La poesía es cosa de locos. Pero un loco que se asume poeta es algo especial. O quizá ambos entes sean en todo caso lo mismo, pues poesía y delirio mantienen esa oscura aunque vital necesidad de expresar lo que el lenguaje y el hombre comunes no expresan.
A partir de Diario de un loco, de Nicolai Gógol, los poemas de Edgar Aguilar son una divertida apuesta por acercarse a los abismos del alma humana a través de un personaje-poeta. El humor se ratifica como un arma eficaz con la que se intenta describir la complejidad en la mente de un loco, con todo y su caudal de excentricidades, miedos, fobias, aflicciones, espejismos.
Tal vez por eso la poesía esté tan ligada a la locura, o viceversa: su naturaleza es opresiva, violenta, esquiva, al mismo tiempo que ingenua, disparatada, liberadora. La poesía también como una forma de ver el mundo en su esencia más simple, quizá como decir: «Es realmente grato para mí cuando oigo a los gorriones».