En Rosa canela del desierto, Javier Malagón recrea la cadencia, la sonoridad de los espacios abiertos del canto oriental; en sus poemas −de estructura rítmica, discreta− confluyen las tradiciones que nutren de referentes nuestro horizonte literario: la mística judeocristiana y el clasicismo de Occidente.
En su andadura por el desierto, el poeta va recogiendo ofrendas que coloca en el altar a la Amada ausente. Su tormento es la espera, el anhelo, la separación, la muerte, la pérdida; el deseo de unión que atiza el alma como hoguera pero que se contiene, se sublima, en busca del alivio o la redención por el amor.
Sólo la intuición de que la invocación precisa de la Amada la traerá de vuelta anima la constancia, pues “la alegría es un estado de gracia”, y éste no se consigue sin dolor. Es el poeta mismo el que se ofrece en sacrificio ritual a lo largo de este poemario que crece ante la vista del lector en belleza e intensidad.