Desde un estado primigenio, el poeta desciende a la luz que le ha dado origen, luz ancestral que ilumina la amalgama poética en la que se confunden armonías propias de la naturaleza y del silencio que le dio sustancia, color, materia fantástica y próxima, que resurgen en una aurora de canto y remembranza, de orígenes y diálogo cadencioso con la música del hombre, la primera, la que precede a cada intento de palabra, antes de ser nombrada; ésta es escuchada y bebida por las más ondas partículas de lo sensible, para ascender de nuevo en franca transformación de quien ha experimentado el devenir del tiempo y del espacio cósmico en su yo poético; lo inasible entonces se torna cercano, lo inaudible cálido, y lo invisible casi palpable por la cadencia profunda y generosa en la música-poética de lo inefable.
Araceli Muñoz