Con este libro, Angelina Muñiz-Hunberman retorna a la perspectiva de la infancia para contar una historia que en muchos puntos podría coincidir con la suya propia. Sin embargo, la autora está consciente de que los paisajes de la memoria corresponden por derecho propio a los territorios inventariados por la imaginación. La narración, en tercera persona, logra estos efectos mediante una prosa notablemente diáfana y ajena a los accidentes del lenguaje. "Lo que Alberina creyó que era paz no era sino un fuego interno que, llama a llama, iba quemando el alucinado paraíso original. A la manera de una historia repetida y aprendida que tuviera que ser recortada, desbaratada, empastada: descreída y nunca más vuelta a creer. ¿Qué hacer con los restos de la historia?" termina preguntándose a sí misma Alberina, el personaje principal de este relato, que termina optando por recomponer la realidad apoyándose en el sentido común implícito en la manipulación natural de sus sentidos. Nada sobra y nada falta en este libro que pone de manifiesto el dominio que sobre los arcanos de la narración ha venido ejerciendo, en las letras de México, Angelina Muñiz-Huberman.