Como una lúgubre banda de rock gótico empieza el asunto, notas altas, poderosas y un ritmo pausado e implacable. El lenguaje elusivo y, en ciertos aspectos, ausente, pero pleno de resonancias y matices, nos conduce por raros paisaje donde abundan sombras milenarias y misterios recientes. Las invisibles paredes arden y el dolor se cristaliza. Todo gran poeta, y Jeremías Marquines es de los mejores en circulación, es una puta araña que destila su red a la caza del absoluto o simplemente pretende su ración diaria de supervivencia. ¿Hay vida allá dentro? Sí, una compleja red de tejidos, un amasijo de vísceras y un esqueleto turbio que resiste la furiosa tormenta del olvido y el polvoroso silencio de un presente insípido y banal. Marquines no se guarda nada, las cartas están sobre la mesa. Su poesía respira, dibuja objetos y lugares sin llegar jamás a la evidencia. Es un maldito sendero de espejos rotos y en ninguno de los pedazos alcanzamos a ver nuestro reflejo: estamos solos ante un imponente ciclo de imágenes tormentosas e inaprensibles como los últimos instantes de un sueño.
El Señor H, amo y señor del centro y los contornos que nutren su propia historia, divaga en ese mundo poblado de fantasmas de carne y hueso, fantasmas que cumplen necesidades aleatorias y alternan con él en distintos niveles provocando evocaciones, negocios, sospechas, sentencias y promesas que flotan en el aire de lo que parece ser un mismo atardecer. El Señor H y sus historias abarcan el espacio sin jamás llenarlo del todo, como si cada frase cayera en un agujero negro dejando solo una lejana sensación de no haber vivido lo suficiente para saborear el fruto prohibido o inventar la piel donde encajaría una nueva caricia. El Señor H aletea en un florido y razonable manicomio, un cuarto frío sin orificio de salida. Sus manos tiemblan en la oscuridad y su rostro pálido parece avergonzarse de no haber caído en la incesante guerra. La vida es su castigo, su lento acontecer. Página tras página, la figura del Señor H se alarga y nos damos cuenta de que el muy condenado le ha estado retorciendo el cuello a la felicidad.
Este libro de Jeremías Marquines es un tremendo retrato de la condición humana, un retrato afectuoso y casi neutral. El Señor H vive y muere en cada una de sus páginas, sus dichas y avatares nos resultan íntimas y familiares. Nadie se salva leyendo sus peripecias de ser el Señor H y cada uno de los personajes que lo circundan y de los oficios que lo sustraen. La de Marquines es poesía en mutación constante, poesía que bordea realidades para recrear intensas fantasías y parir verdades. Un Señor Libro es lo que tiene el lector en sus manos, una guía para sonámbulos, un catálogo de amores dispersos y salvajes con ganas de continuar la peligrosa aventura de escribir hasta las últimas consecuencias, de escribir sin esconder el alma, como bien sabe hacer Marquines.
Efraim Medina Reyes