2015 / 05 dic 2017
Lívida luz es el séptimo libro de poemas publicado por Rosario Castellanos. Consta de veintiún poemas y fue editado por la Universidad Nacional Autónoma de México en 1960. Posteriormente se publicó en el volumen Poesía no eres tú (1972), que reúne la producción poética de la autora.
Buena parte de la crítica coincide con que este libro rompe el tono intimista, la voz volcada al interior que había dominado hasta entonces la poesía de Castellanos. Algunos poemas de Lívida luz dan cuenta de inquietudes sociales que la poeta chiapaneca había tratado en sus ensayos o novelas. Textos como “Jornada de la soltera” o “El pobre”, donde el discurso poético retrata a un tercero, alternan con “Monólogo en la celda” o “Canción de cuna”, que ahondan en asuntos como la soledad o el aislamiento desde un estado interior doliente.
En suma, este libro –incluso para la misma autora– puede considerarse como un punto de transición entre los primeros poemarios a su madurez poética.
Dos llamas en el umbral: los paratextos del libro
El año en que Lívida luz fue publicado también aparecieron Hora 0 (1960) y Gethsemany (1960) de Ernesto Cardenal –con quien la autora convivió en Mascarones– y el volumen colectivo La espiga amotinada (1960) –que agrupaba los primeros poemarios de Juan Bañuelos, Óscar Oliva, Jaime Augusto Shelley, Eraclio Zepeda y Jaime Labastida–. De especial importancia resulta esta antología, pues, como señala Angélica Tornero, “los poetas de La espiga amotinada, importantes representantes de la poesía social, expresaban abiertamente su repudio al poema corto y al ‘juego estético’”. Por poesía social, nos aclara Tornero, entiende “aquella que acoge como tema la realidad que sucede día con día; la poesía que da testimonio con intención denunciadora”, rasgo evidente en varios de los poemas que conforman Lívida luz.
El libro nos abre las puertas con una dedicatoria y un epígrafe. La primera, “A la memoria de mi hija”, es motivada por la pérdida de su primogénita. El poema “Canción de cuna”, incluido en Lívida luz, puede ser un eco del asunto:
¿Es grande el mundo? —Es grande. Del tamaño del miedo.
¿Es largo el tiempo? —Es largo. Largo como el olvido.
¿Es profunda la mar? —Pregúntaselo al náufrago.
(El Tentador sonríe. Me acaricia el cabello
y me dice que duerma.)”[1]
Resulta interesante señalar que los últimos versos aluden a la “Canción del tentador”, recogida en De la vigilia estéril (1950), cuya estrofa final fue usada como epígrafe de El rescate del mundo (1952); el tercer poemario de Castellanos. Esta red de alusiones y coincidencias nos deja ver en la obra de la poeta chiapaneca una conciencia en cuanto a la unidad de su trabajo poético; por ello no resulta extraño que todos sus poemarios borden sobre los mismos asuntos, si bien en cada uno va traspasando los límites impuestos, a veces por la retórica o por la complejidad que entraña cada uno de los temas tratados. De este modo Poesía no eres tú (1972) reúne las claves para la comprensión de su poética, como si de un rompecabezas se tratara. El epígrafe está tomado de La pesanteur et la grace (1947) –La gravedad y la gracia–, que despliega una escritura cercana al aforismo y se compone de distintos apartados. El verso que encabeza Lívida luz pertenece a la sección “Desapego”, y el aforismo completo reza: “Amar a Dios a través de la destrucción de Troya y de Cártago, y sin consuelo. El amor no es consuelo, es luz”. La poeta chiapaneca en “Simone Weil: la que permanece en los umbrales” –ensayo recogido en Mujer que sabe latín (1973)– señala que la preocupación fundamental del libro es “[...] la presencia, la ausencia de Dios en el mundo, sus manifestaciones en las criaturas”.[2] Además de coincidir en la profesión como filósofa y en la docencia, la escritora francesa y la mexicana comparten inquietudes de orden existencial y social, cuya relevancia no ha llamado la atención de la crítica.
Es un rasgo significativo el hecho de que casi todos los libros de Castellanos de narrativa y de poesía comiencen con un epígrafe; Trayectoria del polvo (1948) inicia con unos versos de Paul Valery; El rescate del mundo (1952), con un poema de la propia autora; En la tierra de en medio (1972) con unos de T. S. Eliot; Balún-Canán (1957) y Oficio de tinieblas (1962) con fragmentos del Popol Vuh y El libro de los libros de Chilam Balam, respectivamente. Esto, además de declarar explícitamente las tradiciones, los textos o los autores de los que la escritora abrevó, funciona como un gesto de diálogo con ese otro, que también se expresa mediante la escritura. De acuerdo con la propuesta de Gerard Genette en Palimpsestos (1989), los epígrafes forman parte del segundo tipo de relación transtextual: la paratextualidad. La presencia de estos paratextos –entendidos como umbrales que, según Genette, ofrecen a “quien sea la posibilidad de entrar o retroceder” al texto en sí– en la obra de Castellanos no ha sido lo suficientemente explorada por la crítica.
El poema “Lívida luz”, cuyo título da nombre a todo el libro, es representativo del tono y la intención del resto. Según el Diccionario de la RAE no es sino hasta 1984 cuando se incluye el sentido de “altamente pálido” para lívido, que hasta entonces se entendía como “amoratado”. Lo cierto es que este adjetivo fue muy empleado en su primera acepción en los reportes médicos, y frecuentemente se asociaba con descripciones de pacientes cercanos a la muerte. De este modo el título del libro nos habla de un dolor o de una experiencia cercana a la muerte que ilumina, es decir, alude a los dos significados.
“No puedo hablar sino de lo que sé” [3] dice al comienzo del poema, para luego remitir a una anécdota común en el mundo católico: “Como Tomás tengo la mano hundida / en una llaga. Y duele en el otro y en mí”.[4] Estos versos son una reelaboración del dicho popular “Como Santo Tomás: hasta no ver, no creer”, que alude al discípulo de Jesús reticente a dar por cierta la resurrección hasta que su maestro lo invita a que palpe la herida de su costado; sólo así el apóstol cree en lo que para otros era cierto sólo con la palabra. Además de integrar el lenguaje coloquial, Castellanos consigue aludir a una de las preocupaciones frecuentes en su obra: la relación del yo con el otro.
El comienzo del poema da cuenta de una revelación experimentada en “llaga propia” y compartida con el otro. Esta certeza es la que alumbra la herida que no es otra cosa sino la realidad, lo cotidiano, el hoy. “Quiero valor para permanecer, / para no traicionar lo nuestro: el día / presente y esta luz con que se mira entero”,[5] tal es la conclusión del poema y en Lívida luz el lenguaje poético sirve para expresar las dolencias de un mundo inmerso en la soledad y la injusticia social con los individuos marginados. Revelación dolorosa a la que accedemos por medio de la lectura de los poemas.
Castellanos recurre a la métrica que ya había cultivado desde el comienzo de su carrera poética, es decir, los heptasílabos, los endecasílabos y los alejandrinos; por lo general dominan los versos de siete y catorce sílabas; ocasionalmente aparecen los de nueve.
La alternancia de versos largos y cortos permite explorar con la densidad deseada temas como la soledad, el otro y los asuntos cotidianos. En poemarios como El rescate del mundo también aprovecha este recurso, usando los versos largos para reflexionar, mientras que los cortos entrañan sentencias graves o potentes imágenes. El poema “Revelación” es significativo al respecto:
Lo supe de repente:
hay otro.
Y desde entonces duermo sólo a medias
y ya casi no como.[6]
El verso más corto es el que nos trae propiamente la revelación, mientras que el más largo sólo describe su consecuencia. Lo mismo ocurre en “Límite”:
Aquí, bajo esta rama, puedes hablar de amor.
Más allá es la ley, es la necesidad,
la pista de la fuerza, el coto del terror,
el feudo del castigo.
Más allá, no.[7]
Estos poemas, además de compartir el recurso de la alternancia entre versos largos y cortos, son breves. En Lívida luz conviven textos de extensión variada: algunos constan de apenas cinco versos y otros tienen más de veinte.
Algunos de los poemas más visitados por la crítica son los que tratan sobre temas o personajes cotidianos como “Jornada de la soltera”, “Los distraídos” o “El pobre”, en los que se alude a la sociedad, lo cual hace de la protesta social una de las temáticas de Lívida luz. Estos asuntos fueron novedosos dentro de la obra poética de Castellanos y significaron el punto de partida para textos como “Memorial de Tlatelolco” y “Meditación en el umbral” –recientemente antologados en el libro Poesía social y revolucionaria del Siglo xx (2012)–, donde más tarde se depuró su trabajo.
En los poemas que conforman este libro hallamos una distancia temporal, espacial y existencial entre la voz que poetiza y el sujeto del poema. La voz poética va de la soledad al reconocimiento del otro. En “Revelación”, “Apelación al solitario” y “Agonía fuera del muro” la nota predominante es la soledad. En este último, como sugiere el título, la voz que enuncia el poema se halla desterrada, fuera de algo, ese algo es el mundo de los hombres. “Yo soy de alguna orilla, de otra parte, / soy de los que no saben ni arrebatar ni dar, / gente a quien compartir es imposible” nos dice la voz del poema y entendemos que hay una voluntad de destierro, por parte del sujeto para no estar con el resto de los hombres porque, sentencia: “Yo muero de mirarte y no entender.”[8] Quizá el sujeto del poema se condene al destierro en un afán por comprender, por experimentar esa marginación de los otros seres. No hay que olvidar que para Castellanos la poesía era una forma de conocimiento. En “El pobre”, uno de los poemas más extensos del libro, es patente el aislamiento del yo lírico: “Me ve como desde un siglo remoto, / como desde un estrato geológico distinto.”[9] Esta distancia temporal alude a las condiciones míseras en que viven los pobres, tan cercanas, por lo rudimentario, a los principios de la civilización. A esta primera zanja se añade otra, acaso más hiriente, la lingüística: “Del idioma que algunos atesoran / le dieron de limosna una palabra / para pedir su pan y otra para dar las gracias. Ninguna para el diálogo.”[10] Los versos finales de este poema tienen un tono sórdido, ya que en ellos se transmite la condición mezquina del mundo de los hombres:
Y hay algo más. El puño se nos cierra
para oprimir; y el alma
para rechazar lejos al intruso.
¡Qué náusea repentina
(su figura, mi horror)
por lo que debería ser un hombre y no es.[11]
Esta distancia cobra otro matiz cuando el poema se refiere a uno de los prototipos de mujer: la soltera. La voz poética siempre se refiere a ella en tercera persona, la descripción precisa de la “Jornada de la soltera” implica un conocimiento de la intimidad de esa mujer, que habita también al margen.
Y no puede nacer en su hijo, en sus entrañas,
y no puede morir
en su cuerpo remoto, inexplorado,
planeta que el astrónomo calcula,
que existe aunque no ha visto.[12]
En Lívida luz hay un tránsito que va del íntimo decir al decir de todos; es el ensayo de una voz que se encuentra a partir del acercamiento al otro. Esta aproximación se consigue también, si consideramos que en los textos –“El pobre” y “Jornada de la soltera”, por mencionar algunos– la voz poética funciona como una sinécdoque. Ángélica Tornero encuentra que este proceso del yo dicho a través de un otro, forma parte de las expresiones de subjetividad en la poesía de Castellanos. Nos dice la estudiosa: “que el yo se ficcionalice a partir de la primera, segunda o tercera personas del singular o de la primera del plural y mediante procesos de interdiscursividad, supone un ser-interpretándose por medio de, entendido como mediación, los discursos de otros.” Los poemas de Castellanos son personales, no porque se refieran a anécdotas de la experiencia de la autora, sino porque nos hablan de la esencia de las personas. El final del trayecto se atestigua en el poema “Presencia”, donde encontramos una suerte de reconciliación entre el yo y el otro: “Hombre, donde tú estás, donde tú vives / permanecemos todos”.[13] De este modo la poesía va de un tono subjetivo a un tono incluyente que trasciende las fronteras del yo sumido en la cotidianidad, cuyos mejores logros se apreciarán en la poesía posterior de Castellanos.
Red sin peces: metáforas sobre la soledad y la muerte
La pregunta por la soledad y la muerte es otro motivo de los textos que conforman Lívida luz. Versos como “El hombre es animal de soledades”[14] o “Y sonríe ante una amanecer sin nadie”[15] dan cuenta de la reiteración por escribir sobre estos motivos. Aunque los dos asuntos son pasiones humanas, en ningún momento son tratados con exceso de patetismo.
La poesía de Castellanos parte de la expresión subjetiva hacia la idea de comunidad o de voz colectiva manifiesta con mayor intensidad en poemarios como Materia memorable y En la tierra de en medio. En Lívida luz, cuyo carácter cercano a lo mórbido justifica la entrada de la soledad en los poemas, esta tematización se realiza de diversas maneras. De un modo directo: “Y yo no sé quién soy / porque ninguno ha dicho mi nombre; porque nadie / me ha dado ser, mirándome”[16] en donde se alude no sólo a la necesidad de que el otro otorgue el nombre, sino sobre todo, a la presencia de la palabra en tanto elemento constitutivo de la identidad humana. Son motivo de sus poemas personajes marginados que experimentan cierta soledad, como la soltera, el pobre, el encerrado. El tono doloroso, impuesto por la vivencia de la soledad, recorre la mayor parte de los poemas del libro, quizá el punto más álgido sea un par de versos del poema inicial: “Y yo, que he sido red en las profundidades, / vuelvo a la superficie sin un pez”.[17]
Sin embargo esta soledad se disuelve mediante un suave llamamiento: “Amigo, no es posible ni nacer ni morir / sino con otro. Es bueno / que la amistad le quite / al trabajo esa cara de castigo [...]”.[18] Y es sólo a partir del diálogo fecundo con el otro que se logra conjurar la pena de estar solo; no deja de ser interesante que para Castellanos sea la amistad, y no el amor de pareja, el puente preciso, la puerta dichosa que nos permita dejar la isla o traspasar el muro en aras de una comunidad fraterna.
La muerte, estado de completa soledad, no es vista como algo negativo, sino como el instante de redención, estado que nos permite acceder a revelaciones, iluminarnos con mórbida luz. Acerca de un hombre recién fallecido nos dice el poema “Nacimiento”: “Le inventaron acciones, intenciones. Y tuvo / una historia, un destino, un epitafio / Y fue, por fin, un hombre.”[19] Así, el momento más temido, a cuya instancia llegamos luego del doloroso camino de la vida, en Lívida luz es el umbral que nos acerca a ese otro modo de ser humano siempre anhelado.
Esa otra manera de ser también está vinculada con el amor y con la densa reflexión como en estos versos del poema “Destino”: “Matamos lo que amamos. Lo demás / no ha estado vivo nunca”[20] sobre los que Carlos Monsiváis en “Dandismo: las manos que sí nos pertenecen” hace una interesante digresión. A propósito del magisterio de Oscar Wilde en Salvador Novo, el ensayista mexicano nos dice que Castellanos reescribe “Yet each man kills / the thing he loves… the coward does it with a kiss, the brave man with a sword” pertenecientes a La balada de la cárcel de Reading (1898) que el poeta inglés escribiera durante su estancia en la prisión.[21] Este luminoso apunte, además de vincular la obra de Castellanos con Wilde, nos deja ver en Lívida luz los asuntos del encierro y la prisión como motivos nodales de este libro.
Como sucede con la mayor parte de la poesía de Castellanos, este poemario ha sido estudiado por la crítica no como unidad sino como parte de Poesía no eres tú, donde se reúne la totalidad de la obra poética de la autora. De este modo, sólo algunos de los textos son analizados en tanto que sirven de paso entre la poesía primera y los frutos maduros de la poeta.
Rogelio Guedea señala que en un principio poemas como “Lamentación de Dido”, “Apuntes para una declaración de fe” y “Jornada de la soltera”, entre otros, que abordaban temas en boga, fueron considerados como lo mejor de la poesía rosariana. Sin embargo, para el crítico,
la mejor Rosario Castellanos está, hoy, en los poemas de breve o mediana extensión [donde] la percepción parcial (no se afana en agotar el tema), la energía lírica, la depuración de recursos poéticos, la hondura de la emoción explorada (que en ocasiones se ve representada por un acontecimiento en apariencia trivial) y la limpieza del trazo (sobre todo en lo concerniente a adjetivación y uso de encabalgamiento) siguen dotando de vigencia a poemas como “Apelación del solitario”, incluido en Lívida luz. [22]
Esta opinión bien podría representar parte de las tendencias de la crítica hacia la obra de la poeta chiapaneca. Si en el primer momento de recepción de sus obras fue fácil clasificarlas bajo el mote de feministas o indigenistas, el paso del tiempo ha sacado a relucir la valía literaria de su obra.
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