La poesía de Luis Armenta proviene de un surtidor musical, de una sustancia sonora que halla su sintaxis y su lógica en el decir. Es una lírica del lenguaje más que de la lengua, pero sin abandonar su capacidad significativa, referencial. Conforme nos adentramos en la obra reunida en este libro por el autor, nos abordan signos, pistas, huellas, cuchicheos, sonidos que indican de algún modo su pertenencia a ese mundo de héroes vencidos y dioses en desahucio, de humores míticos y místicos, primigenios, donde todo crece y todo nace, donde se espera la magia de la salvación humana. Hay en esta poesía un tono fundacional, una conjunción de los elementos de la naturaleza que dan lugar a la vida: agua, aire, tierra, fuego. Abren paso también a la ciudad mítica, a la inexistente, a la extraviada, a una urbe sin esperanza, a la que sentencia Cavafis que siempre viviremos aunque no sea la Ítaca de Ulises.