La poesía de Jorge Souza se inserta en una subjetividad cotidiana. El territorio principal donde acontece la vida es el cuerpo. Hay un diálogo interno que se extiende a las manos, se cuela por los párpados, se refugia en el vientre, se dilata en las venas. El ritmo acompasado de los versos es un eco de latidos pausados sólo en instantes interrumpido por el incendio. La conciencia del tiempo que se fuga es, en este caso, un reconocimiento de lo eterno. El trago de cerveza, la luz del alba, la frescura de una sábana y sobre todo el cuerpo de la amada detienen el instante. La sensualidad es el único remedio, la fuente de la vida ante la presencia inexorable de la muerte. El amor es el luminoso jardín de un presente intocado. Da gusto leer esta poesía tan clara, sin afanes de vanguardismos fatuos, sentada con confianza en una noble sencillez de la palabra. Y da gusto encontrar al poeta entre sus versos. Todo se fuga, si, todo se escapa, pero la persona permanece.