Illescas publicó en marzo del 1963 el libro más compacto de su producción, uno de los libros más inexplicablemente olvidados: Réquiem del obsceno. Aquí consigue cincelar con las bubas del mundo breves esculturas resplandecientes que se graban como medallas ígneas en los ojos de la memoria. Illescas, en su ameno y libre diálogo con la amada, sabe soltar el látigo, tejer insinuaciones, dobles sentidos, y crear destellos purulentos asimilados admirablemente de poetas negros y malditos. Todo se corrompe –objetos, animales, personas– hasta volverse luz. El tigre y el leopardo escrutan con lujuria a la pantera y al erizo. El amor toma aspectos bufonescos y zoológicos y el fauno corre sonriente, feroz, tras la fascinada e inagotable ninfa.
El placer en la primera parte del libro tiene rasgos de fresco buen humor, y a veces de delicada ternura, logrando Illescas en varios momentos una difícil unión: un humor lacerante con una suave sensualidad. Pero en la última parte los epigramas se vuelven más acerbos y encontramos que la implacable amada, oh Cintia, es una prostituta.
El poeta se desangra, golpea, se golpea. La amada es la cruz de la putrefacción: Santa Juana de las Cloacas. La espada flamígera del ángel obsceno la alcanza inmisericordemente.