La esencial inquietud del universo parece regir nuestro destino; estamos obligados a participar de la actividad por decreto cósmico. Es más, en vez de que intentemos alcanzar al mundo, la cotidianidad nos pisa los talones. Resulta imposible detenerse sin convertirse en un ser irrelevante. La contemplación, por fortuna, nos otorga el paréntesis vital que nos salva de perecer en la estampida. La renuncia a desbocarse se torna quietud contestataria. Este ensayo de Rafael Lemus invita a situarnos del lado de la pasividad apoltronada, esa región desde la cual el entusiasmo se antoja sobrevaluado. Ya que estos tiempos han depositado su confianza en el esfuerzo voraz, es preciso, para no perdernos, aferrarse a la pausa ociosa y descender al infierno del tedio.