Hecha de intensas singularidades (Svevo, Gadda, Vittorini, Landolsi, Buzzati, Sciascia, Manganelli, Calvino, entre tantos otros), la literatura italiana del siglo XX tiene en Luigi Malerba a uno de sus exploradores más sagaces. El lenguaje de Malerba es babilónico, o mejor dicho, constituye la estratificación de todos los lenguajes: dialectos, léxicos de la antigua tradición literaria, fórmulas burocráticas y mil modulaciones e inflexiones que se asemejan a los virtuosismos de un gran músico o a los ataques de frenética euforia de un nerasténico.
Salto Mortal (1973), una de sus obras experimentales, es una suerte de historia policíaca onírica en la que todo tiende al absurdo y a la ambivalencia. Es obvio que el calificativo de onírico está utilizado aquí metafóricamente, aunque sólo en parte, ya que muchas de las vivaces escenas de esta novela, aún cuando recapitulen hechos empíricos, tienen esa extrañeza nítida propia de los sueños, en los que la aparente incoherencia de la anécdota no logra atenuar un sentido omnipresente que es a la vez familiar y secreto.
Los adictos al relato lineal, los partidarios de un legibilidad inmediata y continua de un sistema narrativo, los incondicionales de la intriga excesiva, no encontrarán en Salto mortal ninguna de esas pautas tranquilizadoras. Encontrarán, sí, muchas paradojas y mucha hilaridad. Y una voz narrativa que realmente inventa mundos y procedimientos.