiempo y muy lentamente, esta obra de Azuela se ha revalorado. Por ejemplo, Francisco Monterde y Luis Leal, entre otros, señalan Andrés Pérez, maderista como la primera Novela de la Revolución mexicana. José Emilio Pacheco, en su artículo “¿Juan A. Mateos o Mariano Azuela?” publicado en 2010 por la revista Proceso, defiende esta idea, si bien aclara que comparte este lugar con La majestad caída de Juan A. Mateos.
Rafael Olea Franco, citado por José Luis Ruiz, declara que este género “se funda con ambas novelas”.[27] Para José Luis Martínez, “es una novela corta, ligera y desganada, que parece no tomar en serio la revolución maderista”.[28]
Según Luis Juan Carlos Argüelles Lona, en su presentación a Andrés Pérez, maderista en el portal de La novela corta, constituye un ejemplo de novela moderna principalmente por dos características:
coincide cada vez más con lecturas actuales del maderismo [...] su tono directo y contundente elabora un nuevo discurso, una literatura renovada, donde el protagonista nos cuenta en primera persona, y aún compartiéndonos sus pensamientos de forma sintética, una historia en distintos planos: la realidad social, la interior del protagonista y la historia de amor entre líneas de Andrés Pérez y María, esposa de su amigo Toño.
Juan Coronado, en su artículo “Independencia y Revolución (la historia en la novela)”, advierte que en tanto novela corta,
tiene una estructura particular. Se construye en círculos concéntricos alrededor de un hecho y un personaje. La trama se concentra y no se distiende, como en la novela propiamente dicha. No pretende contarnos la “totalidad” de los hechos, pues su funcionalidad radica en “concentrar” y no en “distender”. El género mismo exige economizar los medios de expresión y dibujar los rasgos principales de la trama y evitar los detalles. A momentos es una novela lírica por el cuidado de la sintaxis, el léxico, el ritmo y la estructura en capítulos pequeños como si fueran estrofas. El personaje central, Andrés Pérez, es también narrador.[29]
Por otra parte, en las historias de la literatura mexicana, esta novela recibe comentarios favorables aunque breves. En 1969 Max Aub incluye a Azuela en Guía de narradores de la Revolución mexicana, y entre los pocos críticos importantes de la época, acepta de manera implícita que Andrés Pérez es la primera Novela de la Revolución.
Cuatro años más tarde, Brushwood, en México en su novela: una nación en busca de su identidad, coincide con la idea de Aub, Pacheco, Leal y Monterde.
En La crítica de la novela mexicana contemporánea, Aurora Ocampo recoge una serie de artículos, entre los cuales “La novela de la Revolución mexicana”, de Luis Arturo Castellanos, y “La novela de la Revolución mexicana y la primera narrativa soviética”, de Vera Kuteischikova, elaboran un estudio sucinto sobre la producción de Azuela y aportan un punto de vista más extenso sobre sus influencias literarias.
Adalbert Dessau analiza en La novela de la Revolución mexicana esta novela corta de Azuela, donde “la narración supera los límites de un típico caso aislado para volverse una interpretación directa del destino nacional”.[30]
En 2009, Víctor Díaz Arciniega y Marisol Luna Chávez publican un extenso estudio titulado La comedia de la honradez. Las novelas de Mariano Azuela, donde ofrecen una revisión actualizada y una nueva lectura de la obra de Azuela en su conjunto. Entre otras cosas, plantean que Andrés, en tanto personaje protagónico, “asume una doble función en esta novela, pues si bien por un lado redacta la versión ‘oficial’ de la revolución, por otro lado, es la conciencia crítica más puntual y cruda de la realidad, al hacer la evaluación de sí mismo y de los demás”.
En 2002, el Instituto Politécnico Nacional publica una edición de Andrés Pérez, maderista con prólogo de Luis Leal, donde afirma que esta novela es precursora de “Los de abajo, de El luto humano de José Revueltas y de Pedro Páramo de Juan Rulfo” y la que, a su vez,
introduce la serie “Cuadros y escenas de la Revolución actual” de Azuela, a la que pertenecen Los caciques (escrita en 1914, publicada en 1917), Los de abajo (1915), Las moscas (1918), Las tribulaciones de una familia decente (1918) y algunos cuentos. Este ciclo de novelas forma un macro-relato, considerado como la mejor narración dedicada a captar el aspecto bélico de la Revolución mexicana.[31]
Actualmente, Luis Juan Carlos Argüelles Lona ha establecido una edición crítica y anotada, con recepción y estudio del texto, como parte del proyecto La novela corta: una biblioteca virtual.
Si bien Los de abajo se ha perpetuado como el ejemplo canónico de la Novela de la Revolución, Andrés Pérez, maderista, a pesar de no haber sido la más difundida entre las obras de Azuela, resultaría amena y vigente para los lectores del siglo xxi pues, de manera austera e irónica, transita por los tonos realistas, modernistas y hasta decadentistas de la narrativa decimonónica que lo antecede, y al mismo tiempo vislumbra periodos estéticos e históricos subsecuentes, que desarrolla en novelas posteriores.
Alba Villalobos, Ana María, “Los héroes del día siguiente y Andrés Pérez, maderista: un fenómeno y dos momentos distintos”, Sincronía, núm. 2, 2011.
Argüelles Lona, Luis Juan Carlos, Andrés Pérez, maderista de Mariano Azuela: edición crítica y anotada, recepción y estudio del texto, Tesis de licenciatura, Universidad Nacional Autónoma de México, 2011.
----, “Presentación”, en Mariano Azuela, Andrés Pérez, maderista. La novela corta: una biblioteca virtual, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 2012.
Aub, Max, Guía de narradores de la Revolución mexicana, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Lecturas Mexicanas; 97), 1969.
Azuela, Mariano, Andrés Pérez, maderista. La novela corta: una biblioteca virtual, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 2012.
----, Epistolario y archivo, recopil., notas y apéndices de Beatrice Berler, México, D. F., Centro de Estudios Literarios/ Universidad Nacional Autónoma de México, 1969, pp. 263-264.
Brushwood, John S., México en su novela. Una nación en busca de su identidad, trad. de Francisco González Aramburo, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 1973.
Coronado, Juan, “Independencia y Revolución (la historia en la novela)”, Literatura Mexicana, núm. 1, vol. xxi, 2010, pp. 83-99.
Dessau, Adalbert, La novela de la Revolución mexicana, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 1996.
Díaz Arciniega, Víctor y Marisol Luna Chávez, La comedia de la honradez. Las novelas de Mariano Azuela, México, D. F., El Colegio Nacional, 2009.
Díaz Arciniega, Víctor, “Sobre la marcha. Las novelas cortas de Azuela”, Literatura Mexicana, núm. 2, vol. xxi 2010, pp. 113-134.
Leal, Luis, Mariano Azuela: el hombre, el médico, el novelista, selec. y pról. de Luis Leal, vol. i, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Memorias mexicanas), 2001.
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Martínez, José Luis, “Revisión de Mariano Azuela”, Literatura Mexicana, núm. 1, vol. iii, 1992, pp. 41-61.
Monterde, Francisco, “Mariano Azuela y su obra”, en Figuras y generaciones literarias, pról. de Jorge von Ziegler, recopil. y selec. de Ignacio Ortiz Monasterio y Jorge von Ziegler, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México (Biblioteca del Estudiante Universitario; 127), 1999, pp. 227-243.
Ocampo, Aurora M., La crítica de la novela mexicana contemporánea, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 1981.
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