José Antonio Matesanz, Amaradás, ya hace tiempo que danza la danza del señor danzante con la palabra y su visión poética. Primero publicó A la caza de intangibles, luego Luces de otras sombras y poemas sueltos en algunas antologías y ahora nos ofrece este volumen Ser otro, en tanto están en puerta, porque están prensa, El señor danzante y Con una mano adelante. Quien conoce todos estos materiales reconoce que Amaradás es un poeta irremediable. Los que nos acompañaron cada miércoles saben su transitar de la anagnórisis del borrador, producto de la epifanía de la inspiración, a la necia vocación de gambusino que se empeña y se empecina en el difícil arte de corregir y aumentar, podar e injertar, para llegar a un texto definitivo o, por lo menos, publicarlo para vencer la tentación de seguirlo trabajando. Quizá no queme sus alas ni sus naves, pero las quema, para, en otra tierra, inmerso en la selva, hilar tan fino como de costumbre; en tanto, nos deja aquí eso que aparece cuando la luz choca con su cuerpo, porque no le basta con todo; mas, aunque calle, y apenas le baste lo que cante y no hay quien le quite lo bailado, nos deja un raro erotismo de extraños caminos o la implacable mística del escéptico que brinca de un recuerdo a cada convicción y que va de mirar a gritar, tocando lo que a su lado se desliza, o nos deja ir este manojo de arrogancias, porque, conocer a Amaradás alrededor de la fogata del poema, ha sido, para mí (y para todos nosotros), conocer al mejor anfitrión, junto a la mejor anfitriona, para abrigar mi empecinada orfandad desconocida. Pedro Pablo Martínez.