El canto del mar no es reciente en nuestra poesía mexicana; pero sí lo es aquí el ilimitado y melancólico amor, reflexivo y atónito, por el mar, por la transformación personal que lo convierte en otro elemento suyo, tan profundo y total como el océano, como la luz." Esta frase de Carlos Montemayor, a propósito, hace más de treinta años, de la aparición de Tierra final de Jorge Ruiz Dueñas sigue siendo hoy válida para Albamar. De hecho es como una divisa que puede presidir toda su literatura y no sólo su poesía. Aquí prosigue su intento de diálogo con ese mar genitor y genitivo, que puede ser el mar de Valery o el de Perse, el de Mutis o el de Jenofonte, el de Homero o el de Gorostiza; sin embargo, más que un paisaje o una idea, el mar de Ruiz Dueñas es una presencia, un horizonte, una segunda piel. Y el poeta dialoga con ese mar que no cesa de hablar en su oleaje, en sus cambiantes imágenes y reflejos, en su renovada fascinación y cuyo murmullo no abandona nunca los oídos. Por eso siempre es un mar al alba, un amanecer, un nacimiento a la poesía.