Si en la poesía mística la trascendencia sagrada busca urgida un cuerpo para manifestarse, en la poesía amoroso-erótica de Daniel Baruc Espinal Rivera los cuerpos son en sí trascendencia sagrada. Un beso es una oración, sin necesidad de abstracción alguna. En el amor toda la creación se abraza. Por eso escribe: «Creo en tu piel, muchacha,/ que es como un mapa estremecido», y sigue las rutas como un peregrino fervoroso. O, por el contrario, encuentra en la soledad un valle de sombras: «¿Quién le tapará los ojos a la muerte? ¿Quién le cantará al oído?».
Es definitivo que pensar en la poesía de este poeta dominicano es tener la mente habitada por la mujer; sin embargo, basta un espléndido poema como «Mi padre» para demostrar que es dueño de un registro capaz de contenerlo todo.
Esta colección de poemas refrenda la metáfora prolija y frondosa nacida del fértil trópico caribeño, hilvanada como un torrente de agua fresca que arrastra el ancestral canto del amor hasta el último verso.
[Además incluye textos de Daniel Baruc Espinal Rivera].